Fiesta de la Epifanía del Señor.
Aún estamos a tiempo para vivir en la presencia de Dios .
Estimados hermanos y amigos:
La Navidad social termina en algunos países al concluir la celebración del Año
Nuevo, y, en otros, después de la celebración de la Epifanía del Señor. La Iglesia
concluye las celebraciones navideñas el Domingo siguiente a la Epifanía, día en que
celebra el Bautismo de Nuestro Salvador.
Mientras que en los países que celebramos la Epifanía del Señor, los niños pasan
este día jugando con sus nuevos juegos, los adultos tenemos la costumbre de hacer
un balance de cómo hemos pasado la Navidad.
Quizá podemos caer en el error de acusar a la sociedad en que vivimos de ser
muy materialista a la hora de celebrar la Navidad, y no pensamos que, en vez de
juzgar a la gente, debemos pensar si estamos dispuestos a cumplir la voluntad de
Dios, porque, mientras es muy fácil sacar a relucir los errores de quienes nos
rodean, no nos gusta pensar en los defectos que nos caracterizan.
Durante la celebración de la Misa de media noche de Navidad, recordamos las
siguientes palabras de San Pablo:
"Porque se ha hecho visible la bondad de Dios, que trae la salvación a todos los
hombres" (TT. 2, 11).
¿Creemos sinceramente que Jesús vino al mundo hace veinte siglos a salvarnos
de la condenación merecida por los pecados de la humanidad, -que es la muerte-, y
para hacernos plenamente felices viviendo en un mundo sin carencias, en la
presencia de Nuestro Santo Padre?
Aunque hemos pasado muchos años sin ponernos a disposición de Dios para que
cumpla su voluntad por nuestro medio, aún estamos a tiempo para confiar en El,
exceptuando el caso de que nuestra fe no sea más que una representación teatral,
procedente de una tradición que, si no es desconocida, no es aceptada como
portadora de una gran verdad de fe.
¿Sentimos que las celebraciones navideñas nos han servido para adoptar el
compromiso de ser mejores cristianos, o, una vez más, al concluir los días festivos
de diciembre y enero, vamos a sumirnos en la rutina que nos impide ser felices?
Si queremos que la Navidad se prolongue durante todos los días de nuestra vida,
tenemos que convertirnos al Evangelio. Sé que para mucha gente, las palabras
"conversión" y "penitencia", suenan a sacrificios pesados e inútiles, a horas
perdidas pensando en lo que para quienes no comparten nuestra fe no tiene
remedio, y a la pérdida del tiempo que podemos aprovechar para hacer cosas
agradables y constructivas.
Para sentirnos motivados a adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios,
necesitamos tener fe en El, pues, el autor de la Carta bíblica a los Hebreos, nos
instruye, en los siguientes términos:
"En efecto, para acercarse a Dios es preciso creer que existe y que no dejará sin
recompensa a aquellos que le buscan" (CF. HEB. 11, 6).
Hace años, le escuché el siguiente comentario, a un famoso personaje, que vi en
un programa de televisión:
"El Catolicismo es la religión más facilona del mundo. Cometes un pecado, dices
que te arrepientes, te confiesas, rezas un Padre nuestro, y ya puedes salir de la
Iglesia, para hacer cosas peores, porque, mientras digas que te arrepientes, te
están perdonando".
¿Es cierto que Dios nos perdona para que sigamos pecando?
En la Epístola a los Hebreos, leemos:
"Aquel a quien Dios restablece en su amistad por medio de la fe alcanzará la
vida; mas, si se acobarda, dejará de agradarme" (HB. 10, 38).
Si a Dios no le agrada nuestra inconstancia en la vivencia de la fe que decimos
que profesamos, ¿pensamos que nos perdonará nuestros pecados
independientemente de las veces que nos confesemos, si sabe que no tenemos la
intención de cambiar de conducta?
¿Qué quiere Dios de nosotros?
