II Domingo de Adviento, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
Lecturas:
a.- Is. 40,1-5.9-11: Preparad un camino al Señor
El texto del profeta está tomado del conocido “Libro de la Consolación” (cfr. Is. 44-
55), que nos introduce, en su canto, necesario para consolar a Israel. La esclavitud
y exilio en Babilonia han concluido, se prepara un nuevo éxodo bajo la guía de Dios
hacia la tierra de promisión. Israel revive sus inicios desde Egipto, ha llegado la
hora de la liberación, su retorno es inminente, será un signo de salvación,
manifestación visible de salvación, es el triunfo de Yahvé sobre los ídolos
extranjeros. Revelación de la gloria de Dios sobre la humanidad. “Una voz clama:
«En el desierto abrid camino a Yahvé, trazad en la estepa una calzada recta a
nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase
lo escabroso llano, y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahvé, y toda
criatura a una la verá. Pues la boca de Yahvé ha hablado.» (vv. 3-5).
El desierto, es espacio del encuentro de los fieles con Dios, y el camino, un estilo
de vida o de muerte con Dios o sin ÉL. Juan Bautista se convertirá en esa voz que
prepara el camino del Señor, Jesús será el camino. Esta salvación habrá que
gritarla, porque ante la fragilidad de la carne, la hierba, el viento recio de la palabra
de Yahvé permanecerá para siempre. Así como ese viento abrasa la naturaleza, así
cambiará los designios de los hombres, para llevar a término su plan de salvación.
Será el pastor que conduce su grey, como quien recoge su salario, como rey
vencedor. Se reúnen así tres imágenes de Yahvé: la realeza, el servicio y el amor a
su pueblo. Reina sirviendo, orgullosos de su recompensa y padre que en sus brazos
sostiene a los pequeños, los corderos. Vemos los primero albores del reino
mesiánico, hecho de justicia y de paz, de perdón y reconciliación. El profeta
anuncia, en definitiva, la llegada de la redención que Jesucristo, trae a cada ser
humano.
b.- 2Ped. 3,8-14: Esperamos un cielo y una tierra nueva.
La segunda lectura, nos presenta cómo los cristianos esperaron la segunda venida
de Jesús, como algo inminente. Magno acontecimiento que esperaban protagonizar
como era salir al encuentro del Señor (cfr. 1Tes. 4, 14ss). El regreso tardaba, y al
desasosiego siguió la crisis de fe. La solución teológica, es considerar el tiempo del
Señor es muy distinto que el de los hombres (cfr. Sal.90,4). Mejor argumento es
pensar para qué, nos concede Dios ese tiempo, su finalidad que no es otra que
demostrar su amor por el hombre, que quiere conceder a todos la posibilidad de
convertirse. Es toda una gavilla de gracias que nos concede para ello, con lo que
queda claro que no es el cálculo humano lo que importa sino la intencionalidad
divina la que realmente importa. La parusía del Señor será como la venida,
inesperada e imprevisible, de un ladrón, de ahí las continuas exhortaciones
evangélicas a la vigilancia. El Esposo de la Iglesia viene… no sabemos cuando. La
descripción del fin del mundo, coincidiría con el día del juicio, que sería destruido
por el agua y el fuego, el primero ya había venido con el diluvio, se esperaba el
fuego consumidor. La intención del apóstol es catequética, es decir, más que
pensar en cuando vendrá, es mejor orientar la vida hacia la luz que viene, la
conversión responsable que prepara el juicio ante Jesucristo. La confianza en Dios y
la entrega a una vida moral digna de cristianos, podría adelantar ese día tan
esperado. Si Dios destruye el mundo, es para crear uno nuevo, donde reine la
justicia (cfr. Mt. 19, 28; Ap. 20,11; 21,1). Si bien el apóstol hace una descripción
de realidades visibles para hablar de la nueva creación en su catequesis quiere
recalcar la acción invisible de Dios en la vida del cristiano. La belleza de los cielos
nuevos y de la tierra nueva está en la justicia que se vivirá en ellos, es decir, el
perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios.
c.- Mc. 1, 1-8: Preparad un camino al Señor.
El texto de Marcos hace una presentación histórica y teológica de Jesús (vv. 1-13).
El primer testimonio a su favor lo entrega Juan Bautista, el último profeta del AT y
el primero del Nuevo, testimonio que proclama también la voz del Padre, en el
bautismo la divinidad del “Hijo amado” (cfr. Mc. 1,11), y luego de ser tentado por
Satanás y superarlo, los ángeles le servían (cfr. Mc. 1, 13). Se inaugura una nueva
etapa de relaciones con Dios, sin la frecuente oposición, que se conoció en el
pasado en el desierto. La presentación del Bautista está hecha con referencias a los
profetas (cfr. Mal. 3, 1; Is. 40,3), y de la misión preparatoria ante el
acontecimiento de Jesús de Nazaret, pórtico que une ambos testamentos. El
mensaje de Juan es una invitación a la conversión, a la penitencia, al perdón de los
pecados (v. 4). El nombre de Juan significa: Dios misericordioso, se presenta en su
misión de anunciar y bautizar. Las muchedumbres que acuden a escucharlo, más
que un logro personal es una manifestación de que han llegado los tiempos del
Mesías (v. 5). La figura del Bautista que nos presenta el evangelista, preocupa más
que toda su persona está consagrada a su misión, y no a su persona (v. 6).
Finalmente la referencia de Juan a Jesús, que viene tras él, reconociendo su propia
inferioridad, señala que “no es digno de desatarle la correa de sus sandalias” (v.7),
labor que sabemos era propia de esclavos. La otra diferencia se refiere a la calidad
de su bautismo hecho de agua y penitencia, y el de Jesús hecho de agua y Espíritu
Santo.
La conversión, es cambio de rumbo, de vida en cuanto a los criterios y actitudes,
dejar los nuestros para asumir los de Jesús y su evangelio. Esta Palabra de vida, es
un don del Padre, que acogemos para hacerlo vida. Se trata de crecer con ella, día
a día, porque ilumina, nutre, orienta nuestro pensar y corazón, pensamiento y
voluntad, a mirar al Señor, a amar a Jesucristo. Es el camino de santidad que
siempre va de lo antiguo a lo nuevo, siempre tendiendo a lo mejor, lo perfecto;
este es el camino que Jesús trazó para cada hombre. La meta de este camino de
santidad es Jesús, pero la vida verdadera es Jesús y la única verdad es sólo El. Este
encuentro nuevo con Jesús, es el cumplimiento de lo prometido por Yahvé a su
pueblo en el desierto: “He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que
te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado. Pórtate bien
en su presencia y escucha su voz; no le seas rebelde, que no perdonará vuestras
transgresiones, pues en él está mi Nombre. Si escuchas atentamente su voz y
haces todo lo que yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis
adversarios.” (Ex. 23, 20-22), el precursor prepara el camino del Señor que vendrá
a su pueblo, entrará en su templo: “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar
el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien
vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene,
dice Yahvé Sebaot” (Mal. 3,1). El desierto aparece como lugar especial para el
encuentro con Dios, la Palabra nos lleva a él para tener una fuerte experiencia de
Dios, el vestido del Bautista, quiere Marcos significar, dejar lo superfluo, en
nuestras exigencias de la vida cotidiana, para buscar lo esencial, lo único necesario,
el bien verdadero (cfr. Mt. 19, 16-23).
La invitación de Juan es a que recorramos como él, el camino de vida que nos
propone en la espera del Mesías que viene. Ponerse a la escucha de su Palabra
como hizo él, desde la alegría por la llegada del Esposo hasta el ocultamiento, la
kénosis, centrado en la espera, olvidándose totalmente de sí mismo. Su espera es
de una Persona concreta, el Mesías, alimentar la esperanza con la Palabra de los
profetas, cambiar de vida, para proyectos nuevos. Si nos acercamos a Juan
Bautista es para disponernos a la penitencia, como las muchedumbres al Jordán,
pero en nuestro caso ya redimidos, bautizados en el Espíritu Santo. El Adviento
nos presenta esta exigencia anual de preparar el camino del Señor con la
conversión personal para que su verdad y justicia, su amor y paz reinen en nuestra
vida diaria hasta la segunda venida del Señor. En esto consiste la espera del día del
Señor que llegará, pero también está en nosotros acelerar esa venida con una vida
santa. Así confluyen como un cruce de caminos el pasado, el presente y el futuro,
donde la esperanza entrelazada de fe y caridad, se abren a la tensión amorosa de
la vigilancia activa. Que habite la justicia en nuestra vida depende de nosotros y de
los que también buscan el Reino de Dios. Si vino al seno de María es para estar con
los hombres, lo mismo cuando lo recibimos en la Eucaristía, cuando dialogamos con
ÉL en la oración. Es Adviento, es espera y esperanza, que cuanta más se tiene más
se alcanza.
Sor Isabel de la Trinidad, carmelita descalza escribe a un amigo seminarista, en
tiempo de Adviento: “Dice San Agustín «que el amor, olvidándose de su propia
dignidad, desea elevar y engrandecer al ser amado. El no tiene otra medida que ser
sin medida». Pido a Dios que le llene con esta medida sin medida, es decir, según
«las riquezas de su gloria» (Ef. 3, 16), que el peso de su amor le arrastre hasta
aquella feliz pérdida de que hablaba el Apóstol cuando decía: «Vivo enim iam non
ego, vivit vero in me Christus» (Gal. 2, 20). Tal es el sueño de mi alma de
carmelita y creo que también el de su alma sacerdotal. Pero lo es sobre todo el de
Cristo, y le pido que lo realice plenamente en nuestras almas. Seámosle en cierta
manera una especie de humanidad prolongada, en la que pueda renovar todo su
misterio. Le he pedido que se establezca en mí como Adorador, como Reparador y
como Salvador, y no puedo decirle la paz que da a mi alma pensar que El suple mis
impotencias y que, si caigo continuamente, El está allí para alzarme y llevarme más
en El, al fondo de esa esencia divina en la que habitamos ya por la gracia y donde
querría sepultarme tan profundamente que nadie me pueda hacer salir. Es allí
donde mi alma encuentra la de usted, y con ella me callo para adorar juntos a
Aquel que nos ha amado tan divinamente.” (Cta. 214).