Ciclo B. III Domingo de Adviento B
Pedro Guillén Goñi, C.M
En el evangelio de hoy sigue adquiriendo protagonismo, en este tiempo de
adviento, la figura de Juan Bautista. El prólogo del 4º evangelio, el de San Juan que
la liturgia nos propone como reflexión, destaca la presencia del Bautista como
testigo de la Luz. Jesús es la luz verdadera porque lleva a plenitud la revelación
iniciada en el Antiguo Testamento. Hoy Juan Bautista nos da ejemplo de sinceridad,
humildad y de luz. Inmersos como estamos en la oscuridad de nuestras propias
debilidades y limitaciones no podemos olvidarnos de ser testigos de la luz. Juan
Bautista no se refiere a cualquier luz que alumbre nuestro camino, -estos días de
Navidad adornan profusamente calles y fachadas-, sino a la presencia contagiosa
del Señor. Ser testigos de la Luz implica interiorizar la Palabra, asimilarla en el
fondo de nuestro corazón y transmitirla con fe. Ante tanta palabra hueca,
interesada, vacía y por que no, palabras también de aliento y consejo, nos
corresponde discernir entre esas palabras y la Palabra. Quien va a venir va a ser la
Luz que rompe las tinieblas del pecado que envuelve nuestro egoísmo y nos
despeja el horizonte para proyectar nuestro camino hacia la fuente donde emana
el amor verdadero.
San Pablo, en su carta a los tesalonicenses y que leemos en la 2ª Lectura, nos
habla de la alegría porque la llegada del Señor es motivo, sí, de responsabilidad y
vigilancia, pero a la vez de fiesta. No parece fácil mantener un ritmo de alegría y
gozo en estos tiempos marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo
aunque siempre existen también parcelas y momentos que invitan al optimismo y al
sentido auténtico de proyección que debemos dar a nuestros propios
planteamientos y motivaciones . ¿Cómo inundar de alegría a las personas que no
pueden satisfacer las necesidades primarias o se encuentran sumergidas en el paro,
la violencia, la droga…?. La alegría del cristiano rompe las barreras de nuestras
propias limitaciones y nos convoca a vivir una comunidad de fe, esperanza y amor.
No es solamente la manifestación externa de un momento compartido, esa risa
externa aparente que es necesario alimentar como terapia sicológica pero que
termina con ese momento coyuntural que la ha gestado, sino la actitud permanente
de la presencia del Señor en nuestro corazón que nos hace sentirnos bien para
afrontar con serenidad las situaciones difíciles y celebrar con gozo aquellos
momentos de bendición y de gracia.
No apaguemos el espíritu, nos dice el Apóstol San Pablo, para agradecer los dones
de Dios y dar sentido cristiano de acogida al Niño Dios que ya llega. La oración, que
es la manera permanente de relacionarnos en diálogo sincero y abierto con el
Señor, y la acción de gracias, ya que hemos sido llamados y protegidos por Dios,
serán actitudes fundamentales para cultivar y profundizar en este tiempo de
esperanza y vigilancia ante el Señor que se acerca para hacer morada en nosotros.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)