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XXII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Martes
Lc 4, 31-37
Sé que Tú eres el Santo de Dios. El pasaje evangélico escuchado habla de un
hombre poseído por el demonio, que repentinamente se pone a gritar: “¿Qué
quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién
eres: el Santo de Dios”. Y Jesús le ordena: “Cállate y sal de él”. E inmediatamente,
constata el evangelista, el espíritu maligno, con gritos desgarradores, salió de aquel
hombre.
Jesús no sólo expulsa los demonios de las personas, liberándolas de la peor
esclavitud, sino que también impide a los demonios mismos que revelen su
identidad. E insiste en este „secreto‟, porque está en juego el éxito de su misma
misión, de la que depende nuestra salvación. En efecto, sabe que para liberar a la
humanidad del dominio del pecado deberá ser sacrificado en la cruz como
verdadero Cordero pascual. El diablo, por su parte, trata de distraerlo para
desviarlo, en cambio, hacia la lógica humana de un Mesías poderoso y lleno de
éxito.
Jesús no se niega a aceptar la plenitud del poder y de la gloria, pues en
realidad a Él le pertenece y le está destinada (ver Mt 28,18). Pero se niega a
recibirla de modo diverso al que ha determinado su Padre en sus amorosos
designios reconciliadores, es decir, mediante la aceptación obediente de la muerte
en Cruz (Flp 2, 8-9). Aceptar el poder mundano y la gloria vana ofrecida por
Satanás sería dejar de confiar en que el Plan del Padre conduce a la verdadera
gloria.
El Hijo de Dios se hace hombre, para que el hombre se haga hijo de Dios. Por
tanto, por Cristo, con Él y en Él debe el hombre realizarse en la historia dando
gloria a Dios Padre en el camino hacia la vida eterna. Así, desde la cruz de Cristo,
desde la cruz de cada uno, “La religión cristiana, dice el Santo Padre, es una
religión de la gloria”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)