LA ESPERA DEL ADVIENTO
(Domingo 1º de Adviento. Ciclo B)
1 diciembre 2002
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo
es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a
cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad
entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a
medianoche o al canto del gallo o al amanecer: no sea que venga inesperadamente
y os encuentre dormidos: Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos, ¡velad!” (Mc
13,33-37)
Comenzamos el Año Litúrgico: la celebración del misterio salvador de Cristo, que lo
hace presente en medio de nosotros, y nos incorpora a la acción salvífica que su
memoria entraña. Se trata de un tiempo simbólico, que, a lo largo de las estaciones
y los tiempos, distribuye el misterio salvador de Cristo, subrayando su centro: el
misterio pascual.
El primer momento del Año Litúrgico es el Ciclo de Navidad. Su preparación la
constituye el tiempo llamado de Adviento. La Navidad será el encuentro de lo
humano y lo divino; la celebración del Dios-con-nosotros. El Adviento, desde ahí, es
espera cultual: porque preparamos la celebración de la venida en carne del Hijo de
Dios. Pero, a la vez, es espera existencial: porque habrá una segunda venida del
Salvador, y su espera se convierte en preparación vital, que transforma nuestra
existencia.
Este último es el mensaje del primer domingo de Adviento: “Mirad, vigilad, velad”.
Se nos lanza al futuro. La Iglesia nos propone un horizonte. En la celebración se
nos marca una meta, un punto de referencia. Es tanto como llenar la vida de
sentido y de orientación. Es tanto como descubrir la importancia y necesidad de
caminar decididos hasta la consecución de la meta. Es tanto como animarnos a
tomar la vida en serio. Es una cuestión fundamental: vivir sin meta es quedarse sin
saber dónde poner la esperanza, e, inmediatamente, todo se reduce a vivir el
momento presente, encerrado y agotado en sí mismo. Esto nos llevaría,
espontáneamente, a instalarnos en el “comamos y bebamos”. La esperanza, por el
contrario, nos descubre la vida como tensión hacia el futuro.
En este mensaje hay una buena lección y exigencia para el cristiano. El hombre
contemporáneo ha perdido metas, referencias, convicciones profundas, puntos de
apoyo... ¡Qué buen servicio el del cristiano, si, con su vida, le abre una ventana al
horizonte del más allá!
La meta será el final. Hasta entonces, esta se conquista en el día a día. Nuestra
vida puede cambiar y mejorar en todos sus aspectos. Por eso, lo que menos debe
preocuparnos es el cuándo llegará. Lo verdaderamente necesario para nosotros es
aprovechar el camino que conduce a ese momento final. “Mirad, vigilad, velad”.
Comenzamos la celebración del Año Litúrgico; es decir, la celebración del misterio
salvador de Cristo. Es buen momento para, ya desde la Navidad, lanzar nuestra
vida hasta la Parusía, procurando que sea el mismo Cristo el centro de nuestra vida
y su meta.
Miguel Esparza Fernández