Feria Mayor (Adviento)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Día 23 de diciembre
a.- Mal. 3,1-4. 22-24: Envío mi mensajero a prepararme el camino.
La primera lectura es una crítica a los malos pastores del pueblo de Israel. Es el
tiempo de Esdras, tiempo de la restauración después del exilio. El Señor envía a su
mensajero para anunciar la renovación del culto por medio de un fuego purificador;
vendrá también el profeta Elías antes del día del Señor, para convertir los
corazones de padres e hijos, para evitar el castigo. Más importante que el
mensajero, era el mensaje, Dios vendrá a juzgar al mundo. En ese día hasta los
justos se sentirá sucios, impuros, cuando Yahvé juzgue, no con criterios humanos
sino según su justicia, la que purificando justifica. Las imágenes del fuego y la lejía
son fuertes en el sentido de expresar purificación y búsqueda de la verdad. Lo
primero que hay que purificar es al clero, los hijos de Leví, el sacerdocio, donde hay
pecado, pero con el deseo de inaugurar un nuevo culto, mientras llega ese día,
habilitará un culto como en el pasado, digno y espiritual; quizás no perfecto, hasta
que llegue el verdadero. Luego la purificación llega a las clases sociales, pero
también a los hechiceros, magos y cultores de artes ocultas, cuya pena es la
muerte; a los adúlteros, la falta de justicia en los tribunales; a los opresores de los
pobres, obreros, viudas, huérfanos y forasteros, símbolos de las clases más
indefensas. Es la respuesta profética al clamor de los justos contra los impíos, Dios
permanece fiel, se toma su tiempo, antes de intervenir, lo que no siempre coincide
con el clamor de los hombres. Pero ellos tampoco han cambiado, no han dejado de
r hijos de Jacob, pueblo insensato y de dura cerviz; están lejos del Yahvé, pero no
por ello dejan de ser los depositarios, herederos de la Promesa y de la Alianza. A
pesar de todo hay un Resto fiel, por el que opta Yahvé, un Resto mediador,
mientras se conjugan, pecado, justicia, castigo y fidelidad divina por salvar a su
pueblo. Toda esta profecía termina con el anuncio de la venida de Elías, el último
profeta, como es Malaquías, anuncia la llegada de Elías, el último de los profetas
del AT y el primero del Nuevo. Sobre Elías, se sabía de su subida al cielo (cfr. 2Re.
2,11), se esperaba su regreso (cfr. Eclo. 48,10-11), Jesús finalmente, identifica al
Bautista con Elías. Juan Bautista es el Precursor de Cristo, pero será Jesucristo,
quien llevará a cabo la verdadera conversión del corazón del hombre y el verdadero
juicio centrado en el amor.
b.- Lc. 1, 57-66: Nacimiento de Juan el Bautista.
El evangelio, nos narra el nacimiento de Juan, que con el espíritu de Elías, viene a
anunciar la venida del Mesías. Su nacimiento, circuncisión e imposición del nombre
son motivo de alegría para sus padres. Su nombre, significa “favor de Dios”, y
realmente fue otro favor de Dios para su pueblo, como lo había sido la vida y
mensaje de todos los profetas anteriores a Juan, orientados todos a Cristo Jesús. Es
su Precursor inmediato, más aún, lo proclamó, como el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo (cfr. Jn. 1, 29). Toda esta familia está al servicio del plan
divino, al servicio del Dios Salvador, en quienes cumple sus antiguas promesas.
Juan, nace con el espíritu y el poder de Elías, para preparar a Dios un pueblo bien
dispuesto, corazones convertidos a su voz. Su nacimiento, en circunstancias
extraordinarias, provocó la admiración de todas esas gentes que exclaman:
“Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se
comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón,
diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba
con él.” (vv. 65-66). La conversión, que predica Juan el Bautista, es una
preparación, para que la vida personal, sea un camino llano, para que venga el
Señor Jesús a nuestra vida. Que desciendan, los montes de nuestro orgullo y
soberbia, fuente de grandes pecados, por medio de la humildad y verdad,
reconocernos pecadores; elevar los valles, es levantar nuestro ánimo en vuelo de
esperanza cierta, ánimo renovado, para espíritus decaídos y sin ilusión. Que lo
torcido se enderece, es asumir con rectitud de intención, este cambio de
mentalidad y de corazón. La conversión personal, conlleva la transformación de las
estructuras sociales, la de los individuos responsables de los poderes públicos de la
sociedad. La conversión del Adviento, es volver al camino del Reino de Dios, hecho
de verdad y justicia, cimientos de la paz y el amor que en el nacimiento de Cristo,
son proclamados por los coros angélicos, en la gruta de Belén. Nuestro corazón, lo
podemos convertir, en otro Belén, para acoger la Vida de Dios entre nosotros:
Jesucristo el Señor.
Sor Isabel de la Trinidad medita sobre en la fiesta de la Trinidad y su obra en el
misterio de la Encarnación: “En profundo silencio, en inefable paz, / en oración divina
nunca interrumpida,/ rodeada toda de eternas luces/ se mantenía el alma de María,
Virgen fiel./ Su alma, como un cristal reflejaba / el Huésped que la habitaba, Belleza
sin ocaso. / María atrae al cielo. Y allí el Padre la entrega su Verbo, para ser su
madre. / El Espíritu de amor con su sombra la cubre, los Tres vienen a ella, el cielo
todo se abre, / y se inclina, adorando el misterio/ de Dios que se encarna en esta
Virgen Madre!” (Poesía 79).