IV Domingo de Adviento, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Lecturas:
a.- 2Sam.7, 1-5. 8-12.14-16: El reino de David durará para siempre.
La primera lectura, nos sitúa en los últimos años del reinado de David, habiendo ya
trasladado el Arca a Jerusalén, consolidada la paz en todos los territorios del reino,
Israel se había asentado en ese territorio. Mientras el rey está en su palacio, el Arca
permanece en un lugar provisional. Será el profeta Natán, que recibirá la inquietud
del rey por construir un templo para Yahvé y el Arca. Natán, fue consejero de
David, su amigo de siempre, pero por sobre esa amistad el profeta defiende los
derechos de Dios, no vacila en reprocharle su adulterio con Betsabé (cfr.2 Sam.11-
12). Si bien aprobó los deseos del rey David, esa misma noche, Yahvé le revela que
será ÉL quien le edifique una casa a David (vv.11-13). Como a Abraham, lo hará
famoso en toda la tierra, no rechaza la obra en sí, pero no será David, sino
Salomón quien construya el templo (cfr. Gn.12, 2; 1Re.8,19). Quizás la razón de no
haber podido hacer David, esto realidad la encontramos en que había derramado
demasiada sangre en sus batallas (cfr. 1Cró.22,8; 28,3). A los buenos propósitos
de David, Yahvé responde con generosidad en promesas, que son trascendentales
para el rey: Israel ya no será nómada, sino que lo plantará definitivamente en
Palestina, echará raíces y vivirá en paz. Además Yahvé, le promete la continuidad
de su estirpe o descendencia para el futuro, porque una vez que termine su vida y
baje al sepulcro junto a sus padres, Dios suscitará de él, su posteridad, la que
saldrá de sus entrañas, y afirmará su reino para siempre (v.13; cfr.1Cró.17,11;
Gen. 28,8; 47,30; 1Re.2,10 Gen.14,4). Yahvé va a profesar un gran afecto paternal
a la descendencia de David, como un padre siente cariño por su hijo, pero en la
misma medida que les profesa amor, castigará a quienes se aparten de su voluntad
en caso de obrar el mal, como hacen los padres de la tierra con su hijos (cfr.
Sal.89,31-34). El mayor castigo o corrección de Dios será apartarles de su dignidad
real y destruyendo para siempre la descendencia davídica (cfr. 1 Re.2,4;
Sal.132,11). La continuidad entonces de la descendencia queda condicionada a la
fidelidad de la estirpe de David a los camino de Yahvé, y del pacto de la alianza.
Más que pensar en Salomón, la promesa se cumplirá más bien en toda la
posteridad, como le entendía David y lo dejó expresado en los Salmos (cfr.vv.12-
16; 2Sam. 7, 19.25.27.29; Sal.89,30-38; 132,11-12). La promesa está más allá de
Salomón, la perspectiva profética vislumbra un descendiente de David, que reunirá
todas las condiciones que encierra el oráculo, con un marcado acento mesiánico. La
simiente designa una colectividad, pero también, un individuo concreto (v.13), con
lo que se confirma la continuidad de profecías, que hablan de un Mesías, hijo de
David. Isaías alude a esta profecía, que asegura una paz perpetua sobre el trono de
David y su reino para consolidar el derecho y la justicia (cfr. Is.9,6), un eco lo
encontramos en las palabras del ángel Gabriel a María (cfr. Lc.1,32). En síntesis: El
Mesías será hijo de David, y su reino será eterno
b.- Rom. 16, 25-27: Manifestación del misterio mantenido oculto durante
siglos.
