Fiesta del Bautismo del Señor B
“Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”
Con esta fiesta del Bautismo del Señor, terminamos el ciclo de Navidad, ciclo
litúrgico dedicado a conmemorar y celebrar la manifestación de Dios en la
humanidad de Jesús, poniendo de manifiesto algún aspecto particular de la
encarnación del Hijo de Dios: Navidad nos ha mostrado la humildad y la pobreza
del nacimiento de Jesús; Año Nuevo nos ha hecho contemplar la maternidad
virginal de María; Epifanía nos ha descubierto la dimensión universal de la misión
de Cristo.
La fiesta de hoy nos indica el cómo y el cuándo del comienzo de la actividad pública
de Jesús, que como el Enviado de Dios empieza su ministerio profético. El Bautismo
es su primer acto de vida pública, su presentación, su investidura como Mesías, el
Ungido de Dios. Aquel niño de Belén es ya un adulto que viene a revelar y realizar
la voluntad del Dios que nos ama. Juan el Bautista que lo ve acercarse al Jordán,
donde bautizaba, lo seala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn 1, 29). Jesús se incorpora a la fila de los pecadores que esperaban
recibir el bautismo de conversión. En El no había pecado, pero había cargado
solidariamente sobre sí los pecados de los demás: “Al que no tenía que ver con el
pecado, por nosotros lo cargó con el pecado, para que nosotros, por su medio,
obtuviéramos la rehabilitacin de Dios” (2 Cor 5, 21).
En ese ambiente de conversión, Jesús, se hace bautizar como un pecador más.
Entonces se rasga el cielo y el Espíritu Santo baja sobre El como el Mesías, y “Se
oyó una voz del cielo: Tú eres Hijo amado, mi preferido”. Con Cristo, el cielo ha
quedado abierto; de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con confianza. A
pesar de nuestros errores y mediocridad, también para nosotros el cielo ha
quedado abierto, y las palabras que escuchó Jesús son también para nosotros: “Tú
eres para mí un hijo amado, una hija amada”.
El Elegido de Dios trabajará y luchará en favor del derecho y la justicia. Pero lo hará
con un estilo propio: no con la almenaza y la violencia, no a gritos, sino con
suavidad, sin condenar, acogiendo a los pecadores, procurando no quebrar la caña
a punto de romperse, abriendo los ojos de los ciegos, liberando a los cautivos de su
prisin. Pedro retrata a Jesús de manera inequívoca: “pas haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El”. (Act 10, 38). Es
el estilo que caracterizó a Jesús: siempre comprensivo y servicial, sobre todo con
los débiles, con los marginados, los publicanos, los leprosos, los que la sociedad
tachaba de indeseables.
El bautismo de Jesús nos recuerda el nuestro que recibimos al poco tiempo de
nacer, no como la culminación de todo un proceso de conversión como aceptación
consciente y responsable de la fe, sino como la práctica de una tradición con un
hondo significado en la familia creyente que desea ver a su hijo integrado en la
comunidad cristiana, considerado como el inicio de una vida que deberá ser
ratificada más tarde. Nacimiento que está comprometido a un crecimiento en la fe,
una confirmación, y una ratificación personal, para que el Bautismo no quede como
signo vacío de su contenido y significado.
Todos nosotros estamos bautizados. Hemos recibido el baño del agua y hemos sido
invadidos por el Espíritu de hijos de Dios, para, como Jesús, cumplir en nuestra
vida la misión de testigos de Dios en medio de la sociedad. Para luchar por la
justicia, por la verdad, por los valores que Cristo sembró con su vida y su palabra,
haciéndolo al estilo de Jesús, no con la violencia, sino con la comprensión, la
servicialidad, y si es necesario con la entrega total de uno mismo.
El bautismo, también, para nosotros no ha sido una meta, sino el comienzo de un
compromiso para una misión de paz y de salvación. Terminamos el ciclo de
Navidad, y recordemos que estamos comprometidos, desde el bautismo, a anunciar
la Buena Noticia de que”os ha nacido un Salvador”, nio débil y envuelto en
pañales, pero el Salvador que viene a quitar el pecado del mundo.
Joaquin Obando Carvajal