La Sagrada Familia ( Lc 2,41-52)
(Cfr. Benedicto XVI, 31 de diciembre de 2006)
Jesús debía “ocuparse de las cosas de su Padre”. En este último domingo del
año celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. En el Evangelio no
encontramos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que
cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo,
la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad.
En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo
José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su infancia
y su adolescencia (cf. Lc 2, 51-52). Así puso de relieve el valor primario de la
familia en la educación de la persona. María y José introdujeron a Jesús en la
comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. Con ellos aprendió a
hacer la peregrinación a Jerusalén, como narra el pasaje evangélico que la liturgia
de hoy propone a nuestra meditación. Cuando tenía doce años, permaneció en el
Templo, y sus padres emplearon tres días para encontrarlo. Con ese gesto les hizo
comprender que debía “ocuparse de las cosas de su Padre”, es decir, de la misión
que Dios le había encomendado (cf. Lc 2, 41-52).
Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la
familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de
descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él. María y José educaron
a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe,
del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su
plenitud en el amor (cf. Rm 13, 10). De ellos aprendió que en primer lugar es
preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la
sangre.
La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el „prototipo‟ de toda
familia cristiana que, unida en el sacramento del matrimonio y alimentada con la
Palabra y la Eucaristía, está llamada a realizar la estupenda vocación y misión de
ser célula viva no sólo de la sociedad, sino también de la Iglesia, signo e
instrumento de unidad para todo el género humano.
La santidad de la familia es el camino real y el recorrido obligado para
construir una sociedad nueva y mejor, para volver a dar esperanza en el futuro a
un mundo sobre el que pesan tantas amenazas. Por eso, las familias cristianas de
hoy han de saber aprender de ese núcleo de amor y de entrega sin reservas que
fue la Sagrada Familia. El Hijo de Dios hecho un niño, como todos los nacidos de
mujer, recibía allí continuamente los cuidados de la Madre. María, que siempre
había permanecido Virgen, consagraba diariamente su vida a la sublime misión de
la maternidad, y por eso también hoy todas las generaciones la llaman
bienaventurada. José, designado para proteger el misterio de la filiación divina de
Jesús y la maternidad virginal de María, cumplía su papel, de forma consciente, en
silencio y en obediencia a la voluntad divina. ¡Qué escuela, qué misterio!
El Hijo de Dios vino a la tierra para salvar a todos los seres humanos,
transformándolos profundamente desde dentro, para hacerlos semejantes a Él, Hijo
del Padre celestial. Para llevar a cabo esa misión, pasó la mayor parte de su vida
terrena en el seno de una familia, con el fin de hacernos comprender la importancia
insustituible de esta primera célula de la sociedad, que contiene virtualmente todo
el organismo.
La familia de por sí es sagrada, porque sagrada es la vida humana, que
solamente en el ámbito de la institución familiar se engendra, se desarrolla y
perfecciona de forma digna del hombre. La sociedad del mañana será lo que sea
hoy la familia.
Ésta, por desgracia, en la actualidad está sometida a toda clase de insidias por
parte de quien busca herir su tejido y minar la natural y sobrenatural unidad,
disgregando los valores morales sobre los que se funda con todos los medios que
hoy pone a su alcance el permisivismo social…
El secreto de la verdadera paz, de la mutua y permanente concordia, de la
docilidad de los hijos, del florecimiento de las buenas costumbres está en la
constante y generosa imitación de la amabilidad, modestia y mansedumbre de la
familia de Nazaret, en la que Jesús, Sabiduría eterna del Padre, se nos ofrece junto
con María, su madre purísima, y San José, que representa al Padre celestial.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)