El apóstol Pablo, termina su epístola a la comunidad de Roma, desconocida para él
hasta ahora, dando saludos a personas conocidas seguramente venidas de otras
iglesias fundadas por Pablo. No teniendo nada más que agregar, se despide con una
doxología, verdadero himno a la omnipotencia y sabiduría de Dios, en su obra de
salvación de los hombres. La doxología final, el apóstol la toma de la apocalíptica
judía (cfr. Dn.2, 18-19), la idea del misterio lleno de sabiduría, escondido en Dios,
desde siglos (v.27; cfr. 1Cor. 2,7; Ef.3,9; Col.2,2-3), y que ahora es revelado en
Cristo, y en la predicación del evangelio (v.25; 1Cor.2,7.10; Ef.3,5.9; Col.1,26),
pero lo lleva a su culmen, en la salvación, ofrecida en la Cruz por Cristo a todos los
gentiles (v.26; Rm.11,25; Col.1,26-27; Ef.3,3-12; 6,19). Este es el objeto de la
predicación de Pablo (v.25; Col.1,23; 4,3; Ef.3,3-12; 6,19), hasta la restauración
del universo en Cristo de todas las cosas, como su única Cabeza (cfr. Ef1,9-10).
Recordemos que el tema central de la epístola, ha sido exponer la revelación de la
salvación operada en los hombres por medio del evangelio (cfr. 1,16-17). Además
el apóstol deseaba visitar la comunidad, para confirmarlos en la fe (cfr. Rom.1,,11;
1 Cor.1,8; 1 Tes.3,2). Lo que llama “su evangelio” no es otra cosa que su
predicación centrada en Cristo, misterio ahora revelado, escondido en Dios y en la
revelación del AT, manifestado ahora con el acontecimiento Jesucristo y la
predicación de la buena noticia llevada a cabo por los apóstoles (cfr. Rm.1,5; 3,21;
10,15), llevando a los hombres a la obediencia de la fe. Es la palabra de Dios, el
instrumento para revelar y confirmar este misterio de salvación obrada en Cristo
Jesús (cfr. Rm.1,2; 3,21; 4,23; 15,3-4). A Dios, que puede confirmarles en la fe, y
que ha concebido la salvación, único sabio (v. 27; cfr. Rm. 11,33), sea la gloria por
los siglos de los siglos. Esa gloria es por Cristo, instrumento de salvación y único
mediador ante Dios.
c.- Lc. 1,26-38: Concebirás en tu vientre y dará a luz un hijo.
El evangelio, nos refiere la visita del arcángel Gabriel a María anunciándole que será
la Madre del Mesías. El anuncio, se realiza al sexto mes del embarazo de Isabel, lo
hace el arcángel Gabriel, hombre de Dios (v. 26). Todo acontece en la región de
Galilea, tierra de judíos, dedicados al comercio. Tierra de judíos y gentiles, objeto
del desprecio de los habitantes de Judea, por considerarlos judíos, no puros por su
relación con otros pueblos y costumbres, que asumieron con el correr del tiempo
(v.19; Is.8,3; Tob.12,15). En esa región de Nazaret, zona universal, se realiza el
anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios (v. 27). María, era virgen, pero ya
desposada con José, tendría entre doce y catorce años, tiempo para casarse de las
jóvenes, mientras los varones se casaban entre los dieciocho y veinticuatro años.
Destaca el evangelista, que José era de la casa de David, porque los derechos
dinásticos venían por parte del padre. El ángel la saluda a María, con el: “Alégrate”
(v.28), es una llamada al júbilo mesiánico, eco de la llamada de los profetas a la
Hija de Sión, y como ésta motivada por la venida de Dios entre los hombres (cfr.
Is.12, 6; Sof. 3,14-15; Jl. 2, 21-27). La saluda, no por su nombre, sino como llena
de gracia, “gratia plena”, se trata de la plenitud de agraciamiento de parte de Dios,
tú que has sido y sigues estando llena del favor divino, es porque va a ser la Madre
de Dios. “El Señor está contigo” (v. 28), esta expresión se dice del pueblo, o de
alguna persona, con una misión particular de parte de Dios, una acción eficaz que
realizará en ella (cfr. Rut.2,4). Ante la turbación de la joven, el ángel se explaya en
el proyecto salvífico de parte de Dios para el hombre pecador. María, va a ser la
Madre del Mesías, por una especial elección divina. Las referencias proféticas
mesiánicas del AT, no quieren sino conectar el anuncio, con el cumplimiento de
ellas en este niño que se encarnará en su seno, y que ahora se anuncia su venida.
