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XXX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Sábado
Lc 14, 1.7-11
El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será
engrandecido . El tema central de esta afirmación de Jesús es la humildad, la base
de todas las demás virtudes. La humildad, es una virtud que, por respeto a Dios,
cohíbe el apetito desordenado de la propia excelencia. En ella hay respeto a Dios, y
también a los hombres (Cfr. SANTO TOMAS, S Th II-II, 161, 3).
Jesucristo, abatiéndose desde la altura de la divinidad hasta la muerte
ignominiosa (Cfr. Flp 2,5-11) es el supremo ejemplo de humildad, y el que nos
muestra por la resurrección el premio que merece: “El que se humilla será
ensalzado” (Lc 14,11).
La humildad nos da el conocimiento verdadero de nosotros mismos,
principalmente ante Dios, pero también ante los hombres. Por la humildad el
hombre conoce sus propias cualidades, pero reconoce también su condición de
criatura limitada, y de pecador lleno de culpas (Cfr. GS 19, 1; CIgC 27). El que se
tiene a sí mismo en menos o en más de lo que realmente es y puede, no es
perfectamente humilde, pues no tiene verdadero conocimiento de sí mismo. La
humildad nos guarda en la verdad y nos libra de muchos males: de la vanidad ante
los otros y de la soberbia ante nosotros mismos; nos libra del mundo, pues “todo lo
que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y
orgullo de la vida” (1 Jn 2,16) [Cfr. CIgC 377]; nos hace salir de los engaños del
mundo, enfermo de vanidad y de soberbia, falso y alucinatorio, lleno de apariencias
y vacío de realidades verdaderas; nos libra del influjo del Maligno, que es el Padre
de las mentiras mundanas, y que tienta siempre al hombre a la autonomía soberbia
–“serán como Dios” (Gén 3,5) (Cfr. CIgC 391) -, y a la desobediencia orgullosa
ante el Señor –“no te serviré”- (Jer 2,20).
El humilde conoce que todos sus bienes y cualidades vienen de Dios. En
efecto, es propio del hombre todo lo defectuoso, y propio de Dios todo lo que hay
en el hombre de bondad y perfección (Cfr. Os 13,9) [Cfr. CIgC 397)]. El hombre,
sin Dios, sólo es capaz de mal. Y sólo con Dios, es capaz de todo bien. En efecto, no
hay más perfección absoluta que la de Dios: “uno solo es bueno” (Mt 19,27), pues
la bondad del hombre siempre es relativa. Así, pues, siempre al hombre le conviene
la humildad (Cfr. CIgC 41).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)