Solemnidad de la Sagrada Familia.
La fuerza del amor conyugal.
Estimados hermanos y amigos:
Para ser plenamente felices en este mundo, necesitamos tres cosas, que todos
priorizamos, adaptándolas a nuestra manera de pensar, las cuales, son: amor,
salud y dinero. ¿Cuál de estas tres cosas es la más importante?
Si consideramos que el amor es el motor de nuestra vida, ¿cómo podremos
alcanzar la dicha sin salud ni dinero?
Si la salud es lo más importante para nosotros, podremos vivir sin amor, pero no
podremos hacerlo sin dinero.
Si el dinero es lo más imprescindible de nuestra vida, si carecemos de amor y de
salud, no podremos ser felices.
Si tenemos amor, salud y dinero, tenemos todo lo necesario para ser felices en
esta vida.
Un año más, he querido dedicar mi meditación del día de la Sagrada Familia a
reflexionar sobre el matrimonio, porque es muy frecuente el hecho de que, quienes
están casados, descuiden sus relaciones con sus familiares, no porque son egoístas,
sino porque lo requieren sus trabajos, de los cuales dependen económicamente,
tanto sus familiares como ellos.
Hay circunstancias en que quienes están casados se entregan a la realización de
sus trabajos y al cuidado de sus hijos, y descuidan su relación involuntariamente.
Hubo un tiempo en que el matrimonio católico era considerado como un contrato
establecido entre el hombre y la mujer, en el que cada cuál tenía que asumir el rol
que se le suponía que le caracterizaba. Mientras que los hombres tenían el deber de
trabajar para mantener sus hogares, sobre las mujeres pesaba la realización de las
actividades domésticas, y la mayor parte -por no decir la práctica totalidad- de la
educación de los hijos.
Después de la celebración del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha comprendido que,
el matrimonio, en vez de ser visto como un contrato caracterizado por meras
obligaciones, debe ser visto como una relación caracterizada por el amor y el
servicio recíproco.
De la misma forma que se debilitan todas las relaciones que no son debidamente
cultivadas, si pensamos que el matrimonio es una relación que no está basada en el
cumplimiento de un contrato escrito, debemos pensar que, quienes estamos
casados, tenemos que enamorar a nuestros cónyuges, como si aún fuésemos
novios. El amor es como un fuego que hay que avivar constantemente para que no
se debilite y se apague.
A veces nos sucede a mi mujer y a mí que nos preguntan si somos novios,
porque en España cada día está más arraigada la costumbre de contraer
matrimonio con treinta y tantos y cuarenta y tantos años, y decimos que sí, no
aclaramos que estamos casados, porque, las características del noviazgo, no deben
perderse nunca. Aunque estemos casados durante muchos años, siempre podremos
conocer algo de nuestro cónyuge que no supimos nunca en el pasado.
Para que el amor verdadero no muera nunca, necesita apoyarse en lo que en
griego se conoce como eros, filos -o filia- y ágape.
Cuando un hombre y una mujer se conocen, se atraen físicamente, y, si son
maduros, aparte de vincularse por causa de dicha atracción, también lo hacen, si se
conocen, y piensan que son compatibles. Dado que existen países en que las
mujeres no están obligadas a depender económicamente de sus padres y maridos,
es importante que los novios se conozcan bien antes de casarse, con tal de que sus
relaciones no se extingan.
El eros se refiere a la atracción física, la cuál impulsa el amor de los cónyuges si,
por medio de la misma, se intensifica el deseo de conocerse, amarse, aceptarse y
respetarse, y rehúsan la posibilidad de utilizarse, como meros objetos de obtención
de placer carnal. Si la atracción física se utiliza adecuadamente, se convierte en
posibilidad de aprender a amar sinceramente a la pareja.
La atracción física no es todo lo que los cónyuges necesitan para permanecer
unidos durante muchos años. Si el matrimonio se concibe como una relación
basada en el amor de los cónyuges, y no como un contrato escrito que han de
cumplir las dos partes implicadas en el mismo forzosamente, existe la necesidad de
que quienes estamos casados seamos amigos de nuestras parejas, por el bien de
nuestras relaciones. Tal relación de amistad, es lo que se conoce en griego como
filos o filia.
Mientras que la atracción física no perdura por siempre, la amistad debe
mantenerse de por vida, para evitar el debilitamiento -e incluso el fin- de las
relaciones matrimoniales.
