Comentario al evangelio del Viernes 30 de Diciembre del 2011
Hoy es un día para orar por la familia, por todas las familias y saber que el mismo Dios quiso vivir en
familia. Desde muy pronto, la teología cristiana vio muy pronto que esto de “ser familia” tiene mucho
que ver con el Dios cristiano. Lo más claro es Jesús, en el Dios que se encarna y que lo hace en lo
concreto y sencillo de un lugar cualquiera... pero en familia. Eso sí, una familia que no era
precisamente la “norma” o lo habitual en la comunidad judía (y sin embargo, familia y familia
bendecida por Dios como ninguna otra). Pero esa familia encarnada sólo es reflejo –imagen y
semejanza podríamos afirmar- de la familia que es Dios mismo, Dios Trinidad, Padre Hijo y Espíritu
Santo. Quizá te suene un poco forzado o un poco elevado o un poco... ¡imposible! Quizá. Pero, ¿acaso
no sería hermoso creer de verdad que nuestro Dios es familia, que todo ser vivo es familia de algún
modo, ¡y cuanto más el ser humano, imagen y semejanza de Dios! Quizá, entonces, pondríamos el
acento de lo irrenunciable en otras cosas. No subrayaríamos como lo esencial de la familia cristiana
algo que no tuviera que ver con la Trinidad misma... “Y por encima de todo esto, el amor, que es el
ceñidor de la unidad consumada”, dice Pablo en la segunda lectura de hoy. Ahí está el corazón de la
familia, de la sagrada familia y de toda familia que quiera ser santa, que quiera ser más humana y más
evangélica.
Un día más, la liturgia pone delante de nuestros ojos y nuestro corazón el amor.... No un amor
blandengue que termina en cuanto nos damos la vuelta... No un amor que enjuicia continuamente y
supone tener el criterio eterno para decir qué es y qué no es buen, bello y verdadero... No... El amor de
Dios Trinidad, el amor de Nazaret hecho humano y limitado, parece que se acerca más bien a esa
escucha total y absoluta, esa disponibilidad tan grande que es entrega, esa gracia que acompaña de tal
modo a quien se deja, que como si fuéramos un niño más, nos hace crecer y robustecernos, llenarnos
de sabiduría... Es decir, nos hace ser un poquito más como Jesús, que “iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”. Que así sea.
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz. Misionera Claretiana ( rosaruizarmi@gmail.com )
Rosa Ruiz. Misionera Claretiana