DOMINGO 4º ADVIENTO (B)
Lecturas: 2Sm 7,1-5.8-11.16; S. 88; Ro 16,25-27;
Lc 1,26-38
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
Háganse en mí según tu palabra
Los textos de la escritura dan hoy los últimos
toques a la preparación para la Navidad. El primero
narra la gran promesa a David de que un descendiente
suyo regiría por siempre a Israel; de esa esperanza
vivía el pueblo judío. En la segunda se canta el
designio de Dios, anterior a la creación del mundo, de
que el Hijo se hiciese hombre para salvar a todos los
hombres. El evangelio nos narra el comienzo de esa
historia con el anuncio a María y su aceptación por
ella, cuando “el Verbo se hizo carne y comenz a
habitar entre nosotros, los hombres” (v. Jn 1,14). En
vísperas de la llegada de Jesús María es signo y
modelo de la espera de la Iglesia.
Cuando se cumplió el tiempo de enviar su Hijo al
mundo, Dios mandó a Gabriel a la virgen María. Era la
elegida para ser la madre. El saludo muestra por qué:
“Alégrate, llena de gracia, el Seor está contigo;
bendita tú entre las mujeres”. El motivo único, que las
palabras del ángel indican, motivo de la elección de
Dios es que su plenitud de la gracia. Cada persona es
amada por Dios incondicionalmente por sí misma y con
amor personal; tiene para ella una misión y prevé la
gracia más que abundante para que la cumpla. Creada
para ser la Madre de su Hijo, cuando llegase el
momento de hacerse hombre, María fue dotada de una
gracia incomparable desde su concepción, desde el
primer momento de su existencia. En ese momento se
cumplió lo prometido cuando Dios castigó a la
serpiente, al Demonio, en el Paraíso: “Pondré
enemistad absoluta, radical y total (este sentido tiene
la expresión bíblica) entre ti y la mujer, entre tu
descendencia y la suya” (Gen 3,15). La Iglesia ha
llegado a ver en esta promesa la gracia de la
concepción inmaculada de María. Llena de gracia desde
el primer momento y fiel a ella, era para Dios lo único
valioso para ser su Madre y así lo resalta el ángel:
“llena de gracia”, convertida en gracia, y “bendita
entre las mujeres”, pues no hay otra mujer tan
beneficiada de la gracia como ella.
La plenitud en la gracia fue en María el único
motivo para que Dios se fijase en ella para ser su
Madre. La primera disposición para recibir a Jesús es
abrirnos a la gracia; todo contacto con Dios, todo acto
de fe, de esperanza y caridad que nos une con Dios es
fruto de la gracia. Llenémonos de gracia para recibir a
Jesús en la Navidad. Una buena confesión purificadora,
un arrepentimiento especial de defectos y pecados
más comunes, de los que hieren más a Dios y al
prójimo, de la deficiencia en las virtudes más urgentes,
como la oracin, la caridad, la humildad…
Pero el relato revela también otras verdades:
que la concepción de Jesús fue virginal y que el hijo de
María sería el Mesías prometido y esperado por los
judíos y además el Hijo de Dios, que se hacía hombre.
De María dice el texto que hasta aquel momento
había permanecido virgen: “el ángel Gabriel fue
enviado a una virgen…la virgen se llamaba María”.
María se turba porque no entiende qué quiere decir el
saludo del ángel. El ángel la quiere tranquilizar
anunciándole que va a ser madre del Mesías, el
descendiente de David prometido en la profecía que
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hemos escuchado en la primera lectura. Le deberá
poner el nombre de Jesús, es decir Jahvé salva; será
grande; será Hijo del Altísimo y reinará por siempre
sobre el pueblo de Israel. Todos estos datos son
rasgos claros de que ese niño es el Mesías prometido,
el salvador.
Sin embargo María no acepta (toda gracia de
Dios por grande que sea debe ser aceptada libremente
por la criatura) y responde: ¿Cómo puede ser si no
conozco varn? La expresin “no conocer varn” aquí
sólo puede tener el sentido de abstención del uso de la
sexualidad. La pregunta de María y lo que responderá
el ángel muestran que María tenía el propósito firme
contraído ante Dios de mantener su virginidad.
Entenderlo de otra manera, como había sido el caso de
Sara, la esposa de Abrahán, de Ana, la madre de
Samuel, y de otras mujeres, no hubiera provocado tal
pregunta; sería una buena noticia para una mujer
israelita, pero carecía de dificultad por “no haber
conocido varn” hasta ese momento si estaba en el
propósito de hacerlo después.
La respuesta de Gabriel asegura unas garantías
y una forma de concebir al hijo más que
extraordinarias: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es doble
afirmación de la intervención divina en la concepción
de aquel niño. Y aade: “por eso (es decir, como
resultado de esa acción de Dios) el santo que va a
nacer se llamará Hijo de Dios”. Recuerden que para el
israelita el nombre designa el ser: “se llamará Hijo de
Dios” es lo mismo que “será Hijo de Dios”.
Gabriel termina aduciendo como prueba la
concepción de Isabel en su vejez y concluye con una
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sentencia que para el creyente no admite respuesta:
“Para Dios no hay nada imposible”. Ante esto María
acepta, asumiendo plenamente su responsabilidad:
“He aquí la esclava del Seor”. Lo hará hasta la cruz.
“Hágase en mí según tu palabra”. Y “la Palabra
se hizo carne” (Jn 1,14). Vino la salvación al mundo
por María: ahora viene a cada uno de nosotros
también por María. De manos de María recibamos a
Jesús. Hagamos nuestra su actitud: la palabra del
Señor no volverá a Él vacía (Is 55,11). Llegará a
nosotros la paz y para Dios será la gloria (Lc 2,14).
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