Fiesta de los Santos Inocentes, Mártires.
Interroguemos a Dios por medio de la Biblia sobre el dolor.
La Navidad es un tiempo en que deseamos permanecer junto a nuestros
familiares, y pensamos mucho en aquellos de los tales con quienes tenemos
diferencias que dificultan gravemente nuestras relaciones. En estos días también
nos acordamos de quienes ya no están con nosotros porque nos han precedido al
partir hacia la casa de Nuestro Padre común, y también pensamos mucho en
nuestros fracasos, hasta el punto de correr el riesgo de olvidar los éxitos que
hemos cosechado.
El día en que recordamos el martirio de los Santos Inocentes, además de estar
consagrado a la defensa del derecho a vivir de los niños que son abortados, -
porque creemos que dichos pequeños son asesinados injustamente, tal como les
sucedió a los Santos cuya memoria estamos celebrando-, nos hace acordarnos
especialmente de nuestros familiares y amigos que han fallecido, y de los débiles de
este mundo.
¿Por qué existe el dolor en el mundo?
Si Dios nos ama, ¿por qué permite que el sufrimiento deje su inolvidable huella
en nuestra vida?
La resolución de la cuestión del dolor es complicada, porque no podemos
responder todas las preguntas relacionadas con el sufrimiento satisfactoriamente.
En tiempos pretéritos, cuando se les explicaba a los cristianos que el dolor se
adueñaba de la vida de mucha gente porque es consecuente del acto de
desobediencia con que Adán y Eva le demostraron su soberbia a Nuestro Santo
Padre, ellos, aunque no dejaban de padecer, sentían que habían resuelto una
cuestión existencial que, aunque les seguía afectando, la soportaban, con la
esperanza de que Dios los librara del sufrimiento, cuando concluyera la instauración
de su Reino en esta tierra.
La evolución de las ciencias relacionadas con el estudio del pensamiento, nos
obliga a buscar respuestas relacionadas con el sufrimiento, que quizá no fueron tan
necesarias en el pasado, como lo son en nuestros días. Si a los cristianos de
nuestro tiempo se les explica que sufrimos porque pagamos la desobediencia de
nuestros ancestros para con Dios, amparados en la Psicología, se convencen de que
Nuestro Santo Padre es totalmente injusto, porque cada cuál debe ser responsable
de sus actos, y nadie debe pagar el mal que han hecho otros. Esta es la causa por
la que muchos cristianos han llegado a pensar que Adán y Eva nunca existieron, y
que la historia de ambos fue inventada, para explicar, gráficamente, cómo entró el
mal en el mundo. Tal explicación es insuficiente en nuestros días porque contiene
muchas lagunas si la meditamos a la luz de las ciencias relacionadas con el estudio
del pensamiento, pero en el pasado fue aceptada sin apenas ser cuestionada.
¿Ha perdido la Palabra de Dios contenida en la Biblia la validez con que ha sido
aceptada por los cristianos, porque la ciencia nos ha demostrado que la misma es
insuficiente, para iluminar las cuestiones que deben ser satisfechas, desde el campo
de la espiritualidad?
La Palabra de Dios no ha perdido valor ni credibilidad, así pues, lo que sucede con
la misma, es que debe ser expuesta a la humanidad de todos los tiempos, sin ser
manipulada, -porque Dios jamás cambiará su forma de ser y de pensar-, pero debe
ser predicada, de forma que pueda ser comprendida. Esta es la razón por la que
Nuestro Señor les dijo a sus Apóstoles, durante la celebración de su última Cena,
antes de ser crucificado:
"Tendría que deciros muchas cosas más, pero no podríais entenderlas ahora.
Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará para que podáis entender la
verdad completa" (CF. JN. 16, 12-13).
Si el Espíritu Santo es quien nos hace conocer la verdad divina a los cristianos,
debemos tener en cuenta que el Defensor que nos envió Jesucristo opera en
nuestra alma gradualmente, adaptándose a nuestra capacidad de comprensión y
aceptación de la voluntad de Dios. Si el Espíritu Santo, -que es el amor de Dios-,
puede adaptarse a nuestra capacidad de comprender la Palabra de Dios, y de
adaptarnos gradualmente a la aceptación del cumplimiento de su voluntad, también
puede evangelizar a la humanidad de todos los tiempos, adaptándose a las
circunstancias que caracterizan todos los tiempos históricos, en que es predicada la
Palabra de Dios.
