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IV Semana del Adviento
Viernes
Lc 1, 57-66
El nacimiento de Juan el Bautista. El Evangelio que hemos escuchado, sobre el
nacimiento de Juan el Bautista, ya nos anuncia el nacimiento de Jesús. Y es que,
también así, la liturgia busca decirnos que Juan Bautista es el que prepara el
camino del Señor, y deberá convertirse en el heraldo del Mesías, de aquel que la
Virgen de Nazaret ha concebido por obra del Espíritu Santo.
El nacimiento de Juan ha sido rodeado por varios signos prodigiosos: los padres
ya no tenían edad para tener hijos; además, Zacarías se queda mudo en el Templo
y sólo recobra el habla cuando le pone a su hijo el nombre de Juan. Tan llamativo
era lo que pasaba que “se apoder de todos sus vecinos el temor y se comentaban
estos acontecimientos por toda la montaa de Judea”.
Mañana por la noche será la Nochebuena, el momento de revitalizar el
nacimiento de Jesús en nuestro corazón. Y así como los vecinos de Juan Bautista
descubrieron, que las señales que acompañaban a Juan Bautista anunciaban cosas
grandes en él, a nosotros nos corresponde descubrir mañana en el niño de Belén la
señal de Dios en la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él
se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y
grandiosidad, externas. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No
quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro
amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través
del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su
pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con
Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Sigamos reparando el
corazón para que mañana nazca para todos la luz del amor, para que nosotros
podamos comprenderlo, acogerlo, amarlo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)