DOMINGO 2º DE ADVIENTO (B)
Lecturas: Is 40,1-5.9-11; S. 84; 2Pe 3,8-14; Mc
1,1-8
Homilía por el P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
Preparen el camino, conviértanse
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios”. Así se inicia el Evangelio de San Marcos, que la
Iglesia nos pide que leamos en los domingos de este año
litúrgico. Es posiblemente el texto más antiguo de los
cuatro que tenemos hoy. Lo escribe Marcos,
posiblemente en Roma. Su fuente primera es la
catequesis de San Pedro a la comunidad cristiana de
Roma. Marcos, muy cercano a Pedro por amistad
familiar, vino a ser como su secretario; también
acompañó a Pablo en su primer viaje apostólico y en
otras ocasiones (v. 1Pe 5,13; Col 4,10; Hch 12,25). En
su casa, que debía ser grande, se reunía una comunidad
cristiana. Al fin de la vida de Pedro o apenas muerto ya,
escribe el evangelio a petición de los cristianos de Roma.
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios”. Este título de “Hijo de Dios”, referido a Jesús, hay
que entenderlo en su pleno contenido dogmático, como
ustedes lo hacen. Porque Jesucristo es en verdad “el Hijo
de Dios”. Así se le llama, sin ninguna exageración,
simplemente porque lo es. Y lo es en el sentido de la fe
cristiana: no ha sido creado, es el Hijo natural de Dios
Padre; preexiste desde la eternidad, porque es Dios con
el Padre. Esta es una de las muchas veces que la
Escritura expresa la fe cristiana en la divinidad de Cristo.
El evangelio de Marcos, pues, supone desde el comienzo
que el lector cree ya que Cristo es Dios, el Hijo de Dios,
hijo de Dios por naturaleza.
Los cuatro evangelios prologan la presentación de
la vida pública de Jesús con la figura de San Juan
Bautista, que aparece en Judea meses antes en el
desierto exhortando a la conversión y penitencia y
anunciando la próxima aparición de Jesús, el Mesías o
“Ungido” de Dios, prometido repetidamente por Dios en
el Antiguo Testamento.
La Iglesia se está preparando en estas semanas
del adviento para la Navidad, el nacimiento de Jesús.
Varios son los modos de Jesús de estar presente y de
venir a la Iglesia y a cada uno de nosotros, que somos
piedras vivas del gran templo, que es la Iglesia, morada
de Dios entre los hombres y con los hombres. Como ya
lo expliqué, uno de esos modos está en la liturgia. En
cada tiempo litúrgico Dios viene a la Iglesia con gracias
especiales. La Navidad es un tiempo especialmente
fuerte; por eso debemos estar todos bien vigilantes;
recuerda a San Juan Bautista y nos repite con fuerza su
mensaje: Jesucristo, Dios salvador, viene lleno de gracia
y de verdad; aprovéchate para crecer en el conocimiento
de la verdad de Dios y también del hombre que eres, y
en la gracia del dominio y posesión de ti mismo para que
tu vida sea más fecunda todavía de lo que es y pases por
este mundo haciendo el bien y glorificando a Dios, como
lo hizo Cristo.
La vigilancia cristiana y la preparación del camino
a Cristo, que viene, tiene siempre puntos comunes. Juan
“predicaba que se convirtieran y se bautizaran para que
se les perdonasen sus pecados”. También la preparación
para la Pascua, otro gran tiempo de gracia, incluye el
esfuerzo de conversión. En general el camino de la
gracia de Dios empieza siempre ahondando la
conversión; adviertan que la misma misa, como tantos
actos de piedad, comienza activando el deseo y esfuerzo
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de conversión y la petición de su gracia, como por
ejemplo en el rito inicial de la misa.
Por eso, hermanos, no lean ni escuchen este
evangelio de hoy como cosa ya sabida, realizada de
modo suficiente y que tal vez no se refiera a mí, que
llevo años de vida cristiana, recibiendo con frecuencia los
sacramentos, orando a diario, participando activamente
en una obra de apostolado. Si la palabra de Dios, al
leerla o escucharla, no me mueve a entrar en la viña y
trabajar, es que no la he entendido.
¿Alguno querrá compararse con San Pablo? Pues a
pesar de trabajos apostólicos jugándose la vida, haber
sido encarcelado y azotado, con tres naufragios, con el
esfuerzo y ciencia que suponen las numerosas cartas a
las iglesias, con las gracias místicas de oración que tuvo,
dice sin embargo de sí mismo en la Carta a los Romanos
que “el pecado está en mí”, que a veces queriendo hacer
el bien acaba haciendo el mal, vencido por la dificultad
de la concupiscencia o tendencia del pecado, es decir
que sigue teniendo que luchar contra su propia
naturaleza, que le estorba el servicio de Dios. Gracias a
Dios que cuenta con la gracia (v. 2Cor 11,23-12,10;
Ro 7,14-20).
Nadie se imagine que no necesita de conversión.
Es necesidad constante de un cristiano. Para que la
Navidad sea de verdad una fiesta, la fiesta de Jesús que
viene, es necesaria la conversión. Aquellos hombres se
conmovían con la predicación del Bautista, se
arrepentían de sus pecados y lo manifestaban dejándose
bautizar. También nosotros necesitamos conversión.
Conviértanse, renueven el esfuerzo y confiesen sus
pecados, reciban los sacramentos; que el que viene les
bautizará con el Espíritu Santo. ¿No hay un defecto que
hace menos agradable la vida de familia o la vida de
trabajo? ¿Han crecido este año en su vida de oración?
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¿Les es menos difícil o más fácil? ¿Quién no está a gusto
en compañía de quien ama? ¿Cómo llevo las cruces y
sufrimientos? ¿Quejas, lamentos, siembra de tristeza?
¿Se dan gracias a Dios por lo que se tiene o siempre hay
insatisfacción por lo que no se tiene? ¿Doy limosna? ¿con
alegría? ¿puedo dar más? ¿Cómo pienso o hablo de los
demás? ¿sobre todo de sus defectos o de sus virtudes?
Que la Inmaculada Virgen María, cuya fiesta
vamos a celebrar esta semana, nos ayude con su apoyo
en este nuestro esfuerzo para estar bien preparados
para celebrar esta Navidad.
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