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XXVIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Martes
Lc 11, 37-41
Den limosna, y todo lo de ustedes quedará limpio . La práctica de la limosna es
una comprobación de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición
del acercamiento a su reino (cf. Lc 12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc
10,21 y par.). La «limosna» entendida según el Evangelio, según la enseñanza de
Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta
la limosna, nuestra vida no converge aun plenamente hacia Dios.
La limosna evangélica es una expresión concreta de la caridad, la virtud
teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a
imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por
nosotros. Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se
hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que “Dios ve en el
secreto” y en el secreto recompensará no busca un reconocimiento humano por las
obras de misericordia que realiza.
San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los
pecados. “La caridad –escribe– cubre multitud de pecados” (1Pe 4,8). El hecho de
compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. La
limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un
instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
San León Magno: “Junto al razonable y santo ayuno, nada más provechoso
que la limosna, denominación que incluye una extensa gama de obras de
misericordia, de modo que todos los fieles son capaces de practicarla, por diversas
que sean sus posibilidades”. San Agustín escribe muy bien a este propósito: “Si
extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has
hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no
tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps. CXXV
5).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)