Octava de Navidad
Introducción a la semana
Singulares días por varias razones son los que cierran este tiempo de gracia, el
año 2011. La liturgia del día de Navidad hace honor a su importancia y a su
sencilla belleza con tres entregas de la Palabra en sendas eucaristías,
medianoche, aurora y día, en un intento de acoger todos los brillos y matices de
la luz navideña, porque ha aparecido la gracia y la bondad de Dios, y éste nos
habla y nos dice sus tequieros en la persona de su Hijo, la Palabra hecha
historia, el Dios humanado.
A renglón seguido, la liturgia cambia de registro y nos presenta un fuerte
contraste en dos manifes-taciones de dolor y violencia, exponentes de una
humanidad herida que necesita ser invadida por la gracia del Verbo hecho carne:
dos historias de muertes que dan vida, la del protomártir Esteban y las de
Santos Inocentes. Llamada de atención para asumir la precariedad de nuestra
existencia, las más de las veces amenazada, a quién solo da solidez la fuerza de
nuestra debilidad, el Señor.
Entre estas dos evocaciones martiriales, el teólogo Juan, apóstol y evangelista,
reclama su memoria y también la acogida atenta a los textos de su primera
carta que serán proclamados en la primera lectura de estos días: pregón de
nuestra identidad cristiana, canto de nuestra ley del amor, palabras de ánimo
para que la gracia del Emmanuel dé solera a nuestras fraternidades y
comunidades.
Cerramos las páginas de este año y ponemos en las manos del Padre todos los
logros, trabajos e ilusiones que en estos días pasados hemos disfrutado y
compartido con nuestros hermanos; y con impulso renovado y preñado de
esperanza dispongámonos a cumplir la voluntad de Dios en el nuevo año, porque
sólo el que hace la voluntad del Padre permanece para siempre. Porque un niño
nos ha nacido, y es su nombre Mensajero del designio de Dios Padre.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org