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XXVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Jueves
Lc 10. 1-12
Su deseo de paz se cumplirá . Las enseñanzas del Señor constituyen la buena
nueva de la paz. Y este es también el tesoro que nos ha dejado en herencia a sus
discípulos de todos los tiempos; “la paz les dejo, mi paz les doy, no se la doy como
la da el mundo”.
El Concilio Vaticano II enseña: “La paz sobre la tierra, nacida del amor al
prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En
efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a
todos los hombres por medio de su cruz (...), ha dado muerte al odio en su propia
carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el Espíritu de amor en
el corazón de los hombres”.
La paz del Señor trasciende por completo la paz del mundo, que puede ser
superficial y aparente, quizá resultado del egoísmo y compatible con la injusticia.
Cristo es nuestra paz y nuestra alegría; el pecado, por el contrario, siembra
soledad, inquietud y tristeza en el alma. La paz del cristiano, tan necesaria para el
apostolado y para la convivencia, es orden interior, conocimiento de las propias
miserias y virtudes, respeto a los demás y una plena confianza en el Señor, que
nunca nos deja. Es consecuencia de la humildad, de la filiación divina y de la lucha
contra las propias pasiones, siempre dispuestas al desorden.
Cristo resucitado es el Príncipe de la paz, más aún, él es nuestra paz. A él le
decimos sin cesar: Concédenos la paz en nuestros días. A él le pedimos que dirija
nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,79). Que la valiosa intercesión de
nuestra madre, Nuestra Señora de la Soledad, nos acompañe siempre, para que,
juntos, podamos superar las situaciones que nos golpean fuertemente y logremos ir
generando, aunque sea poco a poco, una cultura de respeto, de solidaridad y de
paz duradera.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)