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XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Lc 14, 25-33
El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo . Es fuerte y
dura esta formulación de san Lucas: Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo
dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también
distanciarse de la agitación en que se encuentra e incluso dar los propios bienes a
los pobres. No todos son capaces de hacer ese desgarrón radical: no lo fue el joven
rico, a pesar de que desde niño había observado la ley y quizá había buscado
seriamente un camino de perfección, pero “al oír esto (es decir, la invitación de
Jesús), se fue triste, porque tenía muchos bienes” (Mt 19, 22; Mc 10, 22); sin
embargo, los Apóstoles y con ellos, infinidad de personas, sí lo han hecho, como
san Martín de Porres…
Jesús no sólo quiere que llevemos una vida enriquecida con su persona
llevándolo en el corazón, sino que Él mismo es modelo perfecto: Él vivió
verdaderamente como pobre. Según san Pablo, él, Hijo de Dios, abrazó la condición
humana como una condición de pobreza, y en esta condición humana siguió una
vida de pobreza. Su nacimiento fue el de un pobre, como indica el establo donde
nació y el pesebre donde lo puso su madre. Durante treinta años vivió en una
familia en la que José se ganaba el pan diario con su trabajo de carpintero, trabajo
que después él mismo compartió (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3). En su vida pública pudo
decir de sí: “El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” ( Lc 9, 58), para
indicar su entrega total a la misión de redención en condiciones de pobreza. Y
murió como esclavo y pobre, despojado literalmente de todo, en la cruz. Había
elegido ser pobre hasta el fondo.
Jesús advierte acerca del doble peligro de los bienes de la tierra, a saber, que
con la riqueza el corazón se cierre a Dios, y se cierre también al prójimo, como se
ve en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). Sin
embargo, Jesús no condena de modo absoluto la posesión de los bienes terrenos: le
apremia más bien recordar a quienes los poseen el doble mandamiento del amor a
Dios y del amor al prójimo.
El ejemplo de Cristo, así como su palabra, es norma para los cristianos.
Sabemos que todos, sin distinción, en el día del juicio universal, seremos juzgados
sobre nuestro amor concreto a los hermanos. Es más, será en el amor manifestado
concretamente como muchos, aquel día, descubrirán que encontraron a Cristo, aun
no habiéndolo conocido de manera explícita (cf. Mt 25, 35-37).
Padre Félix Castro Morales
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)