Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
Lecturas: Is 52,7-10; S. 97; Heb 1,1-6; Lc 2,1-20
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
¡Todos a Belén!
Me sigue emocionando, como cuando lo leí por
vez primera, este fragmento de una felicitación de
Navidad. Se escribe en la Navidad del año 1943 desde
una prisión de la Gestapo, la terrible policía alemana
de los tiempos del nazismo. Su autor es Dietrich
Bonhöffer, conocido teólogo y pastor de la confesión
luterana, fervoroso cristiano, que tuvo el coraje de
denunciar la inmoralidad criminal del gobierno alemán
de aquel entonces.
Escribe a sus padres desde una cena de
aislamiento. Dice así: ―Sobre todo una cosa: no
piensen que en esta Navidad tan sola estoy hundido.
Miradas las cosas desde el punto de vista cristiano, no
puede ser gran problema pasar una Navidad en la
celda de una prisión. Aquí –en la cárcel–
probablemente muchos celebrarán una Navidad más
rica en significado y más auténtica que allí donde de
esta fiesta no se conserva más que el nombre. Un
preso capta mucho mejor que nadie que miseria,
sufrimiento, pobreza, soledad, falta de ayuda y culpa
tienen a los ojos de Dios un sentido totalmente distinto
al del juicio de los hombres. Pues Dios vuelve sus ojos
precisamente hacia aquellos de quienes los hombres
acostumbran a quitarlos, y Cristo nació en un establo
porque no había encontrado sitio en la posada. Todo
esto para un preso es una noticia verdaderamente
alegre‖.
Les puedo afirmar que mi experiencia personal
lo confirma. Todas las semanas visito una de las
cárceles de Lima. Para los que han encontrado a Dios
en su vida (y para algunos ha sido en ese lugar),
aunque la nostalgia de la separación familiar les haga
sufrir, están viviendo la Navidad de forma muy alegre
y llena de sentido; tal vez de las que hasta ahora
hayan tenido más sentido en sus vidas.
Dios se ha hecho niño y ha abrazado además
las penosas circunstancias de Belén. El Hijo de Dios se
ha desnudado de sus prerrogativas a fin de ser en todo
igual a sus hermanos y poder así representarlos.
Forma parte de la naturaleza y familia humana con
todas sus consecuencias aun en las suertes más
dolorosas de las vidas de los hombres. Por eso asumirá
la pobreza y el dolor desde los primeros momentos de
su existencia terrena. Entrando en la cueva, hasta
entonces refugio de animales y ahora habitación y
cuna del Niño Dios, el creyente comprende que no es
falso que el amor de Dios sea más que meras
palabras; más aún vive la experiencia de que su sufrir
y sus lágrimas tienen sentido. Entrar con fe en Belén
libera al creyente de su angustia, lo ilumina y da
sentido a su vida, lo libera de la amargura y de la
desesperación del mal.
Jesús no nació en las condiciones, que nos
narra el evangelio, solamente para sus coetáneos, sino
para todos. Por eso nos invita a todos. Ustedes, que se
han sentido invitados hoy a celebrar su nacimiento y
vienen con renovado fervor a esta eucaristía y otras
manifestaciones de fe, son hoy del número de los
pastores. También un ángel y una gran luz han brillado
en sus corazones; vayan sin tardar a Belén a ver, a
palpar, a escuchar, a dejarse maravillar por todo lo
que se nos sigue manifestando.
―Habiendo amado a los suyos —dice San Juan
al abrir el capítulo del último día de Jesús en su vida
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mortal— los amó hasta el fin‖ (Jn 13,1). Pero también
desde el principio los amó cuando vino a los suyos
lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). Y a los que le
recibieron les concedió poder hacerse hijos de Dios y si
hijos herederos, herederos de Dios y coherederos de
Cristo (Jn 1,12-13; Ro 8,15-17).
Dios, que quiere que todos los hombres se
salven y, como sin la gracia de Dios nadie puede
salvarse, a todos da su gracia en algún momento de su
vida para su salvación, no debemos extrañarnos de
que también fuera de la Iglesia dé gracias y gracias
extraordinarias como la que vemos en Bonhöffer. Pero
hemos de pensar que justamente a los hijos de la
Iglesia Católica, a la que ha dado, como a esposa
predilecta, todos los tesoros de su redención, a los que
han creído plenamente se les ha de dar su gracia con
la misma y aun mayor generosidad.
Por eso nos la ha de dar a nosotros. Vayamos,
pues, en espíritu a Belén. Vayamos con nuestros
problemas, con nuestras lágrimas, con nuestra cruz,
con nuestros pecados y arrepentimiento. Tendremos la
experiencia de Bonhöffer. La falta de salud, la escasez
de plata, las propias miserias de nuestros pecados, la
falta de trabajo, el mal trato que se sufre, el hijo o la
hija o el esposo encarcelados o perdidos como el hijo
pródigo…sería infinito y tedioso recorrer todas las
circunstancias de la vida cuyo peso se nos hace casi o
sin casi insoportable. Al contactar con el misterio de
Belén todo esto cobrará un sentido positivo. Entonces
se produce el milagro en el propio corazón. Entonces
se entiende que Jesús ha venido y viene; entonces se
comprende lo grande que es haber recibido la gracia
del perdón; la de poder enderezar la vida con la
estrella de la fe; la de recibir fuerzas para caminar
hacia el bien y la verdad y la vida para en compañía de
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Jesús poder amar de veras a Dios como a padre y a los
hombres como a hermanos; la de sentir que, junto al
peso de la cruz que debo llevar, tengo un Cirineo
divino que me da como alas. Es que la luz brilla en las
tinieblas y las tinieblas desparecieron.
¡Vayan! ¡Vayamos todos a Belén a ver esta
maravilla de amor que se nos ha revelado y revela!
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