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XXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Martes
Lc 7, 11-17
Joven, yo te lo mando: Levántate. Jesucristo hacía los milagros en nombre
propio.: Yo te lo digo, levántate. La fuerza del milagro está en que Dios es el único
que puede cambiar las leyes de la Naturaleza, y en que Él es la Suma Verdad. Por
lo tanto el milagro realizado para confirmar una afirmación de labios humanos, es
una aprobación de Dios a la afirmación del hombre.
Dios puede cambiar las leyes de la Naturaleza, que son obra suya. Pero Dios
no puede hacer un círculo cuadrado, pues esto es absurdo, y Dios no hace
absurdos. el milagro es algo que sabemos supera las fuerzas de la Naturaleza:
como resucitar a un muerto de cuatro días que ya está en estado de putrefacción.
Quizás no sepamos hasta dónde puedan llegar, en algunos casos, las leyes de la
Naturaleza. Pero hay cosas que ciertamente comprendemos que la Naturaleza no
puede hacer: un hombre tan alto que toque la Luna con su mano, obtener oro
uniendo hidrógeno y oxígeno, o sacar rosas sembrando un grano de trigo.
La fuerza de Jesucristo está en que confirmó su doctrina con milagros que nos
consta se realizaron por la historicidad de los Evangelios, y que por exceder a todo
poder humano son una confirmación divina.
Para hacer el milagro Jesús siempre pidió que el beneficiario tuviera fe, al que
no tenía fe, no le hizo tal favor; pero la fe no sólo es aceptar una verdad con el
entendimiento, sino también con el corazón. Es el compromiso de nuestra propia
persona con la persona de Cristo en una relación de intimidad que lleva consigo
exigencias a las que jamás ideología alguna será capaz de llevar. Para que se dé fe
auténtica y madura hay que pasar del frío concepto al calor de la amistad y del
decidido compromiso. Por eso una fe así en Jesucristo es la que da fuerza y eficacia
a una vida cristiana plenamente renovada.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)