LA SAGRADA FAMILIA/B 30 DE DICIEMBRE 2011
Eclesiástico 3,2-6.12.14
Dios hace al padre más responsable que a los hijos y afirma la autoridad de
la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta
a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y,
cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que
honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre,
no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo
abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en
cuenta para pagar tus pecados.
Salmo responsorial: 127
R/Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Dichoso el que teme al Señor / y sigue sus caminos. / Comerás del fruto de
tu trabajo, / serás dichoso, te irá bien. R.
Tu mujer, como parra fecunda, / en medio de tu casa; / tus hijos, como
renuevos de olivo, / alrededor de tu mesa. R.
Ésta es la bendición del hombre / que teme al Señor. / Que el Señor te
bendiga desde Sión, / que veas la prosperidad de Jerusalén / todos los días de tu
vida. R.
Colosenses 3,12-21
Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la
misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos
mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha
perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el
ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro
corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La
palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros
con toda sabiduría; corregíos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del
Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el
Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos,
obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no
exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Lucas 2,22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres
de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo
escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y
para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos
pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y
piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él.
Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al
Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el
niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en
brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu
pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del
niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para
que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así
quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el
alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una
mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda
hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios
con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y
hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.]
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se
llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
COMENTARIOS
«Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret»
Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la
escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a
observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de
esta sencilla, humilde, y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los
hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a
imitar esta vida...¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde
pero sublime escuela de Nazaret!; ¡cómo quisiéramos volver a empezar junto a
María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría
de la verdad divina!
Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que renovará y
fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito
del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido,
tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna.
Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar
siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los
verdaderos maestros; enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente
formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración
personal que sólo Dios ve. (Mt. 6,6,)
Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la
familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e
inviolable; aprendamos de Nazaret lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía;
aprendamos lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.
Una lección de trabajo, Nazaret la casa «del hijo del carpintero» (Mt.13,55):
como quisiéramos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del
trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad,
de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo
non puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y libertad para ejercerlo no
provienen tan solo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros
valores que lo encauzan hacia un fin más noble. Queremos finalmente saludar
desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles el gran modelo, al
hermano divino, al defensor de todas las causas justas, es decir: a Cristo, nuestro
Señor.
Papa
Pablo
VI
Homilía en Nazaret. 5 de Enero de 1964