LA ESPERA DE MARÍA
(DOMINGO IV ADVIENTO. Ciclo B)
18 diciembre 2005
"A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María..." (Lc 1,26-38)
El texto del Evangelio que la Liturgia nos propone para este Domingo es paralelo al
de la anunciación a Zacarías (Lc 1,5-25). Y, a la vez, contiene elementos que hacen
contrastar a ambos pasajes.
Aquí abandonamos el marco solemne del templo y nos trasladamos a un pequeño
lugar de Galilea. La salvación de Dios llega desde un lugar humilde, fuera de las
grandes instituciones religiosas de Israel. Jesús, sin embargo, es descrito con los
rasgos del Mesías del Antiguo Testamento y como Hijo de Dios.
Y todo este misterio, fruto de la acción del Espíritu Santo, acontece en la muchacha
humilde de Nazaret: María.
Desde ella hemos de descubrir toda -¡tanta!- la riqueza de este pasaje. María es la
figura máxima de la expectativa mesiánica de Israel. Nadie como ella esperó, veló,
acogió. En María, culmina el adviento de la historia: una historia de gracia y de
pecado. En María, el hombre ha hecho sitio a Dios.
A María le correspondió creer y hacer realidad un proyecto excepcional y único: la
Encarnación. Ella escuchó la Palabra de Dios, recibió la fuerza del Espíritu, aceptó la
invitación divina.
María es el prototipo de la Iglesia que se prepara a recibir en la fe a Jesús que
viene a los hombres. Ella es nuestro modelo, ella nos muestra el camino que hemos
de recorrer en nuestra expectación de la venida, ya inmediata, del Señor.
Y es que la historia del amor de Dios a los hombres no ha terminado. Nosotros
debemos hoy creer y hacer realidad todos los proyectos de amor y de salvación que
nuestro Dios aún tiene para con los hombres. Dios quiere re-nacer en nuestra
historia. Dios quiere seguir siendo salvador. Hoy, la salvación depende de nosotros,
de nuestra respuesta.
María, en su actuar, nos muestra, hasta con detalle, los aspectos de esa respuesta
co-redentora. Ella responde desde la sencillez, desde el recogimiento, desde el
silencio, desde la humildad de la casa de Nazaret. Ella responde desde la confianza
en el Dios fiel. Ella responde desde el gozo de saberse elegida y bendecida. Ella
responde desde la pobreza, austeridad y pequeñez de Belén.
La Iglesia, nosotros, hoy, si queremos que los hombres continúen recibiendo la
salvación, no podemos olvidar que nuestra respuesta debe estar amasada de
silencio y oración, para que Su voz llegue nítida a nuestra vida; de alegría, la propia
del que se siente afortunado y premiado por elegido; de pobreza y
desprendimiento, para que nuestra entrega llegue a los más pobres y
desfavorecidos.
Sólo puede celebrar la Navidad quien se abre a Dios y a los hermanos. Los demás,
aunque se rodeen de muchas cosas, aunque canten y dancen, aunque vayan y
vengan... aunque visiten los templos, estarán celebrando otra cosa, pero no el re-
nacer del Dios-con-nosotros.
Miguel Esparza Fernández