Carta del Obispo de Posadas para el 22 de enero de 2012.
EDUCAR EN LA JUSTICIA Y EN LA PAZ
(Parte IV)
En estos domingos venimos leyendo y reflexionado el mensaje para la XLV Jornada
Mundial de la Paz, que el Papa Benedicto XVI escribió para toda la Iglesia. El nos recuerda
en sus palabras: “En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de
sus derechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente amenazo por la
extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad, del beneficio y del
tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus raíces transcendentes. La
justicia, en efecto, no es una simple convención humana, ya que lo que es justo no está
determinado originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser
humano. La visión integral del hombre es lo que permite no caer en una concepción
contractualista de la justicia y abrir también para ella el horizonte de la solidaridad y del
amor.
No podemos ignorar que ciertas corrientes de la cultura moderna, sostenida por principios
económicos racionalistas e individualistas, han sustraído al concepto de justicia sus raíces
transcendentes, separándolo de la caridad y la solidaridad: «La “ciudad del hombre” no se
promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones
de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de
Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo
compromiso por la justicia en el mundo».
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán
saciados» (Mt 5,6). Serán saciados porque tienen hambre y sed de relaciones rectas con
Dios, consigo mismos, con sus hermanos y hermanas, y con toda la creación”.
Con respecto al educar a los jóvenes en la paz, el Papa nos dice: “La paz no es sólo
ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no
puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre
comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los
pueblos, la práctica asidua de la fraternidad». La paz es fruto de la justicia y efecto de la
caridad. Y es ante todo don de Dios. Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera
paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras
que nos separaban a unos de otros (cf. Ef 2,14-18); en Él, hay una única familia
reconciliada en el amor.
Pero la paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir.
Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la
solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades
y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así
como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de
promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los
conflictos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos
de Dios», dice Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt 5,9).
La paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso
esencial de promover la justicia, según las propias competencias y responsabilidades. Invito
de modo particular a los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión hacia los ideales, a
tener la paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el gusto por lo que
es justo y verdadero, aun cuando esto pueda comportar sacrificio e ir contracorriente”.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan R Martínez.