Si intentamos resolver la cuestión del dolor de cada habitante de este mundo,
nos encontramos con que ello no es posible, porque sólo Dios, que es quien conoce
nuestra vida, sabe la razón por la que no nos ha impedido sufrir, pero, si
examinamos el dolor más generalmente, podemos obtener del mismo enseñanzas
trascendentales, que nos ayudan a crecer espiritualmente. Resumiendo lo que
pretendo deciros en este párrafo, afirmo que no sé por qué nací ciego, pero sí estoy
persuadido de que el dolor no es inútil, porque aporta enseñanzas importantes a
nuestro crecimiento.
Quizá me preguntaréis:
Al decir que Dios no nos ha impedido sufrir, ¿estás reconociendo que permite que
padezcamos?
Dios no quiere que suframos para divertirse a costa nuestra, pero, efectivamente,
El no nos priva de padecer, porque el dolor nos es útil.
Cuando Dios creó a los hombres, nos concedió una libertad que, por no haberla
utilizado bien, nos ha apartado de su presencia. Hay situaciones en que podemos
sufrir porque Dios permite que ello suceda, pero hay otras ocasiones en que somos
nosotros quienes causamos el dolor que nos afecta. Si fumamos mucho o
consumimos alcohol y queremos tener un hijo, y el mismo nace con alguna
deficiencia, no deberemos culpar a Dios de ese hecho. Se me puede objetar
diciéndoseme que Dios debe tener poder para impedir que el supuesto niño no
nazca enfermo, pero Nuestro Santo Padre no puede actuar de esa forma, porque El
quiere que seamos responsables de nuestros actos, y no actúa impidiéndonos el
uso de la libertad que nos ha concedido. Dios no abandonará al niño enfermo, pero
no impedirá la enfermedad de la que sus padres son los causantes.
Muchos autores, al exponer la cuestión del dolor, utilizan muchas razones, con tal
de que sus oyentes o lectores, no crean que Dios es culpable, de que el mal exista
en el mundo. Es complicadísimo el hecho de juzgar todos los casos de maldad y
sufrimiento que existen, pero es importante recordar que Dios no nos creó para
hacernos sufrir, sino para concedernos la plenitud de la felicidad, y, si somos
víctimas del sufrimiento, Dios se aprovecha de este hecho, para hacernos crecer
espiritualmente, y para conducirnos a su presencia. Yo no creo que Dios es el
culpable de que exista el mal en el mundo, en el sentido de que merezca ser
juzgado por ello, pues El se aprovecha del dolor de los hombres, para santificarlos.
He tenido la oportunidad de conocer muchas experiencias de hermanos en la fe
que profesamos que tienen depresión, que, al pedirles consejos a sus sacerdotes
para superar su estado, han sido reprendidos agresivamente, y han sido acusados
de no querer tener fe en Dios, lo cuál ha empeorado su situación. El hecho de creer
que el sufrimiento existe porque somos pecadores, tiene terribles consecuencias,
así pues, Jesús, que sabía de dichas consecuencias, porque su religión propagaba la
citada idea, se revelaba contra ese hecho.
Consideremos el siguiente texto del Evangelio de San Lucas:
"En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos,
cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús:
«¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos,
porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos
pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la
torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás
hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos
pereceréis del mismo modo"" (LC. 13, 1-5).
Las víctimas del sacrificio de Pilato y del derrumbamiento de la torre de Siloé,
fallecieron por una causa que no estaba relacionada con sus pecados. Dios, que
conoce la forma en que ha de hacernos crecer espiritualmente, al comprender su
voluntad y aceptar cumplir la misma, ha dispuesto que unos sean ricos y otros
pobres, y que unos gocen de buena salud, y que otros sufran terriblemente,
porque, todo lo que nos sucede en esta vida, nos encamina a vivir en la presencia
de Nuestro Padre común.
En cierta ocasión en que un sacerdote supo que un feligrés de su parroquia había
pasado muchos años postrado en una cama por causa de una grave enfermedad, la
cual lo hizo morir. exclamó: "El pobre hombre ha pagado sus pecados con la
enfermedad que lo ha matado". Puede suceder que Dios permita que contraigamos
una enfermedad si estima que ello es necesario para impulsar nuestro crecimiento
espiritual, pero este hecho no justifica la creencia de que todo el sufrimiento que
existe en este mundo, se basa en que todos hemos pecado.
De más está decir que Dios no permite que suframos para castigarnos como
quien impone una sanción económica, porque El se adapta a nuestra comprensión,
para enseñarnos sus caminos.
Dado que el dolor constituye parte de nuestra formación espiritual, Dios permitió
que su Primogénito lo padeciera. San Pedro escribió en su segunda Epístola:
"Si se os castigara por ser culpables, ¿qué mérito tendría vuestro sufrimiento?
