Fiesta de San Juan, Apóstol y Evangelista .
Estimados hermanos y amigos:
El nombre "Juan", significa "Yahveh ha hecho gracia". Efectivamente, Dios hizo
una admirable gracia cuando permitió que, el Santo cuyo recuerdo celebramos este
día, fuera Apóstol de Nuestro Salvador.
San Juan era hijo de un pescador llamado Zebedeo, hermano menor del que fue
el Apóstol de Nuestro Salvador Santiago el Mayor, e hijo de Salomé, quien era
hermana de María Santísima.
Zebedeo tuvo la dicha de que sus hijos trabajaran para él, junto a los jornaleros
que tenía contratados. Juan, -su hijo menor-, se hizo seguidor de San Juan el
Bautista, el cuál lo animó a que se hiciera discípulo de Jesús, junto a San Andrés,
hermano de San Pedro, -a quien los católicos conocen, como el primer Papa, de la
Iglesia a que pertenecen-.
San Juan era muy humilde, así pues, vemos que, cuando en su Evangelio se
supone que debe citar su nombre, se menciona como un discípulo del Señor
anónimo, lo cuál es aprovechado por los exegetas modernos para designar a la
comunidad de los creyentes, porque, el citado Apóstol de Nuestro Señor, aparece
en el Evangelio que escribió, como un ejemplo de fe, digno de ser imitado, por los
seguidores de Jesús, de todos los tiempos.
San Juan tuvo la dicha de ver cómo Jesús realizó su primer milagro en una boda
en Caná de Galilea, convirtiendo agua en vino, cuando aún no había sido designado
por Jesús, para que fuera su Apóstol. Este hecho nos hace reflexionar sobre la
manera en que Jesús nos llama a servir a Nuestro Santo Padre en sus hijos los
hombres, pues el Señor nos evangeliza adaptándose a nuestro ritmo de abrazar la
fe que profesamos, antes de darnos a conocer, la misión que quiere que
desempeñemos.
Quizá, al leer los Evangelios, podemos tener la impresión, de que, los Apóstoles
de Nuestro Salvador, siguieron al Señor apenas lo conocieron. Este hecho no es
veraz, pues, dichos seguidores de Nuestro Salvador, antes de ser Apóstoles, fueron
discípulos del Mesías, y lo seguían en algunas ocasiones, hasta que, lentamente, se
le unieron, y no volvieron a separarse de El, con la excepción de la noche de
aquella víspera de la Pascua hebrea, en que, el Señor, fue puesto a disposición de
sus enemigos, para que lo asesinaran.
Después de haber sido discípulo de San Juan el Bautista, y de haber visto cómo
Jesús hizo su primer milagro en Caná de Galilea, San Juan volvió a incorporarse al
trabajo de la pesca, junto a su padre, Santiago, y los jornaleros, que Zebedeo tenía
contratados. Quizá nos sucede que, después de obviar nuestras actividades
ordinarias, para intentar conocer al Señor, decidimos aplazar la búsqueda de
Nuestro Santo Padre para un tiempo posterior, o, simplemente, decidimos
abandonarla, cansados de no encontrar las respuestas que necesitamos conocer.
Antes de que se fortalezca nuestra fe en Dios, nos sucede que se nos debilita la
citada virtud teologal, pero, a pesar de ello, si Dios nos tiene destinados a
desempeñar una determinada misión, nos fortalece, hasta que somos capaces de
cumplir su voluntad. A pesar de que San Juan dejó temporalmente su búsqueda
espiritual, y se reincorporó al negocio de pesca de su familia, Jesús se le hizo el
encontradizo, y no sólo lo invitó a él a que lo siguiera permanentemente, sino que
también le extendió la invitación de seguirlo a Santiago, el hermano mayor del
Apóstol, cuya fiesta estamos celebrando.
Cuando los citados hermanos aceptaron la invitación que Jesús les hizo, fueron
formados espiritualmente por Nuestro Salvador, para que fueran sus Apóstoles. Es
importante recordar que los Apóstoles de Nuestro Salvador no eran hombres con
admirables cualidades espirituales, sino gente como nosotros, con virtudes y
defectos. Jesús aprovechó las virtudes de sus seguidores para perfeccionarlos, y
también se valió de algunos de sus defectos, para encaminarlos a cumplir la
voluntad de Nuestro Padre común.
San Pedro era muy impulsivo, pero Jesús supo hacerlo reflexivo y apto para
afrontar y confrontar experiencias difíciles. Jesús no cambió la forma de ser de sus
seguidores instantáneamente, pues logró su propósito lentamente, durante los años
que vivieron sus citados amigos, desde que aceptaron la invitación de seguirlo.
