fiesta de San Esteban, Protomártir.
Fe, valor y coraje.
Estimados hermanos y amigos:
Tal como se diferencian la noche del día, se diferencian el concepto de la Navidad
social, y el concepto de la Navidad, que tenemos los cristianos practicantes. A nivel
social, quienes carecen de dinero y tienen escasas relaciones, lo pueden pasar muy
mal estos días, si se sienten desamparados, porque la Navidad social consiste en
comprar muchas cosas, en aparentar tener muchas riquezas, y en celebrar la
posición social que se tiene, con los familiares y amigos.
El concepto de la Navidad cristiana, es muy diferente al significado de la Navidad
social. Ayer celebramos el Nacimiento de Jesús, quien vino a este mundo a morir
por sus creyentes, para demostrarles que su Dios les ama incondicionalmente. Hoy
celebramos al primer mártir de la fe que profesamos, el cuál representa a quienes
han muerto por Cristo gustosamente, imitando la conducta de Nuestro Salvador.
San Juan Apóstol y Evangelista, -cuya fiesta celebraremos mañana-, representa a
quienes defienden el Evangelio sin importarles arriesgar su vida, pero no mueren.
La fiesta de los Santos Inocentes que celebraremos el día veintiocho, nos hace
recordar a quienes, sin saberlo, tuvieron el privilegio de sacrificar su vida por Cristo
y su Evangelio de salvación.
Vivimos en un mundo en que debemos aprender a respetar las ideologías que
difieren de nuestra manera de pensar, siempre que las mismas no atenten contra
los derechos humanos. Quizá muchos cristianos no distinguimos entre el respeto
que les debemos a quienes no comparten nuestra forma de pensar, y el
cumplimiento del mandato que hemos recibido de Jesús, de predicar el Evangelio.
Quizá, al excusarnos en el hecho de que cada cuál puede pensar lo que quiera,
hemos descuidado la transmisión de la Palabra de Dios a nuestros prójimos los
hombres. Mientras que los católicos esperamos que quienes quieran oír la Palabra
de Dios vayan a las iglesias, otras denominaciones cristianas hacen que sus
miembros salgan a buscar a la gente a la calle, conozcan sus necesidades y
carencias y les ofrezcan apoyo y consuelo, lo cuál, -como es lógico suponer-, está
haciendo que muchos de nuestros hermanos de fe poco formados en el
conocimiento de la Palabra de Dios, y necesitados de afecto, se alejen de la Iglesia,
y, muchas veces, se estén convirtiendo en nuestros enemigos jurados.
La Iglesia, a lo largo de sus veinte siglos de historia, ha tenido que hacerle frente
a sus problemas. Algunas veces la Iglesia ha superado muy bien sus problemas, y
otras veces no lo ha hecho tan bien, pues le sucede lo mismo que a nosotros,
cuando tenemos que superar algún estado de crisis. Si superamos nuestras
dificultades desde la óptica de la Palabra de Dios, damos grandes pasos hacia la
consecución de nuestra santificación.
San Esteban, -el Santo cuyo ejemplo de fe recordamos hoy-, fue un notable
Diácono, que sirvió excelentemente a Dios, en un tiempo en que surgió un
problema en la Iglesia Madre de Jerusalén.
Cuando los cristianos influidos por la cultura griega se quejaron a los Apóstoles
de que sus viudas no eran debidamente atendidas, los cristianos jerosolimitanos se
pusieron en guardia contra ellos, objetando que Jesucristo no les había dado la
orden de actuar como lo que hoy conocemos como una O. N. G., pues sólo tenían el
deber de predicar el Evangelio, a lo que sus hermanos de fe objetaron que, cuando
quienes predican no son caritativos, el mensaje que los tales les transmiten a sus
oyentes no es fiable, porque no está promovido por su testimonio de fe, el cuál es
imprescindible para hacer que la predicación sea aceptable, tanto para los
cristianos, como para los no creyentes.
Los Apóstoles del Señor, siendo conscientes de la necesidad existente de predicar
el Evangelio, y de la urgencia de sustentar a los desvalidos, acordaron elegir a siete
Diáconos, los cuales se encargarían exclusivamente de servir a los pobres. Puesto
que los helenos se quejaban de que sus viudas estaban desatendidas, los Diáconos
tendrían que ser elegidos de entre ellos para satisfacer la carencia de que se
quejaban, y así, los citados siervos de Nuestro Salvador, no tendrían que
interrumpir su ministerio evangelizador.
San Esteban fue uno de los siete Diáconos asignados por la Iglesia para atender a
los pobres, el cuál, si se hubiera limitado exclusivamente a cumplir el servicio que
le fue encomendado, hubiera sido amado por la Iglesia a la que obedecía, y hubiera
salvado su vida de la muerte.
San Esteban, además de servir a los pobres tal como se le ordenó, resultó ser un
gran defensor de la fe cristiana, que tenía la pretensión de evangelizar a sus
hermanos de raza, lo cuál le costó la vida.
He conocido a sacerdotes que no pasan un segundo en el confesionario, porque
dicen estar seguros de que sus feligreses no quieren confesarse. Estos sacerdotes
se niegan a mantener sus iglesias abiertas para que la gente sepa dónde acudir
cuando les necesiten, porque dicen que sus feligreses van al templo de mala gana,
de manera que les facilitan el camino a los predicadores de otras religiones, que
captan a sus feligreses en la calle.
