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Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre)
Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. En este día sentimos que
se reaviva en nosotros la atracción hacia el cielo, que nos impulsa a apresurar el
paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro
corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya
ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice un célebre canto
espiritual: “Cuando venga la multitud de tus santos, oh Señor, ¡cómo quisiera estar
entre ellos!”.
En efecto, en la solemnidad de Todos los santos, la Iglesia se goza al
contemplar a tantos hijos suyos que, a través de los siglos, han llegado a la casa
del Padre. Ellos nos acompañan con su intercesión. Que su fidelidad a la voluntad
de Dios nos estimule a avanzar con humildad y perseverancia en el camino de la
santidad, siendo en todas partes testigos valientes de Cristo.
La Iglesia ha establecido sabiamente que a la fiesta de Todos los santos
suceda inmediatamente la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. A nuestra
oración de alabanza a Dios y de veneración a los espíritus bienaventurados, que
nos presenta hoy la liturgia como “una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” ( Ap. 7, 9), se une la
oración de sufragio por quienes nos han precedido en el paso de este mundo a la
vida eterna. Mañana les dedicaremos a ellos de manera especial nuestra oración y
por ellos celebraremos el sacrificio eucarístico.
En verdad, cada día la Iglesia nos invita a rezar por ellos, ofreciendo también
los sufrimientos y los esfuerzos diarios para que, completamente purificados, sean
admitidos a gozar para siempre de la luz y la paz del Señor.
En el centro de la asamblea de los santos resplandece la Virgen María, “la más
humilde y excelsa de las criaturas” (Dante, Paraíso , XXXIII, 2). Al darle la mano,
nos sentimos animados a caminar con mayor impulso por el camino de la santidad.
A ella le encomendamos hoy nuestro compromiso diario y le pedimos también por
nuestros queridos difuntos, con la profunda esperanza de volvernos a encontrar un
día todos juntos en la comunión gloriosa de los santos.
Que esta hermosa aspiración anime a todos nosotros los cristianos y nos
ayude a superar todas las dificultades, todos los temores, todas las tribulaciones.
Queridos hermanos, hermanas, pongamos nuestra mano en la mano materna de
María, Reina de todos los santos, y dejémonos guiar por ella hacia la patria
celestial, en compañía de los espíritus bienaventurados “de toda nación, pueblo y
lengua” ( Ap. 7, 9). Y unamos ya en la oración el recuerdo de nuestros queridos
difuntos, a quienes mañana conmemoraremos. Padre Félix Castro Morales
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)