IV Domingo de Adviento, Ciclo B
Segunda Lectura: Rom 16, 25-27
Ya estamos llegando a la Navidad. El hecho más relevante de la historia de la
humanidad, después de la resurrección de Jesús, es, sin duda, su Nacimiento:
misterio grande de nuestra fe cristiana: la Encarnación de Dios, es decir , Dios
hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María. El Hijo Eterno igual al
Padre, consustancial a Él, es enviado para hacer su morada entre nosotros.
En Jesús se nos ha revelado el misterio oculto durante siglos . La Encarnación
es en verdad epifanía-manifestación-revelación de la intimidad de la vida trinitaria,
es cumbre de la revelación y de las acciones amorosas de Dios por cada hombre,
porque revela también el misterio del Padre que envió a su Hijo y el del Espíritu que
Cristo nos manda junto con el Padre, y que nos hace capaces de
exclamar Abbá cuando hablamos con el Padre de Jesús. El misterio de Cristo sólo se
comprende en el misterio de la Santísima Trinidad, que Él mismo nos revela.
“Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el
misterio de su voluntad (cf. Ef., 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de
Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen
consortes de la naturaleza divina (cf. Ef., 2, 18; 1 Pe, 1, 4). Así, pues, por esta
revelación Dios invisible (cf. Col., 1, 15; 1 Tim, 1, 17), movido por su gran amor,
habla a los hombres como amigos (cf. Ex, 33, 11; Jn., 15, 14-15) y trata con ellos
(cf. Bar., 3, 38), para invitarlos y recibirlos a la comunión con El. Este plan de la
revelación se realiza con palabras y hechos intrínsecamente conexos entre sí, de
modo que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por
su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la
verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta
por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación” ( DV 2).
A la Iglesia se ha revelado “el misterio del reino de Dios” en la palabra y en la
misma existencia de Cristo. Jesús revela este misterio, en primer lugar, a los
Apóstoles: “A ustedes se les ha dado el misterio del reino de Dios, pero a los que
están fuera todo se les presenta en parábolas” (Mc 4, 11). El hombre maduro en la
fe conoce el misterio de la salvación revelado en Cristo y los milagros y
hechos divinos que prueban que este misterio se realiza en la historia humana y en
la historia personal de cada hombre.
Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
"últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo" ( Heb, 1, 1-2), pues envió a su
Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera
entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (cf. Jn., 1, 1-18); Jesucristo,
pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado a los hombres " 198 , "habla palabras de
Dios" ( Jn., 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió
(cf. Jn., 5, 36; 17, 4). Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (cf. Jn., 14,
9),- con toda su presencia y manifestación de sí mismo, con sus palabras y obras,
señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre
los muertos, con el envío, finalmente, del Espíritu de verdad, completa la revelación
y confirma con testimonio divino que Dios está con nosotros para librarnos de las
tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna (DV 4).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)