M isa de media noche de la Solemnidad de la Natividad del Señor.
No dejemos de aumentar nuestro círculo de relaciones.
Estimados hermanos y amigos:
Un año más, estamos celebrando la Navidad. Nos hemos vuelto a reunir con
nuestros familiares y amigos, porque esta es una ocasión en que intentamos olvidar
nuestros problemas, y dejar a un lado los rencores que dificultan algunas de las
relaciones que mantenemos, porque tenemos muy arraigada la costumbre de
reunirnos, en la santa noche en que el Niño Dios nació, para demostrarnos cómo
nos ama el Dios Uno y Trino.
Las calles de nuestros pueblos y ciudades se han llenado de luces, indicándonos
que ha llegado el tiempo en que tenemos que comprar muchos regalos para
repartir, lo cual es cada año una tarea más difícil para quienes tienen una buena
posición económica, porque, ¿qué les regalarán a sus familiares y amigos, que ya
no hayan conseguido los mismos con anterioridad?
Cada época del año está asociada a una serie de tradiciones, y, aunque ello es
positivo, debemos evitar actuar por inercia, con tal de que podamos valorar al Dios
que se hizo Hombre para salvarnos, a nuestros familiares y amigos, a nosotros
mismos, y las posesiones que, gracias a Dios, hemos podido conseguir.
La Navidad es un tiempo propicio para que hagamos un recuento de los éxitos
que hemos logrado a lo largo de nuestra vida, porque, al estar acostumbrados a
olvidar lo bueno que hemos hecho, y al considerar demasiado los fracasos que
hemos vivido, podemos hacer que la amargura nos corroa el alma en estos días tan
entrañables, en que Dios nos invita a dar y recibir amor sin tacañería, pero no un
amor basado en la compra de bienes materiales, -en el reparto de regalos que
serán intercambiados por otros bienes de igual o mayor valor del de las dádivas que
concederemos-, sino en la imitación del modo en que Dios derrama incesantemente
su misericordia sobre nosotros.
Por causa de la publicidad con que somos bombardeados durante el Adviento y la
Navidad, tenemos muchas sugerencias para vivir la Navidad, haciéndonos regalos y
celebrando grandes fiestas, lo cual no es malo en absoluto, siempre que no
dejemos de satisfacer las necesidades de nuestros familiares, no nos olvidemos de
socorrer a los más necesitados de bienes espirituales y materiales de nuestro
mundo, y, si somos cristianos, evitemos el hecho de olvidar contribuir a sostener
las obras de nuestra Iglesia, de las cuales, en este tiempo de crisis económica, yo
les daría preferencia a la predicación del Evangelio, -porque la misma puede
hacernos solidarios con nuestros prójimos los hombres-, y a la ayuda a los más
necesitados de bienes espirituales y materiales.
La Navidad es un tiempo en que pensamos mucho en los sueños que tenemos y
aún no hemos cumplido. Si creemos que no podemos realizar las citadas
aspiraciones, y no tenemos un buen círculo de relaciones, dada la necesidad que en
este tiempo tenemos de no estar solos, podemos tener todo lo necesario, para ser
víctimas de una profunda tristeza.
¿Por qué tenemos una gran necesidad de rehuir la soledad en Navidad?
Necesitamos no sentirnos solos durante todo el año, pero, durante la Navidad, al
ver que la sociedad está de fiesta, y cómo la gente se saluda, habla entre sí más de
lo habitual, e intercambia regalos, en el caso de sentirnos solos, podemos ser más
conscientes de la necesidad que tenemos de tener buenas relaciones.
En este tiempo en que nos vienen a la mente recuerdos y emociones que han
marcado nuestra vida, tenemos una gran necesidad de tener familiares y amigos
con quienes compartir largas horas de conversación, porque la publicidad que
bombardea a la sociedad que se mueve por el interés de los bienes materiales,
juega con nuestra psicología con mucha habilidad, haciéndonos creer, -sin que nos
percatemos de ello-, que, si no adquirimos muchos bienes, y no tenemos
relaciones, no podemos ser felices, y, por ello, no tiene sentido, el hecho de
celebrar la Navidad.
Hay gente solitaria que no se entristece por causa de su situación, pues se
adapta a su situación actual. Tal es el caso de quienes tienen que trabajar haciendo
guardia en hospitales y en otros lugares, y, aunque muchos de los tales no sean
solitarios, lo normal es que quienes se sienten tristes por su soledad no piensen en
ellos, en el sentido de intentar llegar a la conclusión de que no son los únicos que
no pueden asistir a las celebraciones navideñas, sino que piensan que el mundo
está de fiesta, y que ellos sufren por situaciones de las que piensan que no pueden,
o no saben remediar.