El amor verdadero que se cultiva durante años, llega a ser ágape, -es decir,
caridad-. No debemos entender que la citada caridad es una limosna, pues se trata
de una relación de respeto, comprensión y servicio recíproco. San Pablo hizo
referencia al citado amor verdadero en su Carta a los cristianos de Efeso, cuando
escribió:
"Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia.
por ella entregó su vida" (EF. 5, 25).
¿Estamos dispuestos a entregar la vida por nuestros cónyuges quienes estamos
casados?
¿Cómo podríamos definir el amor matrimonial?
En nuestro tiempo, muchos jóvenes, -y mayores-, conocen a alguien que les
atrae físicamente, y creen que la belleza del amor estriba plenamente en el hecho
de mantener relaciones sexuales, porque sus padres nunca les enseñaron lo que es
el amor, -e incluso a muchos no les han servido de ejemplo a imitar-. Cuando tales
jóvenes se dan cuenta de que el príncipe -o la princesa- de sus sueños está
caracterizado por defectos que no les gustan, simplemente, porque es humano,
empiezan a hacerse preguntas, como las siguientes:
¿Qué es el amor?
¿Me ama mi pareja, o se aprovecha de mi cuerpo para satisfacer su necesidad de
mantener relaciones sexuales?
¿Cómo sé si lo que siento por mi pareja es amor?
¿Cómo puedo saber si mi pareja y yo sentimos amor verdadero el uno por la
otra?
Los jóvenes son curiosos, y les gusta experimentarlo todo. Las relaciones
sexuales son muy satisfactorias, así pues, existen razones de peso para que los
niños, conforme van creciendo, sean instruidos en el conocimiento de lo que es el
amor matrimonial, para que, cuando sean mayores, no cometan errores, de los que
tendrán que arrepentirse algún día.
A lo largo de los diez años que he predicado en Internet, he recibido correos
electrónicos de padres, que me han preguntado:
¿Cómo es posible que siendo nosotros católicos practicantes nuestros hijos han
dejado embarazadas a sus novias?
Tales padres, han formado a sus hijos para que consigan un trabajo, pero han
cometido el error de suponer que han nacido con todos los conceptos católicos
grabados en el cerebro, como si les hubiesen implantado un chip con dicha
información.
¿Qué es el amor matrimonial?
La definición del amor matrimonial tal como lo entendemos los cristianos católicos
es compleja. El amor es una fuerza que nos vincula espiritualmente, aunque nos
separe una gran distancia de la persona que amamos.
El amor matrimonial, es aceptación del otro, tanto con sus virtudes, como con sus
defectos. El príncipe -o la princesa- de los sueños ideal no existe. El amor
matrimonial católico no está relacionado con los personajes que aparecen en las
películas y en la prensa sensacionalista, quienes suelen dar la impresión de que, el
amor que sienten por sus parejas, no va más allá de la belleza física de las mismas,
sin tener en cuenta la espiritualidad de aquellos a quienes permanecen unidos, a
veces, por un corto espacio de tiempo, porque el amor vital es arriesgado, consiste
en la donación diaria al otro, y no en la obtención de caprichos, ni en la utilización
de la pareja como objeto del que se obtiene placer sexual, y aburrido, y el pseudo
amor sensacionalista se siente por un corto plazo de tiempo, y, en cuanto está
basado en el placer carnal, mientras se mantiene, suele ser muy apasionante, por
lo que no tiene en cuenta la espiritualidad, hasta que se es consciente de la
necesidad de apoyo emocional y moral.
El amor matrimonial, tal como lo consideramos los católicos, nos aporta
seguridad a quienes estamos casados. Cuando tenemos necesidades, y contraemos
enfermedades, tenemos la oportunidad de valorar tanto el amor como el apoyo
incondicional de nuestro cónyuge, y, quienes llegan a la tercera edad, son más
conscientes que nadie, de lo que significa vivir sin estar aislados, porque, mientras
que sus hijos se independizan de ellos, sus cónyuges no les dejan, hasta que los
sorprende la muerte.
El amor nos hace ser alguien dispuesto a no escatimar sacrificios para complacer
a la persona que gasta su vida acompañándonos en las dificultades que tenemos e
intentando resolver los problemas que nos caracterizan.
El amor es una fuerza renovadora que suaviza el ímpetu con que nos sorprenden
las dificultades que nos hacen sufrir, y nos hace iluminar las mismas desde la
belleza que le aporta a nuestra relación de pareja.
El amor conyugal no disimula el dolor que nos aportan las enfermedades y otros
problemas, porque lo transforma en el gozo de que nuestra relación persiste a
pesar de lo que hemos sufrido.
