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Una tienda en nuestra contienda: Dios con nosotros
Natividad del Señor. Jn 1, 1-18
25 de diciembre de 2011
Es la pascua primera, la de Dios que nos nace como hombre. Luego vendrá la segunda pascua, la
de ese hombre que renace resucitado. En ambas pascuas se da el paso del Señor por nuestra historia:
nacido y renacido para nuestra redención. En el día de Navidad es lo que recordamos.
Hoy es Juan el evangelista que nos acerca esta historia. Fue el discípulo amado, el que se recostó
en el pecho del Maestro en aquella cena decisiva de intimidades, recuerdos y traiciones. No olvidará las
palabras esenciales que escuchó de los labios del Maestro. San Juan nos refiere al comienzo de su
Evangelio con estremecedoras palabras, qué es lo que hizo el Hijo de Dios: «La Palabra se hizo carne, y
acampó entre nosotros» (Jn 1,14). Una imagen que muy bien podría comprender aquél Pueblo que sabía a
lo largo de su historia lo que significa vivir a la intemperie y cobijarse en una tienda. La tienda era para el
pastor, para el peregrino, para el viajante... un lugar de reposo, de restablecimiento de las fuerzas
desgastadas.
Dios es el que ha querido “acamparse” en el terruño de todas nuestras intemperies, enviando a su
propio Hijo como una tienda en la que poder entrar para cobijarnos de todos los descobijos pensables de
nuestra vida. De este modo tan inaudito Dios ha cambiado de dirección y domicilio viniéndose a nuestro
barrio, a nuestra casa. Pese a todos los nobles esfuerzos y a los agotadores intentos de hacer un mundo
nuevo, constatamos nuestra incapacidad de diseñar una tierra que sea por todos habitable, una tierra en
la que las sombras de guerras, mentiras, corruptelas, tristezas, injusticias, muertes... no eclipsen el fulgor
por el que sueñan los ojos de nuestro corazón.
Dios se ha hecho tienda, se ha acampado, nos ha dirigido su Palabra, nos ha manifestado su
Gloria, nos ha regalado su Luz. Creer en la Encarnación de Dios, celebrar su Natividad, es posibilitar desde
nuestra realidad personal y comunitaria, que aquel acontecimiento sucedido hace dos mil años siga
sucediendo, y nuestra vida cristiana pueda ser un grito o un susurro del milagro de Dios: que los
exterminios que hacemos y subvencionamos, con todos nuestros desmanes y pecados de acción y de
omisión no tienen la última palabra, porque ésta corresponde a la de Dios que ha querido acamparse.
¿Podrán entrever nuestros contemporáneos, que efectivamente Dios no está lejano en su cielo,
que se ha acampado muy cerca de nosotros? ¿Qué gestos tendríamos que ofrecer para testimoniar esta
verdad, para que a través de nuestro vivir cotidiano tejido de pequeños o grandes momentos, puedan las
gentes experimentar en la historia cristiana que Dios es Amor, que es Ternura, que es Verdad, que es Luz,
que es Paz? Sólo si nuestra vida sabe a esto, si sabe a lo que sabe la de Dios, si somos tierra abierta para
que en nosotros y entre nosotros, Él siga plantando su Tienda en medio de nuestras contiendas.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo