Encuentros con la Palabra
Solemnidad Santa María Madre de Dios – Ciclo B (Lucas 2, 16-21)
“A los ocho días circuncidaron al niño, y le pusieron por nombre Jesús”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Oí alguna ve la historia de un muchacho que entró con paso firme a una joyería y le pidió al
dueño que le mostrara el mejor anillo de compromiso que tuviera. El joyero le presentó uno. La
hermosa piedra solitaria brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho
contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a
pagarlo. “¿Se va usted a casar pronto?”, le preguntó el joyero. “No”, respondió el muchacho.
“Ni siquiera tengo novia”. La muda sorpresa del joyero hizo sonreír al muchacho. “Es para mi
mamá”, dijo él. “Cuando yo iba a nacer, estuvo sola. Alguien le aconsejó que me matara antes
de que naciera, así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo
muchos problemas. Fue padre y madre para mí; fue amiga, hermana y maestra. Me hizo ser lo
que soy. Ahora que puedo, le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo
doy con la promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizá después
entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo”. El joyero no dijo nada. Tomó el
anillo, ordenó que lo empacaran hermosamente y luego se lo entregó al muchacho diciéndole:
“Llévelo, es un obsequio mío. Hubiera querido conocer a mi madre, pero murió en el momento
en que me dio a luz”.
Esta bellísima historia puede hacer que las lágrimas se asomen a muchos ojos, porque pone
de manifiesto el amor tan grande que puede despertar una madre valiente que es capaz llevar
a su hijo, no solamente nueve meses en su vientre, sino sacarlo adelante a pesar de las
adversidades que se puedan cruzar por el camino de la vida de cualquier ser humano.
También puede traer a la memoria agradecida, el don precioso de la vida que haya ofrecido
una madre por la vida de su hijo o hija. Muchas madres mueren en el momento de dar a luz.
Estoy seguro que si le preguntan a una mamá si prefiere arriesgar su vida o arriesgar la vida
de su hijo, se inclinaría sin temor por la primera opción. Las madres, como Dios, están
dispuestas a dar la vida por sus hijos, más que cualquier ser humano por ningún otro.
Hoy la Iglesia nos invita a celebrar, en una única solemnidad, a Santa María, Madre de Dios y
la imposición del nombre de Jesús. Dos realidades íntimamente ligadas. La maternidad de
María abre un espacio para el nombre de Jesús, que llegó a ser fuente de salvación eterna
para todos los que lo obedecen (Cfr. Hebreos 5, 9) y ante el cual “doblen todos las rodillas en
el cielo, en la tierra y debajo de la tierra” (Filipenses 2, 10). Y, a su vez, es el nombre de Jesús
el que le da un valor infinito a la maternidad divina de la Virgen María.
Cuando María decidió tener a su hijo, enfrentando la dificultad que podría tener con su
prometido y con toda la sociedad, que juzga inmisericordemente a las madres solteras, sabía
que se echaba una pesada carga encima. Su valor, su entereza, su respeto al don supremo
de la vida, hizo que la reconociéramos como la Madre de Dios. Allí está la fuerza de esta
solemnidad.
Pidamos al Señor, al celebrar esta solemnidad y al comenzar el año civil, que nos regale un
corazón agradecido, como el de la Virgen María, para que sepamos acoger y respetar
cualquier brote de vida que el Señor quiera poner en nuestras manos, de manera que nos
convirtamos en sus fieles colaboradores en la construcción de un mundo en el que todas las
personas, sin importar su raza, su lengua, su género, su religión, su estrato social, su nivel
económico, puedan tener vida y vida en abundancia.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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