Solemnidad. Santa María, Madre de Dios
¿DIOSA? NO, SIMPLEMENTE: SERVIDORA DEL SEÑOR
Padre Pedrojosé Ynaraja
Hablar de Santa María Madre de Dios, título de la solemnidad de hoy, tiene sus
inconvenientes. A los ojos de algunos, puede parecer que la llamamos diosa, o
diosa-madre. Otros, que nos observan desde fuera, pese a que vivan junto a
nosotros, hasta se imaginan que forma parte de la Trinidad, concepto religioso que
perjudica la unicidad de Dios, a la que se sienten tan arraigados. Vista la cosa así,
parecería que es mejor no hablar de la fiesta con su actual título. Porque cuando yo
era pequeño, en los calendarios ponía para esta jornada: Circuncisión de nuestro
Señor Jesucristo. Pusieron después, no sin cierto fundamento: día de la paz o,
prosaicamente: octava de la Navidad. Vistas las cosas así, vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, podréis creer que hablar de estos detalles de nuestra Fe, es
perder el tiempo.
La Fe católica es radicalmente monoteísta. Nos viene de antiguo. No podemos
olvidar que descendemos del pueblo judío, adorador de Yahvé, en principio el dios
familiar del clan de Abraham, que no excluía que pudieran haber otros dioses, pero
que adoraba exclusivamente el suyo, el preferido, sintiéndose el amigo por Él
mimado. Pasó luego a considerársele el dios más importante. Llegó un día en que
se le reconoció como el único. Maduró mucho Israel cuando a la condición de
personal y comunicable le añadió el conocimiento de que era espiritual del todo,
despojándose de cualquier imagen, fetiche invocador o amuleto, que pudiera
proteger con poderes superiores, semejantes a lo que pudiera pensar tener
cualquier hijo de vecino, por listo o rico que pudiera ser. Cuando el israelita
peregrinaba a Jerusalén, se encontraba que en el lugar central de su templo, no
había nada. La vaciedad absoluta del corazón del santuario, el “sancta sanctórum”,
era la mejor enseñanza de esta fe.
Me hace gracia, o me da pena, cuando observo que ante la posibilidad de que
existan seres personales y escogidos para perdurar en otros astros del firmamento,
no se divague sobre la relación que puedan tener con Dios. Una excepción fue la del
que dijo que no se negaría, dado el caso de un encuentro, a bautizar a un
marciano. ¿A quien se le ocurre tamaño despropósito, si nuestro sacramento es
consecuencia benévola y gratuita de la Encarnación y Redención del Hijo de Dios,
en el planeta Tierra?
A las características de masa, atmosfera envolvente, movimientos de rotación y
desplazamiento, etc. se le añaden la no despreciable condición de haber sido
escogido como residencia con pleno derecho y propiedad, del Hijo de Dios, que es
uno con el Padre y el Paráclito. Y lo fue de esta manera, de manera genuinamente
humana, al haber sido engendrado y alumbrado desde el seno de una mujer
totalmente humana. María con su graciosa generosidad hizo posible este prodigio.
Jesús era Dios, ella lo dio a luz, así que con propiedad, le podemos atribuir el
apelativo de Madre de Dios. Vuelvo a repetir, sin ser diosa-madre, al estilo de las
que imaginativamente pululaban por la mitología clásica.
Esta Santa María que solemnizamos hoy, gozaba de la virtud de tener profunda
vida interior. La mayoría de imágenes que observamos, de mármol, bronce o
madera o pinturas sobre cualquier soporte, pueden proclamarnos que la Virgen era
bella, que era amable, que se preocupa de enviar mensajes para que nos
mejoremos. En algunos casos, lamentablemente, la figura es hueca.
¿Cómo podría expresarse que no era una mujer superficial, vanidosa y mediocre? A
mí no se me ocurre. ¿Y a vosotros? Porque he visto “vírgenes” del sí, de la
esperanza, de las lágrimas, de las angustias… Pienso que son advocaciones muy
respetables, pero que a quien veo con los cascos puestos, escuchando música de su
MP3, mascando chicle, y moviéndose frenéticamente al ritmo sincopado de la
última interpretación del conjunto de moda, nada le dirán. El fragmento de la misa
de hoy dice “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Mis
queridos jóvenes lectores, si sabéis la manera de presentarla así plásticamente, no
dejéis de comunicármelo.
Padre Pedrojosé Ynaraja