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XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Sábado
Lc 20, 27-40
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos . En una primera instancia podemos
destacar la figura del Dios vivo y personal que está en el centro de la fe auténtica
(cf. vv. 13-14). Su presencia es eficaz y salvífica; el Señor no es una realidad
inmóvil y ausente, sino una persona viva que ‘gobierna’ a sus fieles, ‘se compadece’
de ellos y los sostiene con su poder y su amor.
Por otra parte, podemos pensar en la realidad consoladora de la resurrección
de los muertos. La tradición bíblica y cristiana, fundándose en la palabra de Dios,
afirma con certeza que, después de esta existencia terrena, se abre para el hombre
un futuro de inmortalidad. La fe en la resurrección de los muertos se basa, como
recuerda la página evangélica de hoy, en la fidelidad misma de Dios, que no es Dios
de muertos, sino de vivos, y comunica a cuantos confían en él la misma vida que
posee plenamente.
Por tanto, el Dios vivo quiere la vida de los hombres. El se revela para
salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres. Pero Él no deja
llamar incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con Él. Así, por
ejemplo, la oración acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada
recíproca entre Dios y el hombre. El Dios vivo nos llama siempre a vivir con Él.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)