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La palabra y el silencio de Dios en el corazón de María
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
1 de enero de 2012
El evangelio de este domingo nos asoma a una escena que hemos visto en tantas ocasiones, y que
no deja de conmovernos una y otra vez aunque nos resulte tan familiar la interpretación de los artistas, de
los poetas, de los místicos y los santos. Un rincón perdido en aquellos mundos y aquellos tiempos, que
contenía en sí la clave de la historia: el nacimiento de Jesús. Y como hiciera San Francisco en la
nochebuena de 1223 en el pueblecito de Greccio, el mismo evangelista San Lucas nos lo quiso dibujar
antes, asomándonos a lo que de hecho aconteció: una madre jovencita, un padre tutor, el pequeño entre
pajas y pañales, y los pastores que entre furtivos y asombrados se colaron de rondón.
Lo que enmarca esta escena tierna e inimaginable como modo con el que Dios nos quiso ofrecer la
salvación, es el sí de una mujer, doncella virgen, que se fio del mensajero que le traía el mensaje del
mismo Altísimo y Buen Señor. Ser Madre de Dios, es lo que se le propuso a María. Ser Madre del mayor
milagro que Dios nos regaló inmerecidamente. Y todo esto porque se fió, se confió, de que todos sus
imposibles no lo eran para el omnipotente Dios. Es el mayor título que corona la humildad de María: ser la
Madre de Dios, y de aquí parten todas las demás gracias con las que el Señor la quiso bendecir. Para ser la
Madre de Dios, la concibió Inmaculada. Para ser la Madre de Dios dejó intacta su Virginidad. Por ser la
Madre de Dios fue Asunta a los cielos tras su dormición.
En el Evangelio de este día, aparecen los pastores como primeros destinatarios e improvisados
testigos de lo que en esa escena se estaba manifestando, y fueron ellos los que no dejaron de dar gracias
con tal asombro y estupor, que la gente que les oía quedaba admirada. Es la sencillez de una
manifestación por parte de Dios en el marco de un nacimiento así de inaudito y milagroso, en una madre
que se fía de Dios dejando sus imposibles en las manos divinas que son capaces de modelar los posibles,
en un padre tutor que custodia con discreción algo que le desborda y asombra. Y esta sencillez se acomuna
con la de aquellos pastores que contaron la noticia.
María guardaba en su corazón todo aquello, y allí lo meditaba. Era una palabra hecha carne la que
había que escuchar y hacer suya. Era también un silencio hecho carne lo que era preciso guardar. Porque
Dios siempre se nos revela en cuanto nos dice y en cuanto nos calla. El corazón es ese santuario en donde
custodiar la palabra y el silencio de Dios. Toda una escena en la que nosotros también estamos invitados a
entrar, a asombrarnos, a testimoniar, a guardarla en el corazón.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo