Comentario al evangelio del Viernes 09 de Diciembre del 2011
Querido amigo/a:
No hay peor sordo que el que no quiere escuchar. Y digo escuchar y no oír. El Diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua define escuchar en su primera acepción como: prestar atención a lo
que se oye. Y oír como: percibir con el oído los sonidos. Lo que quiero resaltar es que escuchar es un
verbo mucho más activo que oír. Yo escucho a alguien y oigo llover. Pues bien, para ser un buen
seguidor de Jesús, hay que escuchar. El Adviento nos invita a escuchar. Necesitamos reaprender el arte
de la escucha. Escuchar los sonidos de la naturaleza, escucharnos a nosotros mismos, escuchar lo que
nos dicen los otros con sus palabras y con su lenguaje no verbal (lo que no dicen con palabras pero
expresan con distintas actitudes), escuchar los signos de los tiempos…
El hombre y mujer contemporáneo tiene una obsesión y justificación que lo persigue angustiosamente:
“no tengo tiempo”. En una vida acelerada y estresada como la urbana se hace muy difícil la escucha;
donde no hay escucha no puede haber una comunicación fluida, y donde la comunicación es pobre,
suelen nacer la mayoría de nuestros conflictos, malentendidos con los demás, suspicacias y
susceptibilidades. Si no hay tiempo para escucharnos, ¿cómo va a haber tiempo para escuchar a Dios?
Creo que este es el drama de muchos hombres y mujeres, que no pueden encontrarse con Dios (tener
experiencia de Él) porque no lo sienten, y no lo sienten porque no lo escuchan ni en sí mismos, ni en
los demás, ni en los más pequeños, ni en la naturaleza,… ni en ninguna parte. Sin la escucha no puede
nacer la acogida del mensaje, ni en consecuencia la fe.
La Palabra de hoy nos invita a escuchar, a practicar esta actitud tan sanadora y necesaria para vivir con
más paz y apertura. El profeta Isaías se lamenta: Si hubieras atendido a mis mandatos… Y Jesús
también se lamenta de que esa generación no escuchó a Juan el Bautista (el otro protagonista del
Adviento) ni le escuchan a Él. Shesmá Israel (escucha Israel), escucha Pueblo de Dios, escucha.
Escucha querido amigo/a. El Señor nos habla, nos llama constantemente. Habla a través de los
acontecimientos cotidianos, también en los más extraordinarios; habla en la Palabra de cada día, habla
en el interior de tu corazón, en tus pensamientos y sentimientos; habla a través de los otros, de los que
te cruzas en tu jornada diaria; grita en los más necesitados, en los acontecimientos de la historia… Abre
tus oídos. Estate atento. El Señor habla. Digámosle hoy en nuestra oración: ¡habla Señor que tu siervo
escucha!
Vuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf.
Juan Lozano, cmf