Ciclo B. III Domingo de Adviento B
Mario Yépez, C.M.
Seguimos en el camino del adviento con esperanza y en este segundo domingo, el
Señor nos pide renovar nuestro compromiso de evangelizadores; anunciadores de
Buenas nuevas. “Consolad, consolad a mi pueblo”. Alguien tiene que consolar al
pueblo de nuestro Dios. Isaías habla palabra de Dios; esta Palabra que irrumpe en
la historia del Israel que regresa del exilio y se encuentra desesperanzado ante el
deseo de reconstruir la ciudad de Jerusalén y el Templo. Un tiempo difícil; de
mucho pesimismo; de muchas dudas sobre el futuro y en esa realidad, Dios
irrumpe con su Palabra para dar esperanza. Y el profeta siente esa “necesidad” y se
lanza a ser el vocero de la esperanza para el pueblo de Yahvé. ¿No me siento
llamado también para hacer lo mismo? Pues alguien tiene que subir a lo alto para
aclamar la bondad del Señor. Dios quiere manifestar su pastoreo pero necesita
profetas para llevar la buena noticia de su venida a sus ovejas. Pero, no perdamos
el horizonte del adviento: esperamos la venida de Cristo. A veces se está más
pendiente en los signos de su venida que en su propia venida. Se distrae tanto en
señales en el cielo y cálculos vanos cuando se nos pide disponibilidad a su
presencia. Cuando se dan tiempos de confusión por gente que intenta destruir la
comunión, como en el contexto de la carta de Pedro; se busca referir mejor cuál es
la razn de nuestra fe. Por ello, la vocacin del cristiano es “construir el Reino
desde la esperanza”. ¿Qué difícil es encontrar a Dios cuando no hay misericordia y
justicia entre nosotros? “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la
paz se besan”. Es a través de nuestra vivencia de fe cmo vamos a allanar los
senderos tortuosos y aplanar los valles elevados. Los acontecimientos nos hablan
de estar alertas, en vela; no están para sobresaltarnos y perder de vista que
estamos construyendo el Reino. Por ello Juan El Bautista reconoce que viene
alguien detrás de él; más fuerte que él; esa es la misión del Bautista; preparar los
corazones para la venida del que bautizará con Espíritu Santo. De esta manera,
estamos llamados a ser signos de esperanza para nuestros hermanos;
anunciadores de buenas nuevas; constructores del Reino que está por llegar a su
plenitud; voluntarios para abrir camino al que viene, “el más fuerte que yo”.
Centremos nuestra esperanza en Cristo; no en nuestras seguridades y digámosle
en este momento a Dios: “Aquí estoy Seor, envíame”. Alguien tiene que consolar a
este pueblo; alguien tiene que anunciar que el tiempo de crisis y del pecado ha
terminado. Dios viene a traer salvación en el hoy de nuestra historia y de nuestra
vida.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)