El amor matrimonial debe ser libre. Nadie debe casarse siendo coaccionado, y los
cónyuges deben servirse recíprocamente por amor, no por obligación.
El amor matrimonial no es un sueño, sino una realidad. Si vivimos una buena
relación con nuestro cónyuge, podremos convertir dicha realidad en un sueño.
El noviazgo y la luna de miel constituyen un tiempo en que podemos soñar
demasiado en vez de pensar en afrontar la realidad tal como debemos hacerlo, para
no sentirnos desengañados. Debemos ser conscientes de que debemos permitirle a
nuestro cónyuge que sea libre para hacer cosas que no nos gustan, y debemos ser
conscientes de que tiene defectos que tampoco son agradables para nosotros.
El amor matrimonial debe ser recibido, expresado debidamente y correspondido.
No debemos considerar que el hecho de servirnos recíprocamente es un sacrificio,
para evitar que dicho servicio se nos haga pesado, dejemos de practicarlo, y,
consiguientemente, contribuyamos al debilitamiento -e incluso a la extinción- de
nuestra relación.
El amor matrimonial es la esperanza que tenemos de ser felices, a pesar de las
dificultades y defectos personales que se interponen en nuestras relaciones, y
parecen querer debilitarlas si nos descuidamos.
Evitemos el hecho de echarle en cara a nuestra pareja sus defectos, y
mencionemos muchas veces las virtudes que tiene, para que nuestro cónyuge se
sienta más feliz, y contribuya con más alegría al fortalecimiento de nuestra
relación, porque no se puede recibir amor verdadero sin darlo eternamente.
El amor es una gota de agua que, si no se une a otras gotas del citado líquido
vital, se extingue.
¿En qué se diferencia una relación de amor verdadero de una relación basada en
el hecho de mantener relaciones sexuales?
El amor verdadero centra su interés en todos los aspectos de la vida de la
persona amada, y, el pseudo amor está basado en el interés de mantener
relaciones sexuales y en la vivencia de los sentimientos esporádicos relacionados
con la atracción física.
El amor verdadero nos hace desear conocer plenamente a nuestro cónyuge, lo
cuál es una tarea paciente que se prolonga hasta que la muerte nos sorprende,
rompiendo nuestra atadura caracterizada por la belleza de nuestra unión bendecida
por Dios.
Quienes se dejan arrastrar por el pseudoamor, no piensan en establecer una
relación vital, sino una relación rápida, que ha de prolongarse, mientras se
mantengan relaciones sexuales. En este terreno, nada importa la situación vital de
la pareja, ni si tiene dificultades, pues sólo interesa explotarla como si se tratara de
un mero objeto que aporta placer físico.
El amor verdadero, nos motiva a mejorar nuestra calidad de vida, -nos impulsa a
ser mejores personas-, porque sabemos que ello contribuirá a fortalecer nuestras
relaciones, y, consiguientemente, a hacernos más felices.
El pseudoamor, al estar basado en el placer instintivo, y en sentimientos que no
siempre se sienten con la misma fuerza, es inestable, y se caracteriza por altibajos,
desengaños y obsesiones.
El amor verdadero nos impulsa a no vernos como una sola persona, hasta el
punto de pensar en nosotros y no en mí.
El amor verdadero nos impulsa a considerar como nuestra la felicidad de nuestro
cónyuge, si el mismo corresponde a nuestro deseo, procurando que sean realizadas
nuestras más anheladas aspiraciones.
El pseudoamor basado en el placer de los sentidos es egoísta, y no tiene en
cuenta los sentimientos, necesidades y dificultades de la persona utilizada como
mero objeto para obtener la satisfacción del instinto.
El amor verdadero se caracteriza por la búsqueda de soluciones a los problemas
en común, cediendo cuantas veces se crea oportuno, porque, el hecho de mantener
la relación, es prioritario, ante la consecución de lo que deseamos, sin importarnos
lo que piensa y siente nuestro cónyuge.
Conforme se satisface la necesidad de mantener relaciones sexuales, el
pseudoamor es caracterizado por la aparición de dificultades, que tienden a la
ruptura de las relaciones, porque, a la hora de resolver dichos problemas, no se
busca el bien común, sino la satisfacción del egoísmo.
Las relaciones caracterizadas por el amor verdadero son duraderas, pero, para
que dure una relación basada en la atracción física, es necesario que no cese la
actividad sexual.
Concluyamos esta meditación pidiéndole a Nuestro Santo Padre que aumente la
conciencia social mundial de lo necesarias que son las familias, y que nos ayude a
ser benignos con quienes nos rodean.
José Portillo Pérez