Tercer Domingo de Adviento B
“En medio de vosotros hay uno que no conocéis”
Sin duda hemos oído hablar mucho de Jesús, conocemos bastante su vida, y con
frecuencia hasta nos dirigimos a El. Entonces, ¿a qué vienen estas palabras del
Bautista que encabezan estas líneas? Pienso que no están demás, porque es posible
que tengamos una idea un tanto distorsionada de Jesús.
Siguiendo los textos de la palabra de Dios de este domingo encontramos unos
rasgos que nos ayudan a revisar la imagen que podemos tener de Jesús.
Jesús es “alegría”, porque es Buena Noticia. El evangelio, más que una lista de
deberes, o de pecados a evitar, o de exigencias que nos oprimen, es una fiesta, una
invitación a la alegría, porque es la salvación. El anuncio del ángel a los pastores en
la noche de Belén, es una invitacin a la alegría: “Os traigo una buena noticia, una
gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido un salvador” (Lc 2, 11). El Salvador enviado por Dios nos es un juez
riguroso, ni un predicador de desgracias, o un aguafiestas, sino que viene”para dar
la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para
proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la liberta” (Is 61, 1).
Esta alegría no es superficial, fingida, fruto de un momento de euforia. Sino una
alegría que halla su fuente en algo muy hondo de nuestro ser, muy real en
nosotros. Podemos preguntarnos: ¿Tenemos derecho a estar alegres cuando tantos
problemas nos rodean, y tantas situaciones angustiosas conviven con nosotros?
¿Podemos vivir felices cuando tantas personas lo pasan mal? Con todo san Pablo
nos ha dicho en la segunda lectura: “Estad siempre alegres” (1 Tes 5, 16). Esto
significa que la alegría verdadera, es posible. Y que debemos vivirla con los pies en
el suelo, sin olvidarnos de los problemas de los demás. No una alegría de un rato
de expansión, sino la que brota de un corazón limpio y bueno.
El mensaje de la Biblia es profundamente optimista: Dios quiere la felicidad de los
hombres; su éxito, su expansión, los quiere colmados de abundancia y de plenitud.
Cuando san Pablo insiste en que el cristiano ha de estar siempre alegre (Fil 4,4) lo
justifica porque “el Seor está cerca”. Esta cercanía del Seor es una presencia que
conforta, que llena de paz, que purifica el corazón y abre a la esperanza. No es un
remedio a todas las calamidades, sino fortaleza que sostiene en medio de las
dificultades sin dejarse vencer por la adversidad. Es luz para “examinarlo todo,
quedándose con lo bueno”. Es presencia liberadora de todo egoísmo que atenaza y
destruye la armonía con los semejantes. Dios siempre quiere lo mejor para
nosotros, pero tenemos que saber caminar por los caminos que El nos va trazando,
y no por los que nosotros creemos que nos llevan a la felicidad. “Allanad el camino
del Seor”, no nuestros caminos.
Vivir la alegría cristiana es vivir desde la experiencia del amor y la salvación para
trasmitir la Buena Noticia de la verdadera alegría. Es una vida llena, en paz y
solidaridad, que se hace testimonio de que la presencia de Jesús no es una
quimera, sino una realidad transformadora. Se hace voz que grita en el desierto de
este mundo anunciando, no con palabras, sino con la vida que “en medio de
nosotros hay uno que no conocemos”, pero que está ahí, que ha venido, que viene
y que vendrá a llevar a plenitud su obra de salvación.
Son muchos los que hoy viven la alegría de la cercanía del Señor, estando muy
cerca de los que sufren y son marginados. Pero esa presencia testimonial logra
aliviar el sufrimiento, llevando un gran amor al corazón. Son los que han allanado el
camino del Señor, viviendo un Adviento sencillo y constante para no peder el paso
del Señor que viene llenándolo de su Espíritu.
Joaquin Obando Carvajal