La soledad no es un mal exclusivo de la Navidad, pues caracteriza la vida de
mucha gente en nuestro tiempo. Vivimos en un mundo caracterizado por el stress y
las prisas, y puede sucedernos que no tengamos el tiempo necesario para mantener
relaciones satisfactorias con nuestros familiares y amigos. Si no nos relacionamos
tal como debemos hacerlo con nuestros seres queridos, no podremos evitar que, al
perder la confianza que tenemos con los mismos sin percatarnos de ello, se
debiliten las relaciones que mantenemos con los tales.
En esta Navidad, deberíamos plantearnos la posibilidad de aumentar el tiempo
que pasamos con nuestros familiares, especialmente con los niños y los ancianos.
En ciertas situaciones, sucede que los niños no carecen de bienes materiales, pero
crecen sin disfrutar del afecto de sus padres. Igualmente, los ancianos, aunque
comprenden que sus hijos viven consagrados a la realización de sus actividades
laborales, se sienten solos.
Quienes se sienten desamparados en el tiempo de Navidad, deben pensar que el
problema que tienen no es exclusivo de ellos, pues afecta a mucha gente, durante
todo el año. Es importante que quienes se afectan por su soledad valoren las
relaciones que tienen en su justa medida, los éxitos que han cosechado y los bienes
que han conseguido, con tal de evitar sumirse en un estado de depresión
frustrante.
La soledad que podemos sentir en muchas ocasiones, no proviene del hecho de
que no mantenemos buenas relaciones, pues está fundamentada en nuestra baja
autoestima, que nos impide valorar todos los aspectos positivos de nuestra vida, y
nos insta a restarnos el valor personal que nos caracteriza. Si yo no me valoro
como persona, -y, al ser cristiano, no me valoro como un hijo amado por Dios-,
cuanto más me valoren mis familiares y amigos, más perderán los tales el tiempo,
porque sólo pensaré en la idea de que soy un fracasado.
¿Por qué atraemos los recuerdos dolorosos en Navidad, y olvidamos los
acontecimientos que nos han hecho felices, aunque sólo haya sido durante un corto
espacio de tiempo? Debemos ser fuertes para evitar la presencia de recuerdos
dolorosos en nuestra mente, para sustituir los mismos por pensamientos más
placenteros.
En el caso de que no podamos reunirnos con nuestros familiares y amigos,
porque no nos tratamos con ellos, o porque vivimos lejos de quienes amamos,
podemos valorar la posibilidad de relacionarnos con otras personas con tal de tener
nuevas relaciones, por ejemplo, formando parte de un voluntariado, lo cual no sólo
nos beneficiará en nuestra búsqueda de amistades, sino que, al recordarnos que
hay quienes sufren más que nosotros en el mundo, encontraremos fuerza para
seguir enfrentando y confrontando las dificultades características de nuestra vida.
Si intentamos aumentar nuestro círculo de relaciones, debemos recordar que las
grandes amistades se afianzan con el paso del tiempo. Necesitamos abrirnos
mentalmente al mundo, para que el mundo se abra a nosotros, y no desanimarnos
en nuestro empeño de evitar el aislamiento, aunque sean muchos los fracasos que
dificulten la consecución de nuestra meta.
Recordemos que la gente no sabe que estamos solos en nuestra casa. DE la
misma manera que quienes se casan necesitan independizarse de sus padres, para
constituirse en familia, si necesitamos tener amigos, somos nosotros quienes
tenemos que explotar todos los recursos de nuestra imaginación, con tal de
encontrarlos.
No todas las relaciones que mantenemos llegan a ser grandes amistades, pero no
por ello son inicuas las interacciones que tenemos con mucha gente. Quienes
tengan dificultades para mantener relaciones, pueden empezar a enfrentarse a su
problema, saludando a la cajera del centro comercial al que suelan ir, hablando con
quienes tengan confianza más a menudo, y apoyándose en la ayuda que pueden
prestarles, aquellos de sus familiares y amigos, que son muy abiertos de mente.
Hay que evitar el aislamiento no adoptando el hábito de expresar los pensamientos,
intentando ocultarlos, pensando el efecto negativo que pueden tener, en nuestros
interlocutores.
Imitemos a Dios esta Navidad, pensando en quienes sabemos que están más
aislados en nuestro círculo social, e intentemos acercarnos a ellos. Tengamos en
cuenta que puede suceder que haya quienes tengan problemas relacionales
causados por la timidez, la incomunicación que ha marcado su vida, u otros
factores, que no podrán relacionarse adecuadamente con nadie, hasta que un
profesional los ayude a vencer sus obstáculos.
Si la bondad de Dios se ha manifestado en el mundo por medio de Cristo,
hagamos que esa bondad acabe con la incomunicación de quienes se sienten
tristes, para que, de paso, aumentemos nuestro círculo de relaciones, porque ello
es positivo, tanto para quienes se sienten solos, como para nosotros.
En esta santa noche en que recordamos el Nacimiento de Nuestro Salvador, os
deseo una feliz Navidad, y que Dios os ayude a realizar vuestras más anheladas
aspiraciones.
José Portillo Pérez