Solemnidad. La Natividad del Señor
Misa de medianoche (Misa del Gallo)
MISA DEL GALLO
Padre Pedrojosé Ynaraja
No dice el evangelio que Jesús naciera a medianoche, pero se ha convertido el dato
casi en tradición. Hasta hace unos cuantos años, en nuestra Iglesia, solo se
permitía celebrar misa durante la mañana. La de Nochebuena, era una única
excepción, uno de los detalles que la hacían más interesante y deseable.
Si decimos que la familia es una iglesia doméstica, esta noche y estos días, el
belén, nacimiento o pesebre, era su altar y los villancicos, el gregoriano popular
más excelente. La situación económica, generalmente no boyante, no emborronaba
el misterio celebrado. En esta situación, el misterio era más hondo y provechoso.
Hoy el aburguesamiento de muchos, se trasforma en niebla espiritual que oculta lo
excelso.
José y María marchaban solos hacia Belén. La compañía del Hijo de Dios, oculto en
el seno materno, les llenaba de Esperanza, sin que el misterio que los anuncios
angélicos habían invocado, les incomodasen. No eran pobres de solemnidad. La
miseria inclina a la desesperación, como el lujo oculta lo sublime, dice Proverbios
30,8. O algo semejante.
Le llegó la hora a Santa María. Esperada y deseada, pero inoportuna. No había sitio
para ellos. Para otros sí, prudentes vecinos aposentados y previsores. No sabemos
nada de ellos. Su existir monótono, eliminaba la posibilidad de la aventura.
Aparentemente, el Matrimonio era una vulgar y anónima pareja que a nadie
preocupaba. Unos de tantos de entre los que acudían a la cuna de David. Pero no,
eran diferentes, pese a que nadie se diera cuenta. No se puede ser superficial si
quiere uno que la vida tenga sentido, que dure y satisfaga con plenitud.
Mis queridos jóvenes lectores, temo que no seáis jóvenes. Hoy en día, parece que
la biología domine a la totalidad del individuo. ¡y abundan tanto viejos de espíritu,
que han nacido no hace muchos años!
Para entender la Navidad hay que ser niño espiritual, o anciano fatigado y
satisfecho, que no envejecido, de haber sido siempre muchacho inquieto y eficiente
colaborador. Puede sentir agotamiento, mientras vive sediento del encuentro con el
Dios de Jesucristo, que es eternamente joven.
Hay que estar preparado, como María que no olvidó los pañales que necesitaría su
Niño. Pero no se puede ahogar la capacidad de sorpresa, que convierte un
acontecimiento como el que hoy celebramos, aparentemente banal, pero que
resulta ser el inicio de una portentosa existencia. Que una joven diera a luz a una
criatura, era natural, lo normal de esta edad, pese a que, en este caso, fuera
diferente, que no anómalo. La aparición de aquel Niño cambiara la historia de toda
la humanidad, la de entonces y la que proseguiría hasta el fin de los tiempos.
El pueblo judío de aquel entonces vivía generalmente de la agricultura, cultivo de
cereales, plantaciones de olivos y viñas. Complementaban estas labores, los
artesanos y comerciantes. La pesca era ocupación de pocos. Al mar le tenían pánico
aquellas gentes. Me refiero al Mediterráneo. El charquito Kinneret, simple lago de
descanso del Jordán, que descendía presuroso de las estribaciones del Hermón, se
calmaba un poco en el Hule, del que nadie se acuerda, enriquecía aquí su seno,
llenándolo de peces, que de inmediato se los dejaba arrebatar. Proseguía después,
sin pena ni gloria, su descenso, hasta fallecer en el Mar de la Sal, o Mar muerto.
Los ancestros, Abraham y Moisés, por citar solo dos, habían sido beduinos, y se
sentían orgullosos de serlo. Pero de esto el pueblo ya se había olvidado y a los
pastores los tenían marginados. Vida alejada de la ciudad, carencia de cultura,
ausencia de visitas a la sinagoga los sábados y al Templo cada año, eran
características que los convertían, a los ojos de los burgueses, en casi indeseables.
Olvidado el Santo Matrimonio de los notables de Belén, ignorados los pastores por
la plebe, son, no obstante, los protagonistas de esta noche.
Los desvelos de Dios Padre se concentran en su Unigénito que, a partir de hoy,
será conocido también como hombre. Pero no olvida a los pastores, (a ellos por el
momento, que vendrán más tarde los inquietos “magos”), a estos vulgares
ganaderos, es a los únicos que encarga mediante ángeles, que les llegue la noticia.
Esta es la escala de valores que tiene el Señor. Yo quisiera que esta noche, mis
queridos jóvenes lectores, os preguntaseis ¿Se parece a la mía? ¿Pienso y escojo
yo, como lo hace Él? ¿Me siento feliz y satisfecho de ir tirando o, como máximo,
calculando como puedo prosperar económicamente y rellenando las horas que me
quedan, de vulgar y repetida diversión?
Padre Pedrojosé Ynaraja