"Así que en todo momento ofrezcamos a Dios, por medio de Jesucristo, un
sacrificio de alabanza; esto es, el sacrificio que le presenta el fruto de unos labios
que bendicen su nombre sin cesar. Y no os olvidéis de hacer el bien y de compartir
vuestras cosas con los demás, pues esos son los sacrificios que agradan a Dios"
(HB. 13, 15-16).
¿Es para nosotros hacer el bien un sacrificio?
Si leemos los versículos bíblicos anteriores al texto que estamos considerando
brevemente, vemos que el autor de la Carta a los Hebreos nos dice que
convirtamos nuestra vida en un sacrificio a Dios imitando la conducta de Nuestro
Salvador, lo cual no significa que hacer el bien es un sacrificio, pues, si lo hacemos
con amor, nuestras buenas obras se convierten en oportunidades de gozarnos,
porque Dios nos concede el honor de ser nosotros quienes lo sirvamos en nuestros
prójimos.
Quizá pensamos que no somos mejores cristianos porque nos abruman las
dificultades que caracterizan nuestra vida, las cuales deben ser un camino para
acercarnos a Dios, así pues, no debemos olvidar que Jesús padeció mucho en
Palestina, según se nos informa en el siguiente texto:
"Precisamente por haber sido puesto a prueba él mismo y haber soportado el
sufrimiento, puede ahora ayudar a quienes se debaten en medio de la prueba" (HB.
2, 18).
El arrepentimiento de nuestros pecados, no consiste en sentir repugnancia
únicamente del mal que hemos hecho para seguir actuando en contra del
cumplimiento de la voluntad de Dios después de confesarnos. El arrepentimiento
cristiano está relacionado con el hecho de adaptarnos plenamente al cumplimiento
de la voluntad de Dios en nuestra vida, porque, cuanto mayor sea nuestro nivel de
purificación, sentiremos que estaremos más cerca de Nuestro Padre común, quien
es la fuente de la felicidad que añoramos.
La penitencia cristiana no debe reducirse a una serie de actos marcados por la
tristeza, porque a dios no le gusta que tengamos caras largas, sino que nos
formemos espiritualmente, para que, al adaptarnos al cumplimiento de su voluntad,
cada día nos encuentre más dispuestos, a vivir en su presencia.
DE nada nos sirve ofrecerle sacrificios a Dios para que nos perdone nuestros
pecados, si no estamos dispuestos a convertirnos a su Evangelio de salvación.
La conversión al Señor Nuestro Dios, es un proceso gradual que se prolonga
durante todos los días que vivimos, que no debe ser visto como una cadena
interminable de sacrificios, sino como una oportunidad de alcanzar la plenitud de la
felicidad, que no debemos desaprovechar.
Si creyéramos sinceramente en Dios, al arrepentirnos de los pecados que
cometemos, no pensaríamos en nuestra condenación, sino en la ofensa que las
citadas obras significan para el Dios Uno y Trino, que es la fuente de la pureza.
El arrepentimiento es causa de vergüenza y tristeza, porque no es fácil reconocer
el mal que se hace, y porque vemos que no podemos compararnos a Dios, pero, a
pesar de ello, dicha tristeza debe ser utilizada constructivamente en orden a
nuestro crecimiento espiritual, no para quitarnos el valor personal que tenemos,
sino para adaptarnos más y mejor, al cumplimiento de la voluntad de Dios, así
pues, recordemos las siguientes palabras de San Pablo:
"En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la
salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte" (2 COR. 7, 10).
No soy contrario al hecho de celebrar la Navidad social, pues pienso que ello debe
fortalecer las relaciones que mantenemos con nuestros familiares y amigos. La
Iglesia nos dice que el hecho de hacer fiestas no es perjudicial, siempre que no
invirtamos en ocio el dinero que tenemos para convivir con nuestros familiares,
para socorrer a los pobres, y para contribuir al sostenimiento de las obras de la
fundación de Cristo.
Si nos disponemos a vivir cumpliendo la voluntad de Dios, daremos un
importante paso para alcanzar la plenitud de la felicidad.
José Portillo Pérez