II DOMINGO DE ADVIENTO A
(Isaías 4:1-5.9-11; 2 Pedro 3:8-14; Mark 8:1-8)
Fue una tarjeta de Navidad desequilibradora. Algunos la describirían como no
apropiada. Sin embargo, el que la recibió estuvo agradecido. La tarjeta llevó
la imagen de Jesús crucificado en la portada. El mensaje adentro fue el
acostumbrado “Feliz Navidad”. Es como el remitente quería despertar al
mirador a la raíz más profunda del gozo navideño. El evangelio hoy nos
presenta una vista parecida.
Juan el Bautista se asoma en el evangelio como un salvaje. No lleva ropa de
lana sino de pelo de camelo. No se nutre de pan sino de saltamontes. Como
se ha dicho de un encuentro con Dios, Juan nos repulsa y fascina al mismo
tiempo. Es como el gran humanitario Mahatma Gandhi. No llevó ni pantalones
ni camisa sino tela tejida con su propia mano. Se dice, aunque algunos lo
niegan, que Gandhi bebió su orina. Si o no es la verdad, estamos atraídos y
repelados a él como Juan el Bautista.
La gente acude a Juan en el desierto con la expectativa. No les importa el
aislamiento, mucho menos la escasez de agua. Vienen de lejos para ver algo
maravilloso. Es el mismo lugar en que Dios produjo el maná que alimentó a
una nación entera. Ahora nosotros también experimentamos la expectativa.
Pues, es el Adviento con la Navidad apenas tres semanas en adelante.
Ciertamente los niños esperan a Santa. Nosotros adultos también esperamos
el aguinaldo, el descanso, y las fiestas al fin del año.
Sin embargo, nos está faltando lo más oportuno si limitamos las expectativas
en este tiempo a cosas materiales. El Adviento nos exige esfuerzo para
realizar algo que definitivamente cambie la vida. Queremos arrepentirnos
para ver claramente el asombro que nos viene. No se habla de pecadillos aquí
sino las acciones que traicionan el nombre cristiano. Puede ser la
conservación de rencor entre hermanos. Una vez dos sacerdotes trabajando
en el mismo hospital rehusaban a reconocer uno y otro. Se pasaban en el
pasillo sin dar a uno y otro el saludo. Puede ser algo más oscuro aún. En el
evangelio el grito de Juan mueve a la gente al reconocimiento de sus pecados.
Se acude a él para obtener el lavamiento de fraudes, engaños, y
envalentonamientos.
Tan útil como sea el bautismo de Juan, no tiene el poder de aquel que va a
venir. Juan no lo conoce quien será; sólo sabe que él va a bautizar con el
Espíritu Santo. Ese Espíritu proveerá la fortaleza para hacer lo bueno cuando
se pone el camino cuesta arriba. Cualquier persona puede amar a una
persona que le haga bien, pero sólo aquellos con el Espíritu de Dios hacen
esfuerzos por aquellos que les traten mal. El Espíritu de Dios le llena a una
mayor de modo que ocupe el verano tejiendo gorras para los pobres en
invierno. Diferentes de Juan, nosotros hemos identificado el que va a venir. Es
Jesús cuya llegada a luz celebramos en veintiún días. Él nos cumplirá la
promesa de un mundo renovado cuando regrese. Por eso, rehusamos volver
este mes de expectativa en puro comprar, comer, y coquetear. Más bien,
incluimos en nuestros quehaceres la penitencia – tanto el sacramento como la
disciplina -- la oración, y la atención a los pobres.
En una famosa pintura del crucificado se asoma Juan el Bautista a su
izquierda. Lleva el pelo de camelo pero ya cubierto con la tela roja de un
mártir. Con su dedo apunta a Jesús torcido en la cruz como si estuviera
diciendo que ya lo conoce. Ya lo conoce como el que compartirá su Espíritu
para que se arrepienta la gente. Ya lo conoce como el que dará la fortaleza a
los pobres. Ya lo conoce como el que va a cumplir nuestras expectativas.
Padre Carmelo Mele, O.P.