Feria Mayor (Adviento)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Día 17 de Diciembre
a.- Gen. 49,2.8-10: No se apartará de Judá el cetro.
La primera lectura, nos habla de la profecía mesiánica de Jacob sobre la tribu de
Judá, que obtiene una primacía sobre el resto. Su esplendor lo alcanza con David y
Salomón, pertenecientes a esa tribu, pero que alcanza su cenit en Jesucristo, el
Señor, el Mesías –Rey (cfr. Ap. 5,5). El texto pertenece a las llamadas bendiciones
de Jacob, cuando se encuentra en Egipto, cercano a su muerte. Como su padre,
Isaac, había hecho en ese momento (cfr. Gn. 27), Jacob imparte su bendición, es
su herencia para los suyos. La bendición es un descubrir el futuro de cada uno de
sus hijos fundada en la palabra del patriarca, que habla en nombre de Yahvé.
Bendición y palabra intrínsecamente unidas, con la fuerza de su cumplimiento en el
futuro. Este texto comienza como anuncio del futuro, y termina como bendición
(cfr. Gn.49,1.28). Cada una de estas bendiciones, acontecimiento de las tribus en
la época de los Jueces, adquirieron esta configuración en la época de David, y
fueron introducidas en el Pentateuco en la época del regreso del exilio de Babilonia.
Destacan las bendiciones de Judá y de José, por varias razones, destacándose por
sobre las demás, la de Judá en el sur y la de José (Efrain y Manasés) en el centro
de Canaán. La bendición de Judá de origen yahvista pronostica hegemonía y
superioridad sobre sus enemigos. El león es su símbolo por ser el rey del bosque,
de la selva. Cetro y bastón de mando, hablan de Judá, símbolos de la realeza,
anuncio clarísimo a la monarquía de David, el que sometió a todos los pueblos
cercanos, formando un imperio, que rigió el destino de los pueblos, integrados en
una nación. Hasta el momento no había encontrado motivos de alabanza para sus
hijos, sin embargo, al llegar a Judá, todo cambia, cambia la perspectiva y el
horizonte: “Tú eres Judá” (v. 8), sus hermanos lo alabarán, es decir, reconocerán
sus superioridad, al vencer a sus enemigos. Por esto se postrarán ante él, los hijos
de su padre, es decir, las otras tribus. La hegemonía de Judá sobre las otras tribus
se cumplió en tiempos de David y de Salomón, de la tribu de Judá con las victorias
sobre arameos, filisteos, edomitas, moabita y amonitas. Judá es el león que sube a
las montañas para devorar a su presa y nadie se atreve a molestarle (v.9). Judá
también es presentado como rey soberano que tiene en sus manos el cetro y el
báculo o bastón de mando, entre sus pies hasta que venga aquel a quien le
pertenece el cetro o símbolo de poder. Su territorio será rico en viñas y pastos, de
forma que atará a la vid su borrico, lavará en vino sus vestidos y la leche
blanqueará sus dientes (cfr. Gn. 49,11). La interpretación mesiánica de este
vaticinio, parece identificarse con la época de los Jueces, reinterpretado en los
tiempos de David y de Salomón por su preeminencia, encontrando su marco
ideológico en tiempos de los profetas Amós, Isaías y Miqueas. Este texto se aplicó a
Cristo glorioso, “el león de Judá” (Ap.5,5). Se habla de la obediencia de los pueblos
de los pueblos prestarán a este personaje misterioso al que pertenece el cetro y el
bastón de mando, mientras Judá, mantiene esa preeminencia sobre las demás
tribus hasta que llegue aquel a quien pertenece ese cetro de mando, es decir, el
Mesías, a quien Judá dará el cetro para que continué con esta supremacía. La tribu
de Judá mantuvo esta primacía hasta el año 586 a. C., e incluso después del exilio,
porque ser la tribu de David y en su territorio estaba el templo de Jerusalén, centro
espiritual de todo Israel. Las promesas mesiánicas se cumplen en la descendencia
de Jacob. La descendencia de la mujer triunfará por sobre la descendencia de la
serpiente (cfr. Gn.3,15); la bendición de Noé, segundo padre de la humanidad,
recae sobre los semitas (cfr. Gn.9,26); a Abraham de origen semita, se le promete
la bendición para su descendencia (cfr. Gn.12,3), heredada por Isaac y Jacob, y
ahora se concretiza y anuncia por primera vez una persona que encarnará este
ideal mesiánico en un descendiente de esta tribu de Judá. La promesa se hace más
cercana en la familia de David, de la tribu de Judá (cfr. 2 Sam. 7, 11-17) y se
anuncia el lugar donde nacerá en Belén (cfr. Miq.5,3). Las profecías adquieren
perfiles históricos y humanos cada vez más concretos, en nuestro caminar hacia el
encuentro del Mesías, tan cercano a nosotros, Jesucristo, el Señor.
b.- Mt. 1,1-17: Genealogía de Jesucristo.
El evangelio, nos presenta la genealogía de Jesucristo, descendiente de Judá y
David. Esta genealogía de Mateo, es descendente ya que empieza en Abraham y
termina en Jesús, hijo de María y José. Entre los antepasados de Jesús,
encontramos de todo, unos muy buenos y otros no tanto. Si bien predominan los
hombres, línea masculina, hay cuatro mujeres: Tamar (Gen.38); Rahab, prostituta
de Jericó (Jos. 2), que tuvo un hijo de su propio suegro; Rut la moabita (Rut 4),
Betsabé, mujer de Urías y luego de David (2 Sam. 11), además de María, la madre
de Jesús. Dos de ellas eran extranjeras: Rahab y Rut. De este forma queda clara la
pertenencia de Jesucristo, y su solidaridad con toda la humanidad, en su condición
real y pecadora. Es la acción de la Providencia divina, que trabaja con la humanidad
y en la humanidad, guiándola hacia Cristo Jesús. Como Hombre y Dios verdadero,
se convierte en el modelo del hombre nuevo. Sólo en el misterio de Dios, se
esclarece el misterio del hombre, como enseña el Concilio, Adán es figura del que
había de venir, Cristo nuevo Adán, revelación del Padre y de su amor por el
hombre, revelándole lo que es y la vocación a la está llamado (cfr. GS 22). Si Cristo
se hace Hombre en el misterio de su Encarnación, es para que el hombre sea
divino, es decir hijo de Dios. Todo este movimiento, se centra en la maternidad
divina de María. Ella es la morada de Dios con los hombres, en Ella se realizó el
admirable encuentro personal de Dios con el hombre; tan divino y tan humano que
el Verbo de Dios, su Palabra se hace humano en María, se unió como nosotros.
Admirable misterio de amor.
Isabel de la Trinidad , e n la Navidad de 1901 escribía: “En el humilde y frío establo
¡qué hermoso está el Niño Jesús!/ ¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!/ ¡Sí, ha venido
para mí!/ Contemplando la gran miseria/ de los hijos que ha amado demasiado, /el
Padre, lleno de ternura/ les dio su Verbo adorado. (Poesía 75).