I Domingo de Adviento, Ciclo B
“Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora”
Pautas para la homilias
Isaías, Pablo, Marcos
En la primera lectura, Isaías, después del exilio de Babilonia, habla a un pueblo
sobre su crisis de identidad, que más que vivir, malvive y sólo subsiste, porque le
falta la esperanza. El Profeta presenta a Dios como Padre, y pide que se abra el
cielo y que baje el Señor a ellos, haciendo más creíble su paternidad. Esta oración
profética fue escuchada y se hizo realidad en el nacimiento de Jesús en Belén,
haciéndose humano, como nosotros, y enseñándonos a ser hijos del Padre y
hermanos unos de otros.
Pablo, en la segunda lectura, se dirige a la comunidad de Corinto para animarla e
intentar corregir posibles desviaciones, para que, cuando llegue la parusía, el “día
de nuestro Seor Jesucristo”, la encuentre viviendo y practicando la vida que
Jesucristo espera de ella.
Marcos, en los cinco versículos del evangelio de hoy, insiste por cinco veces en el
imperativo de Jesús: “vigilad”, “velad”. Esperad vigilantes; velad esperanzados. Se
nos pide cierta tensin, que nos haga estar “despiertos” durante la espera. Esta
tensin, por supuesto, es compatible con la “gracia y la paz” de que nos habla san
Pablo. Gracia y paz para no sentirnos solos en el camino, sino ilusionados mientras
preparamos el encuentro con el Señor que llegará, aunque no sepamos cuándo.
“Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora”
San Marcos abre el adviento con una llamada a la vigilancia. Es el Señor quien nos
la recomienda con gran insistencia. Hoy se nos dice que hay que mantener la
vigilancia “al atardecer, a medianoche, al canto del gallo y al amanecer”, es decir,
en las cuatro vigilias en las que se dividía la noche. Vigilar es estar alerta, estar
despiertos, estar preparados. Vigilar es la actitud de no dejarse sorprender, de no
cansarse de la ausencia del Señor, de no dormirnos.
Pero, vigilar, ¿para qué? ¿Para que no nos pase nada? ¿Para que todo siga igual?
Esa es la vigilancia de los satisfechos, de los que se sienten contentos con lo que
tienen y con lo que son. Nosotros, los seguidores de Jesús que empezamos a
preparar el Adviento del año 2011, vigilamos con la esperanza de no frustrar la
llegada de quien puede cambiarlo todo, todo lo que todavía nos falta: queremos
valores evangélicos, actitudes como las de Jesús, apuesta por la Buena Noticia que,
el que va a venir, nos trae. Queremos una paz como la que Jesús daba a sus
discípulos; buscamos tener hambre de justicia evangélica; queremos poseer la
Verdad para ser testigos, luego, de ella ante los demás.
Hoy el evangelio nos dice también otra palabra para indicar lo mismo: “velad”.
Velar es lo contrario de dormir. Es mirar con ojos bien despiertos en todas las
direcciones, con un doble propósito: que nadie nos engañe con soluciones fáciles
para problemas profundos: “Si alguno os dice que el Mesías está aquí o allí, no le
creáis. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas que harán signos y portentos
para engañar, si fuera posible, a los elegidos. Pero, vosotros estad atentos, que os
he prevenido” (Mc 13, 21-23). Y en segundo lugar, mirar para aprender y discernir
los signos de los tiempos.
Tarea de los criados
Al irse de viaje el Seor, además de encargar al portero que velara, “dio a cada uno
de sus criados su tarea”. Parece que la voluntad del Seor es conservar, pero no
sólo. Conservar ya lo hace el portero, los criados no sólo tienen que estar
despiertos, no sólo no tienen que hacer nada malo, tienen encomendada una tarea.
Y la liturgia nos lo recuerda al comenzar el año litúrgico, al comenzar el adviento.
Esta es nuestra encomienda como criados del Señor. Para llevarla a cabo estamos
bien equipados, todos hemos recibido más de lo que necesitamos. Sólo hace falta
ponerse manos a la tarea, negociar, producir: “Se me ha dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo
lo que os he mandado” (Mt 28,18-20).
La tarea común a todos, con matices personales en cada caso, es hacer eficaz el
amor de Dios, hacer posible el proyecto de Dios y, para lograrlo, ofrecer de palabra
y de obra la buena noticia del Evangelio.
¿Hasta dónde tiene que llegar la tarea? ¿Cuándo se puede dar por cumplida y
acabada? En dependencia de los talentos recibidos, hasta donde podamos. No se
trata de una competición, sino de un encargo y de una gestión. Se acaba cuando
regrese el Señor, y vea y apruebe lo que hemos hecho. Más que hasta dónde, debe
preocuparnos el cómo llevarla a cabo. No es lo mismo en tiempos de bonanza o de
crisis. Habrá momentos en que la tentación siga siendo hacer un hoyo en la tierra,
esconder los muchos o pocos dineros del Señor, y esperar a que amaine el
temporal. Pero, no podemos permitirnos esos lujos. Necesitaremos esfuerzo,
sacrificio y dedicación, y contamos con ello.
Antes de acabar, una palabra sobre un segundo matiz del cómo realizar nuestra
tarea. Me refiero a las formas, porque no sirven todas. Si de verdad estamos, no
digo orgullosos, pero sí contentos, felices y agradecidos del encargo y confianza del
Señor al confiarnos la tarea, tiene que notarse y repercutir. Tienen que vernos con
ilusión, tienen que notar que tenemos fe en lo que hacemos. Que, de tal forma
hayamos asumido la encomienda, que la hayamos hecho nuestra y queramos
expandirla y contagiarla porque la consideramos la Buena, la mejor Noticia.
Que el Señor vuelva cuando quiera. No hagáis caso de los que teman su regreso.
Nosotros a lo nuestro, a la tarea. Que en ella nos encuentre bregando, sudando,
pero cantando. Y al portero, velando.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Con permiso de dominicos.org