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IV Semana del Adviento
Martes
Lc 1, 26-38
Concebirás y darás a luz un hijo . En realidad, como hemos escuchado en el
relato del evangelista san Lucas, la gloria de la Trinidad se hace presente en el
tiempo y en el espacio, y encuentra su epifanía más elevada en Jesús, en su
encarnación y en su historia.
San Lucas lee la concepción de Cristo precisamente a la luz de la Trinidad: lo
atestiguan las palabras del ángel, dirigidas a María y pronunciadas dentro de la
modesta casa de la aldea de Nazaret, en Galilea, que la arqueología ha sacado a la
luz. En el anuncio de Gabriel se manifiesta la trascendente presencia divina: el
Señor Dios, a través de María y en la línea de la descendencia davídica, da al
mundo a su Hijo: “Concebirás en el seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre” ( Lc 1, 31-32).
Aquí tiene valor doble el término „Hijo‟, porque en Cristo se unen íntimamente
la relación filial con el Padre celestial y la relación filial con la madre terrena. Pero
en la Encarnación participa también el Espíritu Santo, y es precisamente su
intervención la que hace que esa generación sea única e irrepetible: “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso
el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” ( Lc 1, 35).
En el centro de nuestra fe está la Encarnación, en la que se revela la gloria de
la Trinidad y su amor por nosotros: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Jn 1, 14). “Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16). “En esto se manifestó el amor que Dios
nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio
de él” ( 1 Jn 4, 9).
Aprendamos en este Adviento, y siempre, de María a acoger al Niño que por
nosotros nació en Belén. Si en el Niño nacido de ella reconocemos al Hijo eterno de
Dios y lo acogemos como nuestro único Salvador, podemos ser llamados, y
seremos realmente, hijos de Dios: hijos en el Hijo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)