Por su parte, los seglares les dejan el trabajo de la predicación a los clérigos,
argumentando que los sacerdotes son quienes siempre han realizado esa actividad,
y, en tiempos pasados, han sido exigentes con la defensa de sus creencias, hasta
privar a los laicos de tener copias de la Biblia en sus casas.
Tal como sucede a veces en el ámbito empresarial con muchos trabajadores, hay
quienes pueden evangelizar, y no quieren hacerlo, y hay quienes quisieran ser
buenos predicadores, y les cuesta adquirir una buena formación, tal como me
sucedió en los años de mi juventud, porque había poca literatura religiosa en
Braille, y no había catequesis de adultos en mi parroquia, porque éramos pocos los
interesados en formarnos espiritualmente. ¿Os imagináis lo absurda que es la
situación de un ama de casa en cuya vivienda moran su marido y sus tres hijos,
que no quiere cocinar, porque sólo comerá su marido, porque sus hijos han salido a
trabajar?
El hecho de que San Esteban fuera un buen predicador, aunque no se le hubiera
asignado la realización de esa actividad, me sugiere la idea de que debemos ser
colaboradores de Dios, y, si lo somos, me hace pensar en la posibilidad de que
evaluemos si podemos incrementar el trabajo que realizamos, en la viña del Señor,
o si podemos realizar otras actividades, para mayor gloria de Dios.
Nuestro servicio a Dios tiene que ser desinteresado, pues no debemos tener otro
interés al servir al Señor, que no sea el de glorificarlo. Esta es la causa por la que
Jesús dijo en cierta ocasión:
"«¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del
campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien:
"Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y
bebido, y después comerás y beberás tú?" ¿Acaso tiene que agradecer al siervo
porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho
todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que
debíamos hacer.»" (LC. 17, 7-10).
Dios es Todopoderoso, y no tiene necesidad de que lo sirvamos, porque El mismo
puede hacer lo que desee, pero nosotros sí le debemos mucho a Nuestro Padre
común.
No debemos interpretar la expresión "siervos inútiles" en sentido negativo,
pensando que no hacemos nada bien, o que no se nos valora como merecemos que
se nos aprecie, porque no debemos depender del juicio de los demás bajo ningún
concepto, pues, las citadas palabras de Jesús, nos hacen meditar, sobre si estamos
realizando nuestro trabajo más o menos bien, y quizá podemos trabajar mejor de lo
que lo hacemos, y no queremos actuar como debemos hacerlo, y preferimos
dejarnos arrastrar por cosas y situaciones que nos apartan tanto de Dios, como de
nuestros prójimos los hombres.
Pensemos que es mejor que los hombres nos acusen de ser fanáticos religiosos,
que sea Dios quien nos acuse de no haberlo servido en nuestros prójimos los
hombres, y no podamos defendernos, porque El conoce nuestra vida. No soy
partidario del hecho de servir a Dios por miedo a ser condenado en el infierno,
porque en ese caso el servicio prestado no es amoroso, sino interesado. Dios
merece ser servido sin que se le reclamen intereses, porque El nos ama
desinteresadamente.
No desaprovechemos el escaso tiempo que pasamos en este mundo, y sirvamos a
Dios en nuestros prójimos los hombres, porque el hecho de vivir en familia, aún con
quienes no son nuestros consanguíneos, aunque a veces atrae desengaños, es
fructífero, porque hace de nosotros fieles imitadores de Dios.
San Esteban podría haber muerto sintiéndose desengañado tanto por Dios como
por sus hermanos de raza, porque, teniendo la pretensión de compartir su fe con
ellos, lo apedrearon, y Dios no impidió su asesinato. A pesar de ello, dicho Santo
murió profesando su fe, adorando a Jesús, y pidiéndole que no les tuviera en
cuenta a sus opresores, el pecado que estaban cometiendo.
La forma en que murió San Esteban, profesando su fe, y amando a sus
persecutores, debería hacer reflexionar a los religiosos y laicos que no se afanan
más en su predicación, porque hay poca gente dispuesta, tanto a colaborar con
ellos en el trabajo que hacen en la viña del Señor, como a escucharlos.
Muchas veces hablamos de nuestros familiares y de las posesiones que tenemos,
porque estamos orgullosos de quienes amamos, y de haber conseguido parte de los
bienes por los que hemos trabajado, pero, a la hora de defender la fe que decimos
que nos caracteriza, no nos sucede lo mismo, porque nos da vergüenza de que los
no creyentes se rían de nosotros.
Jesús y San Pedro desde sus cruces, San Pablo encarcelado y asesinado, y todos
los que han sido maltratados y asesinados por causa de la fe que profesamos, nos
gritan que despertemos del letargo en que vivimos sumidos, y hagamos lo que
tenemos que hacer, lo cuál consiste en esforzarnos en extender el Reino del que ya
somos miembros activos, porque Cristo está por venir a nuestro encuentro, y no
quiere tener junto a sí a algunos creyentes inseguros, sino a toda la humanidad,
para concederle la plenitud de la dicha.
Hagamos visible el Reino de Dios en este mundo en que escasea la fe de los
hombres, extinguiendo las carencias espirituales y materiales de la humanidad, en
conformidad con nuestras posibilidades de exterminar la miseria del mundo. Si el
mundo es consciente de que los cristianos no somos charlatanes, y de que hacemos
el bien, podremos comprobar que la fe en Dios es más conocida y aceptada de lo
que pensamos, pues a veces permanece escondida en el corazón de los hombres
solitarios y golpeados por el dolor, que no se atreven a hablar de sus creencias,
porque no encuentran con quienes compartir sus pensamientos.
José Portillo Pérez