Los hermanos Juan y Santiago, fueron apodados por Jesús "Boanerges" (hijos del
trueno), por causa de su carácter violento.
Además de ser ásperos de carácter, dichos hermanos, también eran egoístas. En
cierta ocasión, Juan reprendió a un hombre que expulsaba demonios en nombre de
Jesús, que no pertenecía a la comunidad apostólica, creyendo que el privilegio de
hacer milagros debía ser exclusivo de Jesús y de sus seguidores, de entre los cuales
ellos querían ser los principales, por lo cuál se valieron de la intercesión de su
madre, para que Jesús cumpliera su deseo. El Señor les dijo que sus seguidores
deben pensar en servirse recíprocamente, y no en ser poderosos a nivel material.
¿Conocemos a algún cristiano que se aproveche de la Palabra de Dios para
utilizarla ágilmente para hacerse poderoso?
En cierta ocasión en que Jesús no fue hospedado por unos samaritanos que lo
rechazaron porque no se adaptaba a su forma de pensar totalmente, e iba de
camino hacia Jerusalén, Juan y Santiago le pidieron permiso al hijo de María, para
hacer descender fuego del cielo, para carbonizarlos, por causa de su atrevimiento,
de rechazar al Señor. Por su parte, el Mesías, que no vino al mundo a hacer el mal,
reprendió seriamente a los citados hermanos.
Conozco a muchos cristianos que les hacen promesas a Dios y a sus Santos, a
cambio de que los beneficien, y, si no obtienen del cielo lo que desean, pierden la
fe, o se enfadan, porque quieren adaptar, tanto a Dios como a sus fieles siervos, a
la consecución de sus intereses. Jesús no quiere hacerles ningún mal a estos
cristianos, pero quiere enseñarles a anular su voluntad, para que puedan cumplir la
voluntad del Dios Uno y Trino.
A pesar de su agresividad y egoísmo, los hermanos Juan y Santiago, le dijeron a
Jesús que estaban dispuestos a morir por El y su Evangelio, el día en que fueron
reprendidos por el Señor, por querer destacar sobre sus compañeros, y no pensar
en la mejor manera de hacerse siervos de ellos.
El mal carácter de los hijos del trueno, se convirtió en fortaleza para que ambos
hermanos defendieran la fe que profesaban. Este hecho lo patentizan la muerte de
Santiago que fue ordenada por Herodes Agripa, y la forma en que Juan sobrevivió a
la persecución de que fueron víctimas los cristianos, tanto por parte de los judíos,
como por parte de los romanos.
El egoísmo de dichos hermanos, fue sustituido por el afán de defender la plena
insturación del Reino de Dios entre nosotros, en cumplimiento del mandato que
recibieron de Jesús, de evangelizar a cuantos quisieran profesar, la fe que los
caracterizaba.
San Juan se caracteriza por sus notables sensibilidad y conocimiento de la
espiritualidad. Su confianza en Dios fue tan grande, que escribió su Evangelio y el
Apocalipsis sin interpretar las escenas que describió en los citados volúmenes
bíblicos, albergando en su corazón la esperanza de que, el Espíritu Santo, les
interpretaría sus relatos, a quienes estuvieran destinados, a conocer plenamente, el
significado de dichas obras.
Los hermanos Juan y Santiago, junto a San Pedro, fueron los tres Apóstoles que
tuvieron una relación más abierta con Jesús. Esta es la razón por la que Nuestro
Señor les permitió presenciar la resurrección de la hija de Jairo, la Transfiguración
de Nuestro Salvador en el monte Tabor, y su agonía en el huerto de los Olivos, la
noche en que fue traicionado por su Apóstol Judas.
Juan fue el único Apóstol que no abandonó a Nuestro Maestro, durante las horas
que se prolongó su Pasión, y, cuando Jesús murió, permaneció cerca del cadáver
del Mesías, hasta que Nicodemo y José de Arimatea lo sepultaron.
La enseñanza que deseo que obtengamos de la meditación que os he propuesto
este año, consiste en que, a imitación de los Santos Pedro, Juan y Santiago, nos
dejemos evangelizar por el Señor, y nos abramos a la recepción de los dones del
Espíritu Santo, para que el Paráclito concluya el proceso de nuestra santificación
personal.
Os deseo que Dios os colme de bendiciones, y os conceda la plenitud de la dicha.
José Portillo Pérez