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I Semana del Adviento
Lunes
Mt 8, 5-11
“Y les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa
con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos , mientras que los hijos del
reino serán echados a las tinieblas de fuera» ( Mt 8, 11-12). Aquí se observa
claramente cómo la invitación a participar del Reino de Dios se vuelve universal:
Dios tiene intención de sellar una alianza nueva en su Hijo, alianza que ya no será
sólo con el pueblo elegido, sino con la humanidad entera.
El evangelista san Lucas narra cómo, en sus apariciones durante cuarenta días
después de la resurrección, Jesús había hablado del “reino de Dios” (Hch 1, 3),
como un Reino universal, que refleja en sí el ser de Dios infinito, sin los limites y las
divisiones que caracterizan a los reinos humanos.
Es voluntad del Padre lo que Jesús pedirá a los discípulos: pasar del reino de
Dios en la tierra de Israel al reino de Dios en todas las naciones. El Padre tiene un
corazón universal y establece, mediante el Hijo y en el Espíritu, un culto universal.
La Iglesia brota del corazón universal del Padre, y es católica porque el Padre dirige
su paternidad a toda la humanidad (cf. RM 12).
En el Niño, al que nos preparamos durante el adviento para recibirlo, se
manifiesta la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres (cf. Tt 2,
11). De hecho, el nombre que dieron al recién nacido fue Jesús, „Dios da la
salvación‟, sintetiza su misión y es una promesa para todo el género humano:
“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad” (1 Tm 2, 4); “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” ( Jn 3, 16).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)