Solemnidad. La Natividad del Señor
Misa del día
NOBLEZA VENIDA A MENOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando el hombre se independizó de resguardarse en la oquedad de la montaña,
de vivir de huevos de los nidos y fruta de los árboles. Cuando fue capaz de hacerse
un cobertizo, almacenar agua y encender fuego, empezó una nueva vida. Fue un
cambio lento, pausado en el progreso de los útiles que le permitían subsistir y
paulatino en el avance de la mente, que descubría cosas, que sufría percances, que
empezaba a pensar por su cuenta, en una palabra a tener conciencia de que tenía
conciencia. No os creáis, mis queridos jóvenes lectores, que el progreso fue cosa de
unos años, ponedle unos cuantos miles, sin buscar ninguna exactitud.
Unos descubrieron que a ciertos animales se les podía domesticar y aprovecharse
de su piel, su carne, sus cuernos, sus huesos y su lana. Su vida no podía
permanecer en el mismo lugar, sus rebaños exigían diaria dedicación. En una
palabra, se hicieron pastores, nómadas, beduinos, como queráis llamarles. Estas
labores las realizaban erguidos, elevar su vista por encima de los rebaños, oteando
lejanos horizontes, era su orgullo, su altivez.
Otros, en cambio, descubrieron que ciertos vegetales eran comestibles, se les podía
plantar y recoger sus frutos a su tiempo. La arcilla permitía ser modelada y hasta
endurecida por el fuego. Eran los labradores. Su oficio les exigía agacharse para
arañar la tierra y arrancarle la cosecha, el labrador tendía a ser humilde.
Pero las cosas habían cambiado mucho ya en los tiempos de la primera Navidad. Un
pastor, por aquel entonces, ya era como un banderillero jubilado, en un país donde
las corridas de toros están prohibidas. Orgullo sí que puede tener, marginación y
hasta desprecio, también. He tenido cortos contactos con pastores. He tratado con
algunos, tanto en la meseta castellana, como en el pirineo, en el desierto o en el
bosque. Es un hombre diferente. Sus virtudes y defectos también lo son. Hablo de
los varones. Como ocupación femenina, pienso que solo se da en la infancia, en las
culturas beduinas del desierto. En llegando la pubertad, se entrega a la chica a
quien a los padres más les convenga. Hasta no hace mucho, en el mercado de
Beer-Sheva de los jueves, se encontraban muchachas a buen precio, según me han
contado.
No os niego que la estampa plástica de un numeroso rebaño en el desierto es
preciosa. Y que una niña vestida de vivos colores y de no más de ocho años,
cuidando cabras, es encantadora. Generalmente se las ve a distancia, huyen de la
vista de un extraño de inmediato, si se aproxima a menos de cien metros.
Os he contado estas cosas, mis queridos jóvenes lectores, para que entendáis lo
insólito del relato de Lucas. A ningún urbanita se le hubiera ocurrido inventar que
Dios se interesaba por los pastores , les comunicara el nacimiento de su Hijo y
hasta les ofreciera un concierto interpretado por ángeles. A poca distancia de Belén,
se cantó el primer villancico. Estoy seguro de que no sabían que eran los primeros
oyentes, pero les gustó el detalle y correspondieron a la predilección. Nobleza
obliga, pensarían.
Que les llevaran regalos o no, de esto no nos habla el evangelio. Tampoco hubiera
tenido la Sagrada Familia sitio donde poner las múltiples cosas que los relatos
populares cuentan. Lo que si dicen es que fueron a explicar lo que habían
escuchado. Se comportaron como gente comunicativa, pese a que hacerlo les
suponía desplazarse a medianoche. (Tal vez este detalle sea el origen de se piense
que el Mesías nació de noche, que, añadido a que el protoevangelio de Santiago
dice que el acontecimiento sucedió en una gruta, nos dan la clave para entender
nuestras representaciones familiares.
Pues, sí, fueron a contar lo que sabían y para María era el mejor regalo que le
podían hacer. Encontraría en ellos unos confidentes del Señor con quienes
compartir, como lo había sido Isabel, al inicio de su prodigioso embarazo.
María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón, dice y repite Lucas. Era
una mujer de vida interior, pero no por ello hermética. La rica ingenuidad que Dios
la había dado, la hacían comunicativa. Su Hijo de mayor remacharía el clavo y diría
a sus amigos: lo que se os ha confiado reservadamente, predicadlo vosotros desde
las azoteas. (Mt 10,27).
Acogió la Virgen a los pastores, los saludaría con placer también José, y se fueron a
contarlo a los del lugar. Llegaría un día en que Jesús escogería a sus apóstoles. El
Padre, en los alrededores de Belén, durmiendo al raso, despertó a estos beduinos.
Dejaron el rebaño y se fueron al encuentro de lo que se les había anunciado.
Fueron, sin que así los llamemos, los primeros apóstoles. En aquellos momentos
sería el mejor regalo de navidad que recibió Santa María. Estoy convencido de que
con ellos se encontraría más cómoda que con los posteriores confidentes, de los
que os hablaré, si Dios quiere, el próximo día seis. No dejéis de aprender la lección,
mis queridos jóvenes lectores.
Padre Pedrojosé Ynaraja