Misa del día de la Solemnidad de la Natividad del Señor.
Jesucristo es la luz del mundo .
Estimados hermanos y amigos:
El prólogo del Evangelio de San Juan (JN. 1, 1-18), nos ayuda a esquematizar la
vida de Nuestro Salvador. Jesús no vino al mundo para transmitirles un mensaje a
quienes quisieran aceptar su Evangelio en el tiempo que habitó en Palestina, pues
Dios desea que su Palabra sea aceptada por todos los hombres y mujeres de todos
los tiempos. Esta es la causa por la que, en la segunda lectura de la Misa de media
noche de la Solemnidad que estamos celebrando, recordamos el siguiente texto de
San Pablo:
"Porque se ha hecho visible la bondad de Dios, que trae la salvación a todos los
hombres enseñándonos a renunciar a la impiedad y a las pasiones desordenadas de
este mundo, y a vivir desde ahora de una manera sobria, recta y fiel a Dios ,
mientras aguardamos el feliz cumplimiento de lo que estamos esperando: la
manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" (TT. 2, 11-13).
Las palabras del citado Apóstol son dignas de ser meditadas, porque describen
cuál ha de ser el comportamiento que debemos observar los cristianos, rehusando
todas las oportunidades que tengamos de pecar, mientras aguardamos la plena
instauración del Reino de Dios entre nosotros. Dios nos ha llamado a ser santos, y,
según las siguientes palabras de San Pablo, por medio de su Hijo Jesucristo, nos ha
demostrado su amor, de una manera admirable.
"Pero ahora se han hecho patentes la bondad y el inmenso amor que Dios,
nuestro Salvador, tiene a los hombres. El nos ha salvado, no en virtud de nuestras
buenas obras, sino por puro amor; y lo ha hecho a través del agua, que nos hace
nacer de nuevo y nos renueva bajo la acción del Espíritu Santo que Dios ha
derramado en nosotros con abundancia por medio de nuestro Salvador Jesucristo.
Restablecidos así por la gracia de Dios en su amistad, hemos sido constituidos
herederos de la vida eterna que estamos esperando. Doctrina de fe es ésta, y
quiero que también tú insistas con tesón en ella, para que cuantos creen en Dios,
se apliquen seriamente a la práctica del bien. Esto es bueno y útil a los hombres"
(TT. 3, 4-8).
El nombre de Jesús, se traduce a nuestro idioma, como "Salvador", o "Dios
salva". Todos los nombres tienen un significado, que está relacionado con la misión
que desempeñamos durante los años que se prolonga nuestra vida. Esta es la razón
por la que, cuando son bautizados los nuevos cristianos, la Iglesia desea que los
mismos tengan nombres de Santos, para que los mismos les sirvan de orientación,
para realizarse como seguidores de Nuestro Hermano y Señor.
La misión con que Jesús vino al mundo, le fue revelada por el Arcángel San
Gabriel a Nuestra Santa Madre, en el pasaje bíblico de la Anunciación. San Gabriel
le dijo a Nuestra Corredentora:
"Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús" (LC. 1, 31).
Cuando San José pensaba en la posibilidad de separarse de la que fue su futura
esposa, porque iba a tener un hijo, del que él no era el padre, tuvo un sueño, en
que un ángel le dijo:
"Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados" (MT. 1, 21).
¿Qué significa el hecho de que Jesús salva a sus creyentes de los pecados que
han cometido?
Tanto las personas como las cosas que están en contacto con Dios, deben ser
puras. Cuando Adán y Eva transgredieron el mandato divino de evitar comer del
fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal, cometieron un
pecado que, según enseña la Iglesia, siguiendo la doctrina de San Pablo, se
transmitió a toda la humanidad, por ser descendiente de nuestros primeros padres.
El pecado es una ofensa contra Dios, y ha de ser juzgado tanto por este hecho,
tanto como por la gravedad del mal que el mismo representa.
Dios, siendo conocedor de lo difícil que es corregir una vida desordenada, quiso
que el castigo que merecen los pecados cometidos por toda la humanidad, fuera
reparado, mediante un sacrificio mortal. Dado que todas las personas relacionadas
con Dios deben ser totalmente puras, y el género humano fue mancillado por la
desobediencia a Dios de nuestros primeros padres, sólo había una víctima que
podía aplacar la justicia divina: Nuestro Señor Jesucristo. Si Jesús se hubiese
sacrificado estando marcado por la mácula original, su sacrificio no hubiera sido
aceptado por Nuestro Santo Padre, quien consintió la muerte de su Hijo, pero no lo
hizo porque nos odiaba, sino para que creyéramos en El, y nos sintiéramos
motivados a recorrer el difícil camino de nuestra santificación, a pesar de nuestra
debilidad, impotencia y cansancio, tanto a la hora de corregir nuestras desviaciones
en el cumplimiento de la Ley divina, como a la hora de superar las dificultades que
vivimos.
El hecho de que Jesús nos salvó de nuestros pecados, significa que sufrió el
castigo que nos correspondía haber padecido, puesto que la mácula del pecado nos
ha afectado a nosotros, y no a El. La relación existente entre el Hijo de María y Dios
Padre siempre fue perfecta, pero nuestra relación con Dios, fue afectada por causa
del pecado.
Jesús se hizo Hombre, para demostrarnos que, a pesar de nuestra inconstancia
en el seguimiento de Nuestro Salvador, nos es posible ser buenos cristianos,
porque Dios distingue la diferencia que hay, entre la maldad, y la debilidad
característica de nuestra vida.
Veamos cómo San Juan, en el Evangelio que meditamos este día tan especial,
nos demuestra que Jesús vivió, cumpliendo la voluntad de Nuestro Santo Padre.
"Cuando todas las cosas comenzaron, ya existía aquel que es la Palabra (de
Dios). Y aquel que es la Palabra vivía junto a Dios y era Dios" (JN. 1, 1).
San Juan nos recuerda que ha existido una magnífica relación entre Jesús y
Nuestro Santo Padre, desde la eternidad. Recordemos un fragmento de la oración
con que Nuestro Salvador se dirigió a Nuestro Padre común, antes de ser
traicionado por Judas.
"Ahora, pues, Padre, hónrame en tu presencia con aquella gloria que ya
compartía contigo antes que el mundo existiese" (JN. 17, 5).
San Juan describe la misión que Jesús ha desempeñado a lo largo de la historia
de la salvación, actuando como verdadero Dios, siempre obediente a Nuestro Santo
Padre, por causa del amor y respeto, que le une a Nuestro Creador.
"Todo fue hecho por medio de él y nada se hizo sin contar con él" (CF. JN. 1, 3).
Dios fue el "Diseñador" del mundo, Jesús fue el "Creador" de la obra divina, y, el
Espíritu Santo, es quien nos dio la vida. Dios creó el universo por medio de Jesús,
y, aunque Nuestro Señor es obediente para con El, el Padre no hizo nada sin contar
con su Hijo Primogénito. Ojalá todas las relaciones entre padres e hijos, fueran tan
magníficas, como lo es la relación existente, entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu
Santo.
"Cuanto fue hecho era ya vida en él, y esa vida era luz para los hombres; luz que
resplandece en las tinieblas y que las tinieblas no han podido sofocar" (CF. JN. 1, 3-
5).
¿Cómo fue Jesús luz para los hombres?
Jesús predicó el Evangelio, y socorrió a quienes tenía necesidades espirituales y
materiales. Estos hechos se constatan en el Evangelio de San Juan. Nuestro Señor
le dijo al Padre, en su oración sacerdotal:
"He procurado que te conociesen aquellos que tú sacaste del mundo para
confiármelos a mí. Eran tuyos; tú me los confiaste, y han obedecido tu mensaje.
Ahora han llegado a comprender que todo lo que me confiaste es tuyo y han
aceptado esta enseñanza que tú me diste. Ahora saben con absoluta certeza que yo
he venido de ti y han creído que fuiste tú quien me enviaste... Haz que sean
completamente tuyos por medio de la verdad; tu mensaje es la verdad. Yo los he
enviado al mundo, como tú me enviaste a mí. Por ellos yo me consagro a ti, para
que también ellos te sean totalmente consagrados por medio de la verdad. Y no te
ruego sólo por ellos; te ruego también por todos los que han de creer en mí por
medio de su mensaje. Te pido que todos vivan unidos. Padre, como tú estás en mí
y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros. De este modo, el mundo
podrá creer que tú me has enviado. Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste
a mí, de manera que sean uno, como lo somos nosotros. Yo en ellos, y tú en mí,
para que lleguen a la unión perfecta; así el mundo reconocerá que tú me has
enviado y que los amas a ellos como me amas a mí. Padre, es mi deseo que todos
éstos que tú me has confiado lleguen a estar conmigo donde esté yo, para que
gocen contemplando mi gloria, la gloria que tú me diste, porque ya me amabas
antes que el mundo existiese" (JN. 17, 6-8. 17-25).
Agradezcámosle al Dios Uno y Trino todo lo que ha hecho por nosotros. Démosle
gracias al Padre por habernos creado, al Hijo por habernos redimido, y, al Espíritu
Santo, por darnos la vida natural, y la vida eterna que aguardamos.
Os deseo, no sólo una feliz Navidad, sino una feliz vida, en que le pido a Dios que
os colme de bendiciones, y os conceda la plenitud de la felicidad.
José Portillo Pérez