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XXIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Jueves
Lc 12, 49-53
No he venido a traer la paz, sino la división (Cfr. Benedicto XVI, Ángelus, 19
de agosto de 2007). En el evangelio de hoy hay una expresión de Jesús que
siempre atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien. Mientras va de
camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, Cristo dice a sus
discípulos: “¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”. El
mensaje de Jesús, lejos de ser un mensaje de violencia es un es un mensaje de paz
por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, “es nuestra paz” (Ef 2, 14),
muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de
Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras
suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice según la redacción de san Lucas, que
ha venido a traer la „división‟, o según la redacción de san Mateo, la „espada‟? (Mt
10, 34).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo
de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha
constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra
hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra
Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien,
debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin
componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se
convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno
de sus mismas familias. En efecto, el amor a los padres es un mandamiento
sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a
Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se
convierten en "instrumentos de su paz", según la célebre expresión de san
Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con
valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,
21) y pagando personalmente el precio que esto implica.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha
de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los
tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre
testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.
Padre Félix Castro Morales
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)