Luego de invitarla el ángel a no temer, le explica: “Concebirás y darás a luz un hijo
a quien pondrás por nombre Jesús” (v.31). Hay una referencia a la profecía de la
concepción virginal del Mesías (cfr. Is. 7, 14), ella le pondrá el nombre propio, ya
que Emmanuel era el nombre profético (cfr. Mt.1, 18-25). “Le dará el trono de
David su padre” (v. 32). Se sabía que el Mesías sería hijo de David, desde la
profecía de Natán (cfr. 2 Sam. 7, 12-14), tanto así que en los evangelios se le llama
con frecuencia de este modo. “Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reino no tendrá fin” (v. 33). Es el universalismo mesiánico, reunidas las doce tribus
de Israel; era tarea del Mesías devolver al judaísmo su unidad ideal y primitiva (cfr.
Is. 49,6; Eclo. 48,10). La duración del reinado, se asegura es para siempre, se
trata de un mesianismo trascendente, más allá del tiempo, ya que lo temporal tiene
fin, como todas las cosas. Como mujer israelita, María comprende que será madre
del Mesías, su fecundidad dependerá del Espíritu Santo, es una obra ad extra de
Dios (v. 34). El poder del Altísimo, la cubrirá con su sombra, como el Arca en el AT,
y la gloria de Yahvé llenaba la morada (v.35; cfr. Ex. 40, 34; Nm.9,18-22; Lc.9,34;
22,69). El Espíritu Santo, la acción divina, fecundará a María, bajará a ella, estará
en ella, como en el antiguo tabernáculo, pero al presentar a María como templo,
significa que el que va a morar en ella es Dios: que su Hijo, del que ella va a ser
tabernáculo y templo es el Hijo de Dios. “Lo nacido será santo, será llamado Hijo de
Dios” (v. 35). Bíblicamente, por el hecho de ser creado, puede ser llamado hijo de
Dios, como Adán, pero aquí se deja ver por el contexto, que será por esa
concepción particular, será reconocido públicamente, por lo que realmente es: el
Hijo de Dios, porque Dios tomó carne de María. Será Santo, es título mesiánico (cfr.
Hch. 3, 14; Mc.1, 24; Jn. 6, 69). De todo cuanto le comunica el ángel a María, le da
una señal de confirmación, también su parienta Isabel, espera un hijo en forma
milagrosa, porque para Dios no hay nada imposible (v. 38). Finalmente, si esta es
la voluntad divina, María acepta, proclamándose la esclava del Señor (v.39), toda
una muestra de fe y confianza en la Palabra de Dios y de sus efectos en el alma,
humildad y obediencia. María, se pone en actitud de sierva, es decir, no tiene ante
el Dios Altísimo, otra voluntad que la suya.
Sor Isabel de la Trinidad, escribe una poesía en la Navidad de 1903: “Hay uno que
comprende el Misterio”. Es el Verbo, Esplendor del Padre, su Palabra, su Verbo
Encarnado, que tiene en Isabel, su Casa de Dios, donde Jesús viene como
Adorador, Revelador y Redentor, para que ella puede vivir el “Amo Christum”. La
última estrofa esta dedicada a María Inmaculada del Adviento y Navidad. “Madre
del Verbo, dime tu misterio./ Dime cómo viviste en este mundo,/ desde la
Encarnación, /sumergida en incesante adoración./ En una paz inefable/ y un
misterio silencio/ conociste al Insondable,/ llevando en ti el don de Dios./ Bajo el
divino abrazo/ guárdame siempre, Madre,/ que lleve siempre el sello/ de este Dios
todo amor./ Amo Christum” (Poesía 88).