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Natividad de la Santísima Virgen.
El 8 de septiembre es, en el calendario litúrgico de la Iglesia, la fiesta de la
Natividad de María, que cae precisamente nueve meses después de la solemnidad
de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, 8 de diciembre. Al determinar
estos dos días de fiesta, la Iglesia ha tenido en cuenta el tiempo natural de una
gravidez humana. De este modo se veneran y santifican de modo particular estos
nueve meses del desarrollo del hombre en el cuerpo de la madre.
La Natividad de la Virgen María constituye una especie de “prólogo” de la
Encarnación: María, como aurora, precede al sol del “nuevo día”, anunciando la
alegría del Redentor. Así, pues, existe una estrecha relación entre el nacimiento de
Jesús y de María. La importancia de esta fiesta es señalada por la figura y el rol de
esta mujer. Por su Sí al proyecto de Dios, por su amor y sus cuidados, por su fe en
el Dios liberador que puso en ella su mirada, por su esperanza que encarna las
esperanzas de su pueblo.
María es hoy, en efecto, como la aurora que anuncia la aparición del Sol de
justicia, de vida, de amor. En el programa de Dios, María forma parte de los
secretos divinos, y será la mujer que acompañará al Mesías en su camino de
salvación de todos los hombres.
La Natividad de la Virgen María fue para el mundo un anuncio de la salvación,
que es la finalidad última de la vida de cada uno de nosotros. Que María nos
obtenga la gracia de la fe, la paz del alma y la esperanza de la vida eterna.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)