Pero que sufráis aún habiendo hecho el bien, es cosa que agrada a Dios. Por algo
habéis sido llamados a seguir las huellas de Cristo, que padeciendo por vosotros, os
dejó un modelo a imitar. Cristo "no cometió pecado, ni se encontró mentira en sus
labios". Cuando le injuriaban, no respondía con injurias, sino que aguantaba el
sufrimiento sin amenazas de venganza y se ponía en manos de Dios, que juzga
con justicia. Cristo subió al madero cargando sobre sí nuestros pecados, para que
muramos al pecado y vivamos con toda rectitud. Habéis sido, pues, salvados a
costa de sus heridas" (1 PE. 2, 20-24).
Según hemos leído en el citado texto petrino, a Dios le agrada que suframos sin
haber merecido ser castigados, porque el dolor es una materia imprescindible, que
forma parte de nuestra formación cristiana. El dolor nos hace reflexionar sobre los
valores en que creemos, nos ayuda a valorar a los familiares y amigos, y las
propiedades que tenemos, al mismo tiempo que nos hace conscientes de lo que
significa para nosotros, el hecho de relacionarnos, tanto con Dios, como con sus
Santos.
El dolor nos hace reflexionar sobre la necesidad que tenemos de no vivir aislados,
porque, de la misma manera que muchos necesitan ser ayudados cuando están
enfermos o se sienten pobres, no debemos descartar la posibilidad de que, algún
día, seamos nosotros quienes necesitemos ser sostenidos por la generosidad de
quienes nos rodeen en ese tiempo.
San Pedro insiste en que, si sufrimos como deben hacerlo los buenos cristianos,
imitamos a Nuestro Salvador, así pues, el primer Papa de nuestra Iglesia Católica,
afirma la idea sobre la que estamos meditando, que es la utilidad que el dolor tiene
en nuestra vida. Volvamos a recordar las siguientes palabras del citado Apóstol de
Nuestro Señor:
"Por algo habéis sido llamados a seguir las huellas de Cristo, que padeciendo por
vosotros, os dejó un modelo a imitar" (2 PE. 2, 21).
Jesús no pecó cuando los hombres le hicieron sufrir, y, cuando se enfadó, no
insultó a sus oponentes, aunque sí expuso sus pensamientos sobre los mismos con
gran claridad, lo cual le costó la vida.
De la misma manera que Jesús padeció durante su Ministerio y cuando vivió su
Pasión pacientemente, imitemos a Nuestro Señor, sabiendo que, el dolor
característico de nuestra vida, no es inútil, sino que tiene un significado, que Dios
mismo nos explicará, cuando lo considere oportuno.
Jesús nunca amenazó a sus detractores, y, durante las horas que se prolongó su
agonía, se puso en manos de Dios, que es lo que debemos hacer, cuando nos toque
sufrir. Si creemos que el sufrimiento tiene una utilidad que actualmente
desconocemos, pongámonos en las manos de Dios, pues no nos arrepentiremos de
confiar en Nuestro Santo Padre.
Cuando suframos, en vez de pensar que somos unos fracasados, debemos
agradecerle a Dios todo el bien que nos ha hecho, porque, aunque no nos gustan
todas las circunstancias relativas a nuestra vida, existen muchas razones por las
que debemos estar contentos de haber tenido la oportunidad de vivir. Tenemos
familiares y amigos por los que seguir viviendo, bienes que hemos conseguido que
nos recuerdan que nuestro trabajo ha producido fruto, y una ideología que
defender.
Además de darle gracias a Dios por todo el bien que nos ha hecho, cuando
padezcamos, debemos pedirle que nos ayude a frontar y confrontar nuestra nueva
situación, porque, otro nuevo beneficio del dolor, sobre el que aún no hemos
meditado, consiste en que nos enseña a confiar en Nuestro Santo Padre, en
Nuestro Hermano y Señor Jesucristo, y en el Espíritu Santo.
Quizá algunos me diréis que para mí es fácil escribir esta meditación y meditar
mecánicamente ciertos versículos de la biblia que los católicos consideramos la
mayoría de las veces que reflexionamos sobre el tema que estamos considerando,
pero yo puedo responderos que puedo plantearos esta reflexión, no sólo desde el
punto de vista de la Biblia, sino desde la óptica de mi experiencia personal del
dolor. Como cualquier persona que ha vivido varias décadas, he vivido
enfermedades, separaciones, muerte de seres queridos y problemas laborales. No
pretendo deciros que mi experiencia del dolor es la más difícil de soportar, sino que
sé algo del sufrimiento, y sobre la manera que debemos sobrevivir al mismo, para
que no nos deje una marca que nos haga sufrir aún más de lo que hemos padecido,
aunque desaparezcan parte de nuestras dificultades actuales.
Aunque el dolor nos sirva para crecer espiritualmente, si Dios nos ama, ¿cómo
puede vernos padecer, y no acude en nuestra ayuda, cuando sufrimos?
La pregunta que nos estamos planteando, nos surge en dos casos: cuando
desconocemos a Dios, y cuando dudamos de El. Si pensamos en todo lo que Dios
ha hecho y aún hará por nosotros, nos avergonzamos de haber dudado de El, por
no comprender la razón por la que padecemos.
Se me puede decir:
La exposición sobre la significación del dolor que estás haciendo es muy
complicada. ¿Por qué no reconoces que sufrimos porque, en el caso de que Dios
exista, no nos ama?
San Pedro escribió en su primera Carta:
"Así que someteos bajo la mano poderosa de Dios, para que él os encumbre en el
momento oportuno. Confiadle todas vuestras preocupaciones, ya que él se
preocupa de vosotros" (1 PE. 5, 6-7).
Por su parte, San Pablo, les escribió a los cristianos de Corinto:
"¿No sabéis, en fin, que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habéis
recibido de Dios y habita en vosotros? Ya no sois los dueños de vosotros mismos"
(1 COR. 6, 19).
Durante la celebración de su última Cena con sus amigos íntimos, antes de ser
arrestado en Getsemaní, Jesús les dijo a sus más fieles seguidores:
"Cuando llegue ese día (en que estaremos en la presencia de Dios), vosotros
mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre. Y no necesito
aseguraros que yo voy a interceder ante el Padre por vosottros, pues es el Padre
mismo quien os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que
yo he venido de Dios" (JN. 16, 26-27).
Hemos visto, en los textos bíblicos que acabamos de recordar, que Dios se
preocupa por nosotros, que nuestros corazones son la morada del Espíritu Santo, y
que Dios Padre nos ama. Nuestro valor personal es infinito, porque nuestro precio
es el de la Sangre de Cristo, que fue derramada en el Calvario, para demostrarnos
que no estamos sólos en este valle de lágrimas, porque Dios nos ama.
Si nuestros corazones son la morada del Espíritu Santo, también son el templo
del Padre y del Hijo, si aceptamos el Evangelio predicado por Jesús, según se nos
informa en el siguiente extracto del cuarto Evangelio:
"El que acepta mis mandamientos y los pone en práctica, es el que me ama de
verdad; y el que me ama será amado por mi Padre, y también yo le amaré y me
manifestaré a él.
Judas, no el Iscariote, sino el otro, le preguntó: -Señor, ¿cuál es la razón de
manifestarte sólo a nosotros y no a los que son del mundo? Jesús le contestó: -El
que me ama de verdad, se mantendrá fiel a mi mensaje; mi Padre le amará, y mi
Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. Por el contrario, el que no hace caso
de mi mensaje, es que no me ama. Y este mensaje que os transmito no es mío; es
del Padre, que me envió" (JN. 14, 21-24).
Aunque el sufrimiento tiene un importante efecto purificador, debemos pedirle a
Dios que nos ayude a eliminar el dolor que no nos es necesario. Supongamos el
caso de una adolescente que llora desconsoladamente porque se ha enamorado de
un joven que no le corresponde. Tal adolescente debe reponerse de lo que cree es
un fracaso que le dolerá siempre, y debe intentar seguir buscando la felicidad que
añora, con otro hombre.
Muchas veces sufrimos contemplando nuestros problemas más de lo necesario.
dios no nos ha creado para que suframos, pero nosotros somos verdaderos
especialistas maximizando nuestras dificultades, hasta llegar a convertir un grano
de arena en la montaña más alta del mundo.
También debemos pedirle a Dios que nos enseñe a tomar decisiones correctas a
largo plazo. Las mujeres maltratadas que no se separan de sus cónyuges porque
estos aseguran que las aman, y siguen recibiendo golpes pacientemente, porque
sus maridos a veces son cariñosos con ellas, están cometiendo un error muy grave,
que muchas de ellas terminarán pagando, con su propia vida.
Rara es la semana en que no recibo al menos una veintena de correos
electrónicos, en que mis lectores se quejan de que Dios hace que sufran más de lo
que pueden hacerlo. Con respecto al hecho de que podemos creer que nuestro
dolor es superior a nuestra capacidad de soportarlo, San Pablo, nos instruye, en los
siguientes términos:
"Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda considerarse
humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no permitirá que seáis
puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al contrario, junto con la prueba os
proporcionará también la manera de superarla con éxito" (1 COR. 10, 13).
Vivamos como buenos cristianos los días del dolor, porque Dios nos ama, y, todo
lo que nos sucede, está encaminado a nuestra salvación.
Le pido a Dios que os colme de bendiciones, y os conceda la plenitud de la dicha.