7mo. día de la octava de Navidad
31 de diciembre
Jn 1,1-18
Aquel que es la Palabra se hizo hombre . San Juan, en el prólogo de su
evangelio, medita profundamente en el acontecimiento de la encarnación, un hecho
único y conmovedor: “En el principio existía la Palabra (...). En ella estaba la vida y
la vida era la luz de los hombres (...). A todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios [...]. Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros...” (Jn 1, 1. 4. 12. 14).
Conocemos con certeza el motivo y la finalidad de la Encarnación: el Hijo de
Dios se hizo hombre para revelarnos la luz de la verdad salvífica y para
transmitirnos su misma vida divina, haciéndonos hijos adoptivos de Dios y
hermanos suyos.
Dios se hizo hombre para hacernos partícipes, en Jesús, de su vida divina y
luego de su gloria eterna. Ése es el verdadero sentido de la Navidad y, por
consiguiente, de nuestra alegría mística. Y éste fue precisamente el anuncio del
ángel a los pastores, asustados por el esplendor de la luz que los había sorprendido
en la noche: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el
pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo
Señor” (Lc 2, 10-11).
¡Para salvar a la humanidad, nació en Belén de María santísima nuestro
Redentor! Dios-Hijo asumió la naturaleza humana, la humanidad, se hizo verdadero
hombre, permaneciendo Dios. El Hijo unigénito del Padre, de su misma naturaleza,
se hizo hombre para introducirnos, mediante la humillación de la cruz y la gloria de
la resurrección, en la tierra de salvación que Dios, rico en misericordia, prometió a
la humanidad desde el inicio.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)