Proclamar gozosamente la buena noticia de que Dios nos ama
2011-12-24
Evangelio
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 67-79
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó
diciendo: « Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su
pueblo, y ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso Salvador en la casa de
David, su siervo. Así lo había anunciado desde antiguo, por boca de sus santos
profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que
nos aborrecen, para mostrar su misericordia a nuestros padres y acordarse de su
santa alianza.
El Señor juró a nuestro padre Abraham concedernos que, libres ya de nuestros
enemigos, lo sirvamos sin temor, en santidad y justicia delante de Él, todos los días
de nuestra vida.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a
preparar sus caminos y a anunciar a su pueblo la salvación, mediante el perdón de
los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo
alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte , para guiar
nuestros pasos por el camino de la paz». Palabra del Señor.
Oración introductoria
Bendito seas, Señor, porque siendo Dios te abajas a mi humanidad para que pueda
comprender la grandeza de tu amor. Permite que esta oración me prepare a
celebrar santamente la Navidad, en el gozo de la fe y animado con el empeño de
una conversión sincera.
Petición
Señor, haz que tu Encarnación me transforme en tu amor.
Meditación
Proclamar gozosamente la buena noticia de que Dios nos ama
«Nuestros pensamientos vuelven a ese momento en la historia en que el pueblo
elegido por Dios, los hijos de Israel, vivían en intensa expectación. Ellos esperaban
al Mesías que Dios prometió enviar, y lo imaginaron como un gran líder que les
rescataría de la dominación extranjera y restauraría su libertad.
Dios es siempre fiel a sus promesas, pero a menudo nos sorprende en la forma en
que las cumple. El niño que nació en Belén iba a traer la liberación, pero no sólo
para el pueblo de ese momento y lugar – el iba a ser el Salvador de todos los
pueblos en todo el mundo y en toda la historia. Y no era una liberación política lo
que el traía, conseguida a través de medios militares: al contrario, Cristo destruyó
la muerte para siempre y restauró la vida utilizando como medio si vergonzosa
muerte en la Cruz. Y aunque había nacido en la pobreza y en la oscuridad, lejos de
los centros de poder de la tierra, no era otro que el Hijo de Dios. Por amor a
nosotros, tomó sobre sí nuestra condición humana, nuestra fragilidad, nuestra
vulnerabilidad, y nos abrió el camino que conduce a la plenitud de la vida, a
participar en la vida de Dios mismo. Mientras consideramos este gran misterio en
nuestros corazones estas Navidades demos gracias a Dios por su bondad con
nosotros, y proclamemos gozosamente a quienes nos rodean la buena noticia de
que Dios nos ofrece liberarnos de todo lo que nos oprime; nos da la esperanza, nos
da la vida» (Benedicto XVI, 24 de diciembre de 2010).
Reflexión apostólica
«Todo progreso en el conocimiento y en la experiencia de Dios tiene relación con la
humildad. Cuanto más humilde sea una persona, tanto más podrá llenarse de Dios
y participar de su vida divina, pues en esto consiste la auténtica santidad. Sólo los
humildes pueden ser santos» (Manual del miembro del Movimiento Regnum Christi ,
n. 179).
Propósito
Celebrar con un espíritu auténticamente cristiano esta Noche Buena.
Diálogo con Cristo
Hoy es 24 de diciembre, me he preocupado para que esté lista y preparada la fiesta
de convivencia familiar, pero ¿me he preparado espiritualmente para recibirte en la
intimidad de mi corazón? Señor, esta Nochebuena quiero humildemente darte el
regalo de mi libertad, no te merezco pero no puedo vivir sin tu amor, sin tu gracia,
ven, Señor Jesús.
«La gracia de Dios es un principio de vida y movimiento que se inserta en el
cristiano y lo hace crecer constantemente; es como el corazón en nuestro
organismo: una vez puesto a andar, ya no puede pararse, so pena de provocar la
muerte»
( Cristo al